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Vino la hecatombe. Empezó en marzo de 2013, cuando una multitud de venezolanos enterró a Hugo Chávez, su comandante, el hacedor de la Revolución Bolivariana. Como las historias de brujas en América Latina, que de hecho le encantaban a Chávez, su muerte fue el mal agüero de la izquierda latinoamericana. Después vinieron todos los males.
En 2015, Cristina Kirchner dejó el poder en Argentina con la popularidad por el piso, con la deuda externa por las nubes y dos investigaciones corriendo por corrupción y lavado de activos. Un año después, Dilma Rousseff, en Brasil, fue destituida por el Congreso de la República, acusada de haber maquillado las cifras presupuestales de su gobierno.
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A mediados de este año empezó a tambalear el rostro más popular de esta camada de líderes de izquierda latinoamericanos. Luiz Inácio Lula da Silva, quien alguna vez fue el personaje del año según la revista Time, el hombre que había logrado reducir la inequidad en Brasil y potenciar la economía, fue condenado por corrupción. De confirmarse la condena en segunda instancia, irá a la cárcel por nueve años y seis meses.
Para completar el panorama, Rafael Correa, en Ecuador, abandonó la presidencia después de fallar en el intento de reelegirse indefinidamente y terminó apoyando la candidatura de Lenin Moreno. Pero una vez llegó al poder, se rompieron los vínculos. La presidencia de Moreno destapó irregularidades de funcionarios públicos del gobierno anterior, algunos de ellos muy cercanos al presidente.
Íñigo Errejón, una de las cabezas del partido Podemos en España, cree que “con la excepción de Dilma Rousseff y el golpe de Estado de Temer en Brasil, se han dado estos cambios en medio de procesos electorales que confirman la legitimidad democrática de esos gobiernos”.
Por su parte, Alexánder Guerrero, economista venezolano, piensa que la alternancia de la que habla Errejón lo que comprueba es que el socialismo es insuficiente y peligroso.
Evo Morales insiste en demostrar lo contrario y se mantiene firme en el intento. De todos los liderazgos de izquierda en el continente, el suyo es el único que sobrevive. ¿Cómo lo logró?
Bolivia o Narnia
En un acto sin precedentes, Mcdonald’s, una empresa que corre pocos riesgos, quebró en un lugar del mundo: Bolivia.
Mientras el menú más barato costaba alrededor de 25 pesos bolivianos, un almuerzo en el mercado popular se encontraba para la fecha de la quiebra, en el 2002, en 7 pesos. La gente sacó cuentas. No tenía sentido gastar más plata y comer menos Lo curioso es que en un país como Colombia pasa algo parecido -un menú ejecutivo suele siempre ser más barato que un mac combo- pero aquí Mcdonald’s sigue siendo el negocio del siglo. Por eso, Fernando Martínez, director del documental ¿Por qué quebró Mcdonald's en Bolivia?, dice que la explicación de la quiebra va mucho más allá del dinero.
La compañía lo intentó todo. Incorporaron sabores típicos, como el de la llajwa, salsa con la que que los bolivianos aliñan sus platos, crearon un menú parecido al popular, ofrecieron promociones, pero nada funcionó. “La cultura le ganó a una transnacional, al mundo globalizado", comentó Martínez a BBC Mundo.
Tenía que ser un país así el que eligiera a Evo Morales como jefe de gobierno. El día de su posesión, Piero cantaba “Al pueblo lo que es del pueblo” frente a miles de personas reunidas en la plaza San Francisco de La Paz. El escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) tomó el micrófono para gritar que era “el fin del tiempo del miedo en Bolivia”.
Un hombre con rasgos indígenas, un campesino cocalero, se convertía en el presidente de la República, con el 54 % de los votos. Galeano, que escribió cientos de líneas explicando por qué este continente rechaza lo propio, estaba convencido de que Evo Morales iba a partir la historia en dos. Se lo dijo en público y él lloró sin pena, conmovido.
Estaba, al fin, parado en el lugar de sus sueños. Su prima Adela Ayma contó en una entrevista que, cuando Morales tenía 15 años, el presidente del momento hizo una visita a su colegio, pero el equipo logístico no le permitió acercarse. Quedó tan ofendido, que ese día le porfió a sus amigos: “Algún día voy a ser presidente y fácil me van a encontrar”.
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En los 11 años que lleva en el poder, Morales logró matizarse a sí mismo. El diario BBC Mundo cuenta que cada año se reúne en el hotel Four Seasons de Nueva York con empresarios e inversonistas extranjeros, sin dejar de rendirles cuentas a los productores de hoja de coca, quienes lo impulsaron en la política. Incluso, terminó por incluir en su gabinete a funcionarios con otras tendencias, al descubrir que los choques y las discusiones no le iban a permitir aprobar ninguna de sus reformas. Tal vez ese es su plus frente al resto.
Y con esa misma habilidad, duramente cuestionada por sus efectos, logró que el Tribunal Constitucional aprobara su postulación ilimitada para el cargo de presidente. No es la primera vez que este Tribunal le permite a Morales extender sus poderes, aun en contra de la constitución. En el 2014 ya le había aprobado que se presentara a una nueva reelección.
“Eso garantiza una continuidad democrática, pero también la estabilidad, dignidad y trabajo por la igualdad del pueblo boliviano”, dijo Morales, con clara emoción, al enterarse del fallo.