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“‘Adolfo Hitler está todavía vivo’ y en Colombia: documento de 1955 entre los archivos desclasificados de Kennedy”. Con ese título, Univisión fue el primer medio en español que publicó, el pasado 29 de octubre, la noticia que prometía convertirse en el éxito viral de la semana, y así fue. Durante días, las notas sobre Hitler ocuparon el primer lugar entre las más leídas en los medios colombianos, ningún periódico ni noticiero se resistió al atractivo del cuarteto Hitler, CIA, Kennedy y Colombia, que además venía acompañado por una versión digitalizada del documento de la CIA que lo probaba todo. Para más señas, el documento también tenía una foto en la que se ve a un hombre peinado de lado y con bigote, muy parecido a Hitler.
El documento de la CIA, que provocó entrevistas con historiadores y cazadores de nazis, que despertó el debate sobre la influencia de Hitler en la arquitectura boyacense y que, además, puso a medio mundo a pensar en el líder alemán en los termales de Paipa, comiendo tamal y longaniza, es real, existe. Se puede consultar en la biblioteca virtual de la CIA junto a otros tres documentos de los que nadie se tomó el trabajo de hablarnos.
En el primero de ellos, fechado el 11 de octubre del mismo año y firmado por Franklin D. Mallek, la estación de la CIA en Bogotá se ofrece a investigar los hechos relacionados por David N. Brixnor en el documento que circuló esta semana en todos los medios. En él, Brixnor cuenta que Philip Citroën, un antiguo miembro de la SS transformado en empleado de una compañía de correos holandesa, le contó al agente Cimelodi-3 que había tenido contacto con Hitler en Tunja, al menos una vez al mes, en medio de los viajes que su trabajo lo obligaba hacer a Venezuela.
El siguiente cable es del 17 de octubre y, esta vez, viene de Maracaibo. Allí, George M. Warbis dice que las bases de la CIA en esa ciudad conocen la historia y la foto que Philip Citroën tiene con Hitler. También saben que el antiguo soldado alemán vive en Venezuela con su hermano François y que, además, ambos son socios del Maracaibo Times, un periódico en inglés que por ese entonces circulaba en la ciudad porteña. Para el remitente, la historia es claramente fantasiosa.
La historia de los cables termina el 4 de noviembre. Un mes después del primer reporte sobre el tema, Franklin P. Holcomb se dirige al jefe de estación en Caracas y al jefe de base en Maracaibo diciéndoles que “el cuartel general no tiene objeciones en pasarle esta información a Cirelia (el agente que la estación bogotana ofreció para llevar a cabo la investigación en Colombia), pero creemos que esfuerzos enormes se podrían gastar en este asunto con posibilidades remotas de establecer algo concreto. Por eso, nosotros sugerimos que abandonen el caso”. También se añade una recomendación para escribir Tunja en lugar de “Tunga” y para corregir el apellido del sospechoso, de Schrittelmayor a Schuttelmayor.
Los problemas con las noticias sobre Hitler en Tunja no terminan allí. Además de publicar incompleta la información de la CIA, los documentos que hablan sobre el rumor difundido por Philip Citroën no aparecen por ningún lado entre los papeles liberados el 26 de octubre de este año sobre el asesinato de John F. Kennedy, un dato que muchos medios nos encargamos de reproducir y que, sin embargo, es falso.
¿Por qué el dato de la fuente no es un detalle menor?
El 22 de noviembre de 1963, el presidente de estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy (JFK), recibió dos impactos de bala cuando se desplazaba a bordo de un carro descapotado por las calles de Dallas. El presunto responsable, Lee Harvey Oswald, fue asesinado después de su arresto, mientras era trasladado de prisión para ser interrogado y antes de ser llevado a un juicio que nunca llegó y que, desde entonces, se convirtió en la excusa para todo tipo de teorías de conspiración. La aparición de los documentos sobre Hitler en Tunja en el archivo de esa investigación parecía una de ellas.La primera fuente de sospecha fue que el documento de la CIA está fechado ocho años antes del asesinato de Kennedy. La segunda, vino después de revisar los vínculos que algunos medios pusieron en sus artículos y en los que remitían al archivo de JFK, en una página específica (la 19) y en la que sólo aparecían relacionados documentos del FBI. Ninguno de la CIA.
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Según Miram Keiman, de la oficina de comunicaciones de los National Archives, la entidad que recientemente puso a disposición del público los nuevos documentos sobre JFK, la única forma de verificar si los cables sobre Hitler en Tunja estaban entre los archivos liberados, era revisar la base de datos en la que aparece indexado cada uno de los documentos desclasificados, una tarea que toma pocos minutos y en la que, después de usar la fecha, el remitente y destinatario como criterios de búsqueda, no arroja ningún resultado. Las comunicaciones de la CIA sobre Hitler en Tunja no están entre los documentos desclasificados, ni si quiera si uno se toma el trabajo de abrir los archivos uno por uno.
Algo salió mal en cada una de las notas que ponían al archivo de Kennedy en sus titulares y en las que, además, lo citaban como fuente. Una negligencia que seguramente resultó siendo afortunada para personas como el argentino Abel Basti, autor de Tras los pasos de Hitler, un libro publicado hace cuatro años y en el que se citan los cables de la CIA sobre Hitler en Tunja. La obra de Basti debió recibir un empujón extra, pero la reflexión en las salas de redacción debería ser otra.
No Hemos Entendido Nada es el blog en el que Diego Salazar, antiguo editor de Etiqueta Negra y del periódico Perú21, se dedica a investigar la industria de los medios. También caza noticias falsas y cree que el error no fue pequeño: “los periodistas no inventamos información, hacemos referencia a la fuente de la que hemos tenido conocimiento, ya sea a través de una entrevista o de la consulta con un archivo. Si no atribuimos correctamente la fuente de origen de la noticia, no estamos cumpliendo con nuestra labor más mínima que es, por un lado, verificar la información y, por otro lado, atribuir de forma correcta su procedencia”.
“¿En qué se diferencia esto de un video de gatitos, si el único objetivo es conseguir un clic y capturar la atención del lector por un minuto o dos?”, pregunta Salazar quien, a pesar de admitir que los medios de comunicación hacen parte de la industria del entretenimiento, no cree que por eso el periodismo deba renunciar a tener criterios rigurosos.
Es muy probable que los archivos de la CIA sobre Hitler en Tunja se hubieran vuelto virales sin necesidad de relacionarlos con el archivo de JFK. Haberlo hecho no sólo fue deshonesto, sino irresponsable y tuvo consecuencias reales.
En el portal Infowars, muy popular entre la extrema derecha estadounidense, un reportero salió al aire haciendo una lectura bastante literal de las notas de prensa: “Hitler está vivo […] mi gobierno me mintió premeditadamente durante toda mi vida”. El periodista hablaba indignado en el programa de Alex Jones que, con más de dos millones de seguidores en Youtube, es célebre por vociferar mensajes racistas y difundir noticias falsas como que Barack Obama no nació en EE.UU. o que la masacre en la escuela primaria Sandy Hook, en 2012, es una farsa.
En ese mismo programa aparece como invitado Tim Kennedy, quien dentro de poco estrenará un programa sobre Hitler en History Channel y tampoco dudó en decir que los documentos que hablan sobre Hitler en Colombia están en los archivos de JFK.
Personajes como Jones se fueron quedando con la credibilidad que perdieron los grandes medios de comunicación estadounidenses, algo que les podría pasar, o ya les está pasando, a los medios que descuidan el buen periodismo en medio de su carrera por los contenidos virales.
“Hoy en día, lo que los medios digitales buscan es clics y para eso se aferran a contenido que no es otra cosa que noticias entre comillas”, dice Salazar, para quien el futuro no es halagador: “Al final tienes un ecosistema en el que da igual lo que los medios dicen porque nadie cree en lo que te venden como noticia”.
Está claro que los medios pueden cometer errores, pasa todo el tiempo. El problema viene cuando reproducimos un error ad nauseam, cuando publicamos información falsa y sin verificar y cuando, para colmo de males, nuestro contenido defectuoso se vuelve viral. Para Salazar, las mecánicas que permiten ese tipo de prácticas en las salas de redacción tienen que ver con una forma errada de pensar nuestra fuente de recursos: “el modelo de anuncios en la economía digital está quebrado y lo único que estamos haciendo peleándonos por clics es abaratando aún más el precio de la propaganda digital”.