Nicolás Maduro, Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin, entre otros, insisten en que sus países tienen democracias sólidas. Destacan que durante sus mandatos se han fomentado más procesos electorales que en ningún otro, que la prensa informa y que los organismos son independientes.
Pero aunque sean sistemas democráticos en sus estructuras formales, en la práctica el diseño de éstas solo favorece al partido de gobierno.
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En Turquía, por ejemplo, el Alto Comité Electoral (YSK) decidió que las elecciones del pasado 31 de marzo en Estambul eran inválidas y debían repetirse tras haber encontrado “muchas irregularidades”.
En las actas electorales quedó registrada la victoria del socialdemócrata Ekrem Imamoglu, de la formación opositora Partido Republicano del Pueblo (CHP), quien se posesionó el 17 de abril.
Con su triunfo en Estambul, Imamoglu logró arrebatarle 25 años de gobierno al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el del presidente Erdogan.
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¿Mal perdedor? La victoria fue un duro golpe para el AKP, porque Estambul no solo reúne el 20 % de la población de Turquía, sino también el 30 % de su PIB y las arcas municipales manejan un enorme presupuesto.
Imamoglu ganó la alcaldía de Estambul con menos de 13.000 votos de ventaja sobre su rival, el ex primer ministro Binali Yildirim. El alcalde será ahora sustituido por un regidor interino hasta la repetición de las elecciones, el 23 de junio.
Desde que llegó al poder, en 2014, Erdogan expandió sistemáticamente sus poderes y eliminó a los opositores de las principales posiciones en el ejército, la administración pública y las instituciones educativas. Cuando sus antiguos aliados intentaron derrocarlo en un golpe de Estado fallido en 2016, el presidente aprovechó la ocasión para consolidar su dominio sobre el país. “Gracias a los vastos poderes de emergencia que reclamó a los pocos días del fallido golpe de Estado, pudo despedir a decenas de miles de funcionarios públicos que consideraba políticamente poco fiables y encarcelar a algunos de los periodistas más destacados del país”, explica Yascha Mounk, profesora asociada de la Johns Hopkins University, en The Atlantic.
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La anulación de las elecciones marca un grave precedente en Turquía. “Desde 1946, la legitimidad de las elecciones no ha sido impugnada en Turquía, e incluso la junta militar aceptó una derrota en la primera elección después del golpe de 1980. Al destruir la legitimidad de la papeleta, Erdogan anunciaría efectivamente la muerte de la democracia turca”, explica Asli Aydintasbas en The Washington Post.
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Mientras en el siglo XX gran parte de las dictaduras llegaron por golpes de Estado, ahora la amenaza es diferente. “Hoy los golpes son raros. Desde Rusia hasta Venezuela, los hombres fuertes que han destruido las instituciones democráticas ganaron altos cargos en las urnas. Lejos de atacar abiertamente a la democracia, han tendido a argumentar que ellos, y solo ellos, representan verdaderamente a la gente”, concluye Mounk en The Atlantic.
El chavismo resalta que ha celebrado, hasta ahora, 17 elecciones y ganado 15. No cuenta cómo controla el Consejo Nacional Electoral, que aplaza o adelanta elecciones cada vez que el Ejecutivo lo pide. Y cuando pierde, obliga bajo amenaza a los opositores a someterse a sus reglas, so pena de anular su elección, tal como pasó en 2017, cuando la oposición ganó cinco gobernaciones. “Coerción, amenazas, entes electorales cooptados y libertad de prensa limitada son las nuevas armas”, concluye Aydintasbas.