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Venezuela presenciará hoy una inusual batalla en su frontera con Colombia: un duelo de conciertos. En un extremo del puente de Tienditas, entre Cúcuta y Táchira, estarán los artistas convocados por el multimillonario empresario Richard Branson, quien el 14 de febrero anunció el Venezuela Live Aid, un megaevento, apoyado por el líder opositor y presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, con el que espera recaudar fondos para la crisis venezolana y exigirle al gobierno que deje entrar la ayuda humanitaria al país. Del otro lado del puente, el mandatario venezolano, Nicolás Maduro, celebrará en respuesta su propio concierto con el oficialismo, al que ha denominado Hands off Venezuela, con el que busca denunciar “la agresión brutal a la que se intenta someter al pueblo venezolano”. Las dos ofertas musicales, aunque dicen abogar por “causas humanitarias”, son otro de los pulsos políticos y diplomáticos entre el gobierno y la oposición.
“Guaidó, quien es reconocido como el presidente legítimo de Venezuela por más de cuarenta naciones, y Leopoldo López, el líder opositor que permanece en arresto domiciliario en Caracas, nos pidieron ayudar a organizar este hermoso concierto, para atraer la atención internacional a esta inaceptable crisis”, confesó Branson a la BBC, revelando así que la oposición estaba tras bambalinas del evento. Con él, Guaidó y aliados buscan aumentar la presión al gobierno y a los militares para que le den paso a la denominada “ayuda humanitaria”. Mientras que Maduro, con su improvisada respuesta, espera calmar las turbias aguas de las últimas semanas en su bando. El analista político Luis Vicente León advierte que “una vez que se necesita ayuda, es natural que el tema tome connotaciones políticas”. El uso de los conciertos como plataforma política no es una novedad.
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A lo largo de la historia, la música y los conciertos han tenido un papel protagónico tanto en la manifestación política como en la social. Por ejemplo, en 1844, el compositor italiano Giuseppe Verdi estrenó la ópera Nabucco, en la que los coros de los hebreos esclavos fueron interpretados por los italianos como un grito de guerra para oponerse al dominio austro-francés; mientras que un concierto de 1987 a pocos metros del Muro de Berlín, en el que estuvieron Phil Collins y David Bowie, fue la génesis de la rebelión de los jóvenes de Alemania Oriental, que al escuchar la música occidental se sintieron envalentonados para enfrentar la dirección represiva de la República Democrática de Alemania, que los había llenado de prohibiciones. “El muro debe caer”, comenzaron a cantar los jóvenes al escuchar los sonidos de Bowie.
Los conciertos, además, se volvieron una herramienta de recaudación benéfica. Los expertos coinciden en que fue el Live Aid de 1985 el que marcó un hito histórico y cambió la naturaleza de recaudación de fondos para emergencias humanitarias. Un billón de personas, más de un cuarto de la población mundial, observó en sus televisores el famoso concierto del 13 de julio de 1985. Fue un evento monumental, transatlántico, de 16 horas de duración y con un repertorio de artistas inigualable hasta el momento. Bob Geldof, su organizador, buscaba recaudar fondos para confrontar el hambre en África, un continente pobre e ignorado hasta el momento por los medios de comunicación.
La fotografía de Birhan Woldu, una niña hambrienta al borde de la muerte se convirtió en la imagen de la campaña. Su rostro saltó de pantalla en pantalla, otorgándole la fama que nunca pidió y de la que hoy se lamenta. Apareció en escena junto a Paul McCartney, Madonna, Queen y Bowie, que le entregaron al mundo presentaciones remarcables y un poderoso mensaje. Pero, aunque al final se recaudaron más de US$80 millones para la causa y se cumplió la meta, el dinero poco o nada pudo hacer para terminar con el hambre. Hoy Etiopía, que recibió los fondos del concierto, sigue en la extrema pobreza y, lo que es peor, los recursos pudieron terminar haciendo más daño.
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El periodista y analista político David Rieff publicó en 2005 —en vísperas de que Geldof organizara una repetición de su popular evento— que el Live Aid de 1985 contribuyó a agudizar la crisis en Etiopia. “Hay una diferencia entre recaudar dinero y gastarlo bien”, explica Rieff. Una parte de los recursos recolectados, según el reportero y otros medios, fueron desviados por el Frente de Liberación Popular de Tigray para comprar armas, que contribuyeron a agravar la guerra civil que se desarrollaba en el país, que fue la responsable de la crisis de hambruna por la que se hizo el concierto. “Hizo tanto bien como daño”, dice Rieff. Y el Live Aid no ha sido el único concierto benéfico rodeado de polémicas.
“Las contradicciones se han vuelto demasiado agudas. Hace años, era posible imaginar que si alimentaba a las personas, les daba refugio o cuidaba sus necesidades médicas, estaba haciendo algo que no tenía inconveniente moral o político, pero después de Somalia, Ruanda, Kosovo, la gente se dio cuenta de que el humanitarismo puede hacer el bien como puede dar también lugar a consecuencias negativas no deseadas”, afirmó Rieff.
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“Cúcuta es una especie de desastre. Los políticos han usado mal el término intervención humanitaria para disfrazar otros objetivos”, le dijo el jefe de una organización internacional de atención médica a Vice. “Es por eso por lo que no ves a la ONU ni a las ONG humanitarias involucradas en este juego tonto”, concluye.
Hay quienes sostienen que la asistencia, más que humanitaria, se ha convertido en un arma política. En caso de lograr la entrega de las donaciones, que Guaidó programó para mañana, la oposición causaría una gran grieta en el apoyo a Maduro, quien asegura que el apoyo estadounidense tiene intereses ocultos de ese país. Este sería un golpe que podría significar el inicio del fin de su gobierno.
“Es lamentable que la ayuda se haya convertido en un peón en el partido de ajedrez político entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela. La ayuda nunca debe ser usada como cebo político. Tanto las personas que la necesitan como las que arriesgan sus vidas para entregarla merecen algo mejor”, afirma Provash Budden, director regional para las Américas de Mercy Corps.