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El gobierno de Emmanuel Macron ha tenido un vuelco hacia la derecha tan pronunciado, que incluso ha dejado atónitos a los representantes de la Agrupación Nacional (RN, por su sigla en francés), el partido que abandera la extrema derecha en Francia.
La semana pasada, el ministro de Interior francés, Gerald Dramanin, sugirió en un debate televisivo que la líder de la RN, Marine Le Pen, era muy “blanda” frente al islam radical. La expresión de Le Pen tras el comentario fue de total asombro. Que Darmanin la acusara a ella -cuyo discurso es bien conocido por ser populista y xenófobo- de no ser fuerte contra el Islam habla de cómo el Ejecutivo también se ha alimentado de las posiciones extremistas para complacer al electorado más conservador de cara a las presidenciales de 2022.
En octubre de 2020, Macron le declaró una guerra al “separatismo islamista”, como bautizó el presidente a “los intentos del islam de dominar partes del territorio nacional y de ir en contra de Francia”. Esto fue una dulce noticia para la islamofobia. A través del proyecto de ley contra el separatismo que presentó y que fue aprobado el martes, el presidente quiere reconfigurar las prácticas del islam en su nación para que se adapten a su visión de un “islam francés” que supuestamente reafirma los “principios republicanos de Francia”. Su objetivo, explica, es combatir así el islam radical y el terrorismo, pero lo único que termina haciendo este proyecto es aumentar la estigmatización, el discurso del odio y el clima opresivo y autoritario que Macron ha desencadenado.
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Hay que recordar que Macron también presentó el Proyecto de Ley de Seguridad Global que buscaba impedir que la ciudadanía registre los abusos por parte de la policía. Francia enfrenta un aparato de control extremo que Macron ha intentado instalar excusándose en que es lo mejor para proteger los “principios republicanos”, como la libertad. Y aunque los franceses se han manifestado contra estas medidas del gobierno, el gabinete del presidente continúa poniendo el dedo en la llaga. La última polémica llegó por el ministro de Educación Superior, Frederique Vidal, quien pretende controlar los estudios sobre el racismo en Francia.
Las manifestaciones contra el racismo sistémico en Estados Unidos, tras la muerte de George Floyd en 2020, hicieron eco en Francia, donde se ha tratado de desconocer este problema. Durante ya hace algunos años, Estados Unidos, un país que se construyó sobre la base del racismo y la esclavitud al igual que Francia, ha discutido las implicaciones de su pasado para la sociedad de hoy. Cabe destacar, por ejemplo, la autopsia que hace el Proyecto 1619, que pone en el centro de estudio las consecuencias de la esclavitud en el país y que busca integrarse a las escuelas. Pero esas iniciativas estadounidenses no han sido bien interpretadas por Vidal y el equipo de Macron, quienes las han calificado como “una amenaza”.
La pelea de Macron con el “separatismo islámico”, explicada
El concepto de “raza” en Francia es un tabú que, para varios políticos como Macron, busca “partir la república en dos” entre víctimas y culpables. Vidal lo entiende así también, por lo que pidió una investigación sobre quienes “miran todo a través del prisma del querer fracturar”. Con esto se refería a los investigadores que examinan el colonialismo y el racismo francés, a quienes también tildó de “activistas”. “La investigación determinará qué es investigación y qué es activismo y opinión”, concluyó Vidal.
Este esfuerzo del Ministerio de Educación Superior por controlar el examen del colonialismo francés y de acusar a las universidades estadounidenses de “promover peligrosas ideas de izquierda” preocupa a académicas afros como Mame-Fatou Niang, quien señala que los investigadores de las minorías han sido considerados activistas a lo largo de los siglos, y esto solo los pondrá bajo más escrutinio. Por otro lado, advirtió que esta “purga en la academia” causaría una fuga de cerebros.
“La enseñanza superior francesa tiene una excelente reputación en las escuelas de doctorado de EE. UU. donde se formarían investigadores muy sólidos, conocedores y serios. Sin duda, el sangrado y la fuga de cerebros aumentarán con acciones de este tipo. Este es su objetivo. Evacuar el pensamiento crítico”, dice Niang, quien ha sido atacada por legisladores franceses por supuestos “excesos ideológicos”.
Francia siempre ha tenido un problema con la historia de su colonialismo. Es un tema tan sensible como lo es la esclavitud para Estados Unidos. Y esto se traduce en un problema enorme para las minorías. El gobierno francés, a diferencia de otras naciones occidentales, no mantiene formalmente estadísticas sobre raza o religión, por ejemplo. Pero no se puede tener una conversación sobre desigualdad sin entender la raza, su historia y su contexto. Sin un examen detallado de su pasado y de la realidad actual, los afros pierden capacidad de integración a la sociedad.
“Es la incapacidad de arrojar luz sobre ese pasado lo que mantiene el racismo y la impunidad de la policía, o la impunidad de quienes toman decisiones, en el empleo o en la vivienda, en base en criterios físicos, y niegan los derechos de los franceses que son negros o árabes”, le dijo Karfa Diallo, fundadora nacida en Senegal de Mémoires et Partages a The New York Times.
En las universidades francesas, algunos académicos formaron un grupo conocido como el “Observatorio sobre el descolonialismo y las ideologías de identidad” con el objetivo de enfrentar lo que consideran un “enfoque poco saludable sobre la raza y la identidad en el mundo académico”. Pero todas estas iniciativas se enfrentan a la reticencia de un gobierno a examinar sus errores mientras coquetea con los electores de extrema derecha, a los que les conviene que dicha historia no sea examinada, y adopta leyes para proteger el olor a estiércol antes que medidas para revisar el racismo sistémico.
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