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El Ku Klux Klan dejó de ser hace mucho tiempo la única organización terrorista doméstica que amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos. Según el “mapa del odio”, del Southern Poverty Law Center, el cual rastrea los grupos de odio en el país desde 1990, en 2019 se encontraron 940 grupos supremacistas y nacionalistas que operan en territorio estadounidense, muchos con actividades en varios estados a la vez.
El aumento de estos grupos es muy preocupante: estas organizaciones se coordinan en internet y suelen estar armadas. En el pasado, sus miembros han perpetrado ataques mortales, como tiroteos, y se han descubierto complots para llevar a cabo actos terroristas en el país. Las víctimas suelen ser afroamericanos, la comunidad LGBT, judíos o musulmanes, así como mujeres. La misión de la mayoría de estos grupos es formar una segunda Guerra Civil que conduzca a la “caída del sistema” para construir “una nación racialmente pura”.
Por esa razón, el martes, cuando el presidente Donald Trump se resistió en el debate presidencial a condenar las acciones de estos grupos de ultraderecha y en lugar de ello les pidió que “se mantuvieran alerta” -lo que se interpretó como una posible llamada a la acción para más adelante- las alarmas se encendieron de nuevo.
Como hemos visto en los últimos tres meses, estos grupos ya están saliendo de las sombras: ahora están patrullando abiertamente las calles para supuestamente defender el “orden nacional” persiguiendo a los manifestantes del movimiento Black Lives Matters.
Y aunque el presidente retrocedió horas después de sus declaraciones pidiéndoles a estos grupos que dejaran “que la policía hiciera su trabajo”, esto no cambia el hecho de cómo Trump ha ignorado un problema de enormes proporciones y lo ha alimentado durante sus casi cuatro años al mando.
Para Trump, los grupos radicales de derecha no son una amenaza para la seguridad del país como lo son, para él, los movimientos de izquierda como Antifa (abreviatura de antifascista). Pero se equivoca. El mismo Buró Federal de Investigaciones (FBI) lo contradice. El director de esta entidad, Christopher Wray, declaró hace tan solo dos semanas ante un comité de la Cámara que “el extremismo violento por motivos raciales” constituye la “mayor amenaza de terrorismo nacional”.
Hoy la violencia causada por los extremistas blancos representa más peligro para las fuerzas estadounidenses que la de los extremistas religiosos, como los yihadistas del Estado Islámico (EI), según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS). Una encuesta realizada en agosto por el Military Times, en asocio con el Instituto para Veteranos y Familias Militares, encontró que las tropas consideran que el supremacismo es una amenaza tan grande como la de Al Qaeda y el EI, e incluso más preocupante que el peligro que representa Corea del Norte o Irak.
Las estadísticas también nos muestran que la teoría de Trump está mal. Según los datos del Global Terrorism Database, el 35 % de los actos de terrorismo nacional ocurridos entre 2010 y 2017 estuvieron relacionados con la derecha, mientras que el 13 % estuvieron ligados a la izquierda. Además, los ataques de extremistas de derecha no solo ocurren con más frecuencia, sino que tienen más probabilidades de dejar víctimas mortales.
Ahora hay dos grandes problemas con estos grupos. El primero es que el presidente, además de ignorar la magnitud del daño que pueden causar los extremistas blancos, les ha dado su apoyo. Sus palabras en el debate, cuando les dijo a los miembros de Proud Boys (un grupo supremacista blanco) que se “mantuvieran alerta”, han sido aplaudidas por los extremistas y compartidas en los foros de internet donde se reunen. Ahora mismo están imprimiendo camisetas con esa frase. “Estamos listos, señor”, advirtieron. A los analistas políticos esto les produce escalofríos.
Pero así como Trump ha ignorado el problema, también lo ha hecho todo el gobierno. Y lo que es más preocupante: el silencio estaría acompañado de una infiltración de estos grupos extremistas en las fuerzas del orden donde habrían simpatizantes de estas ideologías. Y este segundo problema no es totalmente culpa de Trump.
Cabe decir que esta no es una situación exclusiva. En Alemania , en los últimos cuatro meses, se ha encontrado una red de ideología extremista que comparte material nazi en el interior de las Fuerzas Armadas. Por dos décadas, la esfera política en Alemania ha negado la posibilidad de que la extrema derecha se haya infiltrado en la policía, por ejemplo. Sin embargo, cada vez se reconoce con mayor fuerza y preocupación esta realidad.
En Estados Unidos, el FBI ha advertido constantemente sobre los vínculos entre grupos extremistas y las fuerzas del orden. Esta semana, precisamente, un panel de la Cámara de Representantes publicó un memo de 2006 en el que el FBI denuncia que “la infiltración de supremacistas entre el personal encargado de hacer cumplir la ley es una preocupación debido al acceso que pueden tener a áreas restringidas vulnerables al sabotaje”.
Con la infiltración, funcionarios electos y otras personas protegidas podrían verse como posibles “objetivos de violencia”. Además, esta relación podría conducir a una tolerancia pasiva de los delitos de los supremacistas. Sin embargo, el FBI y el gobierno han fallado en presentar una estrategia para contrarrestar estas infiltraciones. Los esfuerzos han sido insuficientes. ¿Cómo responder?
Según Daniel L. Byman, analista político del Instituto Brookings, son varios pasos a seguir. Uno es corregir la desigualdad en los recursos para combatir la violencia. El enfoque nacional ya no debe ser contrarrestar el terrorismo extranjero, sino el doméstico, pues es la principal amenaza.
También hay que introducir leyes que conviertan el terrorismo nacional en un delito federal. Eso permitiría designar formalmente a las organizaciones extremistas como terroristas y así ampliar el intercambio de información y los recursos para combatir esta amenaza. ¿El problema? Es complejo. Los defensores de una ley nacional contra el terrorismo señalan que aclararía el “mosaico de cargos” que se usan contra los extremistas. Sus opositores señalan que expandería los poderes del gobierno y desafiaría la Primera Enmienda de la Constitución y la libertad de expresión. Por razones como esas los proyectos se han visto estancados hasta ahora.
Otro paso es incorporar a las empresas de redes sociales como actores claves para luchar contra los movimientos de supremacía blanca. Plataformas de mensajería como Telegram se han convertido en un centro de reclutamiento para supremacistas y los meses de pandemia han disparado ese reclutamiento. Esto es grave, y los números durante la pandemia lo confirman. Los canales asociados con supremacismo y racismo crecieron en más de 6 mil usuarios solo en marzo, según una exclusiva de la revista Time. En estos meses, “los miembros de estos grupos han comenzado a discutir cómo convertir el virus en armas para atacar a las minorías”, dijo la revista.
Y si bien hay avances, estos han sido desiguales y algunos algoritmos continúan favoreciendo el contenido inflamatorio de las cuentas más conservadoras. Estamos en un escenario propicio para el reclutamiento de estos grupos, pues cuantas más personas sientan que el sistema los ha abandonado, más resuena el enfoque para derribarlo, de acuerdo con Cynthia Miller-Idriss, directora del Laboratorio de Investigación e Innovación de Polarización y Extremismo en la American University.
El último paso es de nivel político y para esto, señala Byman, se necesita que el presidente deslegitime la violencia y el supremacismo blanco, además de las voces que lo apoyan abiertamente. No se puede, como dice Trump, decir que “hay gente muy buena en ambos lados”.
“El FBI no podrá iniciar una investigación mientras esta tenga como objetivo lo que el presidente percibe como su base electoral. Es una situación sin salida”, advierte Byman. Por eso, concluye, se necesita una dirección diferente en la Casa Blanca.
Estos pasos no acabarán con la amenaza de inmediato, pero podrían limitar el peligro con el tiempo. Sin embargo, Byman advierte que los dos caminos de noviembre son tenebrosos: si Trump gana podría sostenerse este aumento de los extremistas. Si pierde, de todas maneras habrá un aumento de la violencia. Y por eso brinda un último consejo: hay que fortalecer la lucha contra los gobiernos extranjeros que explotan el extremismo en el país. Byman advierte que Moscú lleva a cabo operaciones periódicas para polarizar a los estadounidenses y aumentar la discordia. El FBI lo confirma. Trump guarda silencio.