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La posesión de Neil Gorsuch como juez de la Corte Suprema ocurre una semana después de que Estados Unidos produjo terrores bélicos en Siria y el mundo pareció desmoronarse por falta de buen juicio. Sin embargo, este lunes Gorsuch carecía de cualquier signo de preocupación o remordimiento: su nombramiento oficial, precedido por el presidente Donald Trump en un jardín soleado y colorido de la Casa Blanca, sucedió en medio de cierta forma de la alegría. Era difícil negar, en cualquier caso, el carácter riguroso de la semana que había pasado. Tal vez por ello Trump dijo con cierta vanidad durante su discurso: “¿Piensan que esto ha sido fácil?”.
No, no ha sido fácil. No sólo porque la decisión del Congreso de nombrar a Gorsuch se tomó la misma semana en que Estados Unidos bombardeaba una base aérea en Siria —un acto que contó como la primera actuación directa del gobierno de Trump contra el gobierno de Bashar Al-Asad—, sino porque su elección tuvo que recurrir a procedimientos legales pero reprochables. Puesto que los demócratas en el Congreso no querían un juez conservador —y Gorsuch se ha definido como un originalista: de aquellos magistrados que interpretan la Constitución en su sentido dieciochesco, su sentido original—, la semana pasada, en los debates sobre su pertinencia como magistrado, tomaron la decisión de fungir como filibusteros para retrasar la votación tanto como fuera posible. Uno de los congresistas demócratas formuló un discurso de 15 horas, con apenas algunos vasos de agua a la mano y tal vez con la consciencia definitiva de que ningún hombre resiste una ideología con hambre y sed.
No hubo, sin embargo, ninguna manera de convencer a los republicanos. Cuando notaron que los demócratas minaban el buen camino hacia la elección de Gorsuch, optaron por cambiar las reglas de la votación. Entonces, necesitaron sólo una mayoría simple —que estaba a la mano— para elegirlo sin contar con la palabra ni el voto de los republicanos. A pesar de las molestias y los desencuentros entre ambos partidos, Gorsuch salió elegido el viernes con poma y circunstancia, y Estados Unidos pudo por fin conocer al reemplazo del juez Antonin Scalia. El nominado de Barack Obama durante su presidencia, Merrick Garland, jamás fue elegido porque, según la mayoría republicana, no tenía ningún sentido elegirlo en época electoral.
La entrada de Gorsuch, de 49 años y ahora ocupante de un cargo vitalicio, equilibra las cargas ideológicas entre la magistratura de la Corte Suprema. Ahora hay cuatro liberales, cuatro conservadores y un intermedio. Algunos de los temas que tocará Gorsuch durante sus primeros meses serán el derecho a la tenencia de armas, la oposición al aborto y algunos otros tópicos que han polarizado al país en los últimos años. El temor de algunos demócratas es que, dado que los jueces duran en el cargo hasta el día de su muerte —si así lo desean—, alguno de los magistrados con más años fallezcan durante el período de Trump y éste tenga el poder para reemplazarlos. En ese caso, las cargas de desequilibrarían y la Corte Suprema de Justicia podría convertirse en una institución netamente conservadora. A pesar de ello, Trump aseguró sobre Gorsuch: “Él decidirá casos basado no en sus preferencias personales, sino en una lectura justa y objetiva de la ley”.