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A Kyal Sin, apodada Angel, los militares de Birmania le dispararon en la cabeza el miércoles. La joven de 19 años protestaba en la ciudad de Mandalay, junto con centenares de personas, en contra de los militares que se tomaron el poder el pasado mes de febrero. Exigía el fin de la violencia contra los manifestantes.
Bailarina y aficionada al taekwondo, Kyal Sin era una activista solidaria que desde hacía días animaba a muchos a protestar. En una de las fotos antes de morir que se han viralizado, la joven aparece entre la multitud con unas gafas para protegerse de los gases lacrimógenos, mascarilla y una botella de plástico en la mano.
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“La botella en la mano es para ayudar a otros que eran alcanzados por el gas lacrimógeno. Sacrificó su vida para enseñarnos que hay esperanza”, escribió en Twitter Aung Naing Soe, un internauta birmano.
Cuando cayó por las balas de los militares, encontraron que en la camiseta negra que usaba durante las protestas con el lema “Todo estará bien” (Everything will be OK), también llevaba una etiqueta con su nombre y un mensaje en el que decía que quería donar sus órganos en caso de fallecer. Murió por la sed de poder de una junta militar que se negó a reconocer la derrota en las elecciones y decidió tomarse el poder a la fuerza.
Pero Kyal Sin no murió en vano, dicen sus amigos y familiares. Su figura está emergiendo como un ícono de las protestas en Birmania y de la violencia militar que ha dejado más de 50 muertos en el país. En su funeral, algunos hicieron el gesto de los tres dedos de la saga de “Los juegos del hambre”, símbolo de resistencia y protesta contra el abuso del poder que desde Tailandia se ha extendido a Birmania y Hong Kong.
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Y aunque los militares siembren el horror con jornadas violentas como la que el país vivió ayer, cuando mataran a por lo menos 38 personas en la jornada más sangrienta de la represión de la junta militar contra los manifestantes, este jueves los birmanos están en pie y siguen protestando.
Las calles de Rangún, Mandalay y la capital, Naypyidó, amanecieron llenas de amas de casa, monjes, estudiantes, trabajadores, médicos, jóvenes que exigen la salida de los militares y l la liberación de los detenidos, incluida la nobel de la Paz y líder de facto del país depuesta, Aung San Suu Kyi.
En dos diferentes puntos de Rangún, la antigua capital, centenares de jóvenes ataviados en su mayoría con cascos de plástico y escudos rudimentarios formaban barricadas para protegerse de las fuerzas de seguridad, que intentaban dispersarlos.
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Especialmente tensa era la situación en el distrito de Okkalapa Norte donde al menos 10 manifestantes murieron el miércoles y decenas fueron heridos.
Condena a la violencia
Human Rights Watch (HRW) denunció que las fuerzas del orden de Birmania “parecen intentar cortar las piernas del movimiento antigolpe a través de la violencia gratuita y la pura violencia”.
Richard Weir, investigador de Crisis y Conflicto de la organización, recalcó que “el uso de fuerza letal contra los manifestantes que rescataban a otros demuestra lo poco que las fuerzas de seguridad temen ser juzgadas por sus acciones”.
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Por su parte, la organización Fortify Rights reclamó que la junta militar que perpetró un golpe de Estado el pasado 1 de febrero termine “inmediatamente sus ataques mortales en todo el país contra manifestantes no violentos y devuelva el poder al gobierno electo”.
Por su parte, la Alta Comisionada de la ONU para los derechos humanos, Michelle Bachelet, pidió al ejército birmano que deje de “asesinar” a los manifestantes, en cuyas filas hubo al menos 54 personas muertas y más de 1.700 detenidas desde el 1 de febrero.
“Es odioso que las fuerzas de seguridad disparen munición real contra manifestantes pacíficos en todo el país. Estoy consternada también por los ataques registrados contra el personal médico de los servicios de emergencia y las ambulancias que intentan socorrer a las personas heridas”, dijo Bachelet en un comunicado.
“El ejército birmano debe dejar de asesinar y de encarcelar a los manifestantes”, agregó la expresidenta chilena, quien conoció en primera persona la detención y la tortura en su país y cuyo padre, Alberto Bachelet, murió detenido, torturado.