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Mientras Australia sufría las consecuencias de los incendios más voraces de su historia, los cuales consumieron gran parte del ecosistema de bosques en el país, el primer ministro australiano, Scott Morrison, se encontraba de vacaciones en Hawái. Las noticias cada día eran más graves y el silencio del mandatario australiano era, a su vez, más inquietante.
23 seres humanos fallecidos, 10 millones de hectáreas consumidas por el fuego, más de 1.000 millones de animales muertos y la virtual extinción de los koalas y otras especies fueron algunas de las noticias que circularon con rapidez en el mundo entero. Sin embargo, pasaban los días y la respuesta por parte de Morrison no llegaba.
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A finales de diciembre se hizo viral la tendencia #WhereIsScott? (¿Dónde está Scott? en inglés), preguntándose dónde estaba el primer ministro. Solo días después, Scott Morrison dio la cara y en una escueta rueda de prensa pidió perdón por haberse ido de vacaciones. Los periodistas se miraban inquietos.
En su disculpa, Morrison pareció más preocupado por su imagen que por los incendios que en los primeros días de enero seguían consumiendo los bosques del país. Su lenguaje corporal y sus declaraciones dieron a entender que para él lo que ocurría en su país era algo "normal".
El problema es que, aunque las condiciones cálidas y secas que han alimentado los incendios no son nada nuevo en Australia, esta temporada de incendios ha sido con diferencia la más calamitosa. En un momento en el que los australianos pedían mayor compromiso por parte de su gobierno, y en el que las evidencias eran contundentes, Morrison la trató cualquier otra crisis política que puede enfrentar un gobierno.
“(A Morrison) se le ve con mucha menos frecuencia en la primera línea de los incendios, visitando comunidades devastadas o con sobrevivientes. Solo ha tratado de presentar los incendios como una tragedia normal nada fuera de lo común”, cuestiona el escritor Richard Flanagan en una columna publicada en el diario estadounidense The New York Times.
Para muchos analistas, esta reacción del primer ministro, que en principio podría ser algo descuidada, es más bien calculada y tiene que ver con un problema mayor dentro de la política australiana. Los científicos ya predecían el desastre cuando calculaban los efectos de un cambio climático, ahora convertido en emergencia.
“Es reflejo de una visión política hegemónica en Australia, que por años ha negado las pruebas de que el cambio climático es una realidad”, afirma Marc Hudson, investigador de la Universidad de Keele en el portal The Conversation.
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Aunque numerosas encuestas reflejan que la mayoría de los australianos creen que el cambio climático es real y se deben tomar medidas para mitigarlo, desde 1996 los sucesivos gobiernos conservadores han trabajado para ignorar el impacto negativo del calentamiento global. Con el de Morrison, son ya seis gobiernos (tres conservadores y tres laboristas) los que han logrado con éxito subvertir los acuerdos internacionales sobre el cambio climático en defensa de las industrias de combustibles fósiles del país.
En 1997, Australia y Estados Unidos fueron los únicos países que no ratificaron el Protocolo de Kioto. Y aunque en 2015 ratificó el Acuerdo de Paris, cuatro años después siguió el ejemplo del presidente estadounidense Donald Trump y de los gobierno de Rusia, Turquía y Brasil de retirarse del pacto.
Australia tiene una de las emisiones de dióxido de carbono per cápita más altas del mundo. Es también el mayor exportador mundial de carbón y gas y está rajada en cuanto a acciones para enfrentar el cambio climático, pues ocupa el puesto 57 entre 57 naciones, de acuerdo con el Índice de Desempeño frente al Cambio Climático. Hoy, los australianos representan el 0,3% de la población mundial pero liberan el 1,07% de los gases de efecto invernadero del mundo.
Y mientras Australia arde, su actual Gobierno reafirma el compromiso con el carbón y amenaza con convertir en delito las manifestaciones y boicots a empresas que afectan gravemente el medio ambiente. Esto explica por qué Australia fue uno de los países que más hizo lobby para que en la última Conferencia por el Cambio Climático (COP27), celebrada en Madrid, para que no se llegara a un acuerdo más contundente.
El problema es que la discusión climática terminó siendo una cuestión política, como sucede en grandes países contaminantes como Estados Unidos o China. Aceptar el impacto que provoca la industria del carbón y la minería en el medioambiente (los seis mayores productores de carbón generan más emisiones de gases que toda la economía australiana) sería exponer a los principales aportantes para sus campañas políticas en el país.
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Otro problema es el discurso que los conservadores han construido por años, en el cual argumentan que, si se toman acciones para la protección del medioambiente, esto podría influir negativamente en los puestos de trabajo. El país continental utiliza carbón (70%) para generar electricidad, mientras que el resto viene de la quema de otro combustible fósil, el gas natural.
Sin embargo, esta teoria ha sido rebatida en varias ocasiones por los políticos opositores y ambientalistas, pues de los casi 12 millones de trabajadores que tiene Australia, solo 238.000 laboran directamente en la industria de la minería.
“Morrison ganó una elección el año pasado al describir el cambio climático como la preocupación exclusiva de los habitantes de ciudades educadas y la política climática como una amenaza para los automóviles y camiones de los australianos. Hasta ahora ha intentado retratar los incendios forestales como una crisis, claro, pero en línea con los desastres naturales anteriores”, analiza Robinson Meyer, reportero de medioambiente de The Atlantic.
Pero más allá de las discusiones políticas, que sin duda determinarán el futuro del país, lo único cierto es que Australia seguirá quemándose. Y no ocurrirá solo este verano, sino en los que vienen. El clima se hará más y más seco, y las olas de calor serán cada vez más sofocantes. La evidencia científica está a la mano y depende de los australianos decidir si les creen a los políticos o a la ciencia.