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Mientras Michel Temer, presidente brasileño, anunciaba en el foro de Davos “el nacimiento de un nuevo Brasil”, los tres jueces del Tribunal Regional Federal 4 (TRF4) pedían que se elevara a doce años y un mes la pena de nueve años y medio dictada contra el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, en primera instancia. “Hay prueba, encima de lo razonable, de que Lula fue uno de los articuladores, si no el principal, de la trama de corrupción que operó en la estatal Petrobras”, afirmó el primer juez, Joao Pedro Gebran Neto.
“Da igual lo alto que uno esté, la ley está todavía más alto que usted”, afirmó el segundo magistrado de la Corte, Leandro Paulsen, al ratificar la condena. El tercer miembro del tribunal, Victor Luiz dos Santos Laus, fue aún más duro: pidió prisión.
Sin duda, el golpe más duro de la carrera política de Luiz Inácio Lula da Silva, que vió cómo su futuro quedaba marcado en Porto Alegre, su cuna sindicalista.
El presidente más valorado de la historia de Brasil tiene seis procesos abiertos, pero es uno el que lo tiene en problemas. En julio de 2017, Lula fue hallado culpable de recibir de la constructora OAS un apartamento de lujo en el balneario paulista de Guarujá supuestamente a cambio de favorecer con contratos a Petrobras.
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¿Qué le pasó al expresidente más popular de Brasil y, hasta ahora, el favorito en las elecciones de 2018 (tiene el 87 % de popularidad)? Analistas de ese país coinciden en que el grave error de Lula fue haber dejado pasar la corrupción que corroía al Partido de los Trabajadores y cuya sombra hoy se posa sobre él.
“El PT minimizó las denuncias por ‘irrelevantes’ y continuó como si nada. Lula trató de distanciarse de las prácticas corruptas y se declaró traicionado, muy poco para el jefe de Estado”, explicó recientemente Frei Betto, exasesor de Lula da Silva.
El exobrero metalúrgico, de 72 años, insiste en que todo es una artimaña para sacarlo de la carrera presidencial, que la derecha no quiere volver a ver a la izquierda gobernando en América Latina. Pero, según analistas, la derecha sería la más perjudicada con Lula fuera de la carrera presidencial.
“Esa derecha, huérfana de candidatos, cuyo sueño es poder apagar el incendio de la Lava-Jato para poder sobrevivir tranquila, sabe que Lula, moldeable por temperamento, sería más comprensible en los laberintos y enjuagues de la vieja política que cualquier otro presidente de la izquierda. Les conviene un gobierno de Lula da Silva”, afirma Juan Arias en el diario El País.
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Y es que, a pesar de que la segunda instancia confirma y aumenta la condena a Lula da Silva, todavía tiene recursos para salvarse y ver su foto en boleta electoral de octubre. Por el momento, no se dictará una orden de captura en su contra hasta que agote todos los recursos disponibles.
Además, el expresidente puede registrar su candidatura en el Tribunal Superior Electoral (TSE) hasta el 15 de agosto. Este organismo no la tiene fácil, pues Fernando Collor de Melo (presidente destituido en 1992) ya es precandidato.
Si la candidatura fuera eventualmente impugnada, se abrirá un juicio en el TSE, pero Lula podría hacer campaña hasta la decisión final del tribunal. Los partidos pueden cambiar su abanderado hasta 20 días antes de las elecciones, el 7 de octubre. El Partido de los Trabajadores (PT) ha admitido que su “único” candidato es Lula.
La derecha, desprestigiada también por la corrupción, tiene aún menos probabilidades de ser elegida en las urnas. Marval Pereira, del periódico brasileño O’Globo, explica: “Por el rechazo de la sociedad, será difícil que un candidato que haya apoyado al gobierno Temer sea elegido”.
Lula sabe que está golpeado pero, como diría su amigo Frei Betto, “siempre está listo para volver”, por eso capitaliza el golpe y grita en Porto Alegre: “Lo que me están haciendo no es nada comparado con lo que sufren millones de brasileños. ¡Estoy con ustedes!”. Como si estuviera en campaña...