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El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha usado como ningún otro líder mundial la religión y la fe para enfrentar la pandemia de coronavirus en su país. Primero, en marzo, el mandatario mostró durante una rueda de prensa una estampa del Sagrado Corazón de Jesús que aseguraba era su “escudo protector” contra el virus. Ahora, al mejor estilo de Moisés enseñando el Decálogo de la Biblia, López Obrador anunció esta semana una serie de recomendaciones para evitar el virus, dentro de las que se encuentran “no mentir, no robar y no traicionar”. Estas, sin embargo, son insuficientes para enfrentar la pandemia.
Hasta ahora la postura de López Obrador frente a la crisis ha sido errática. No solo desestimó la importancia de la pandemia antes de que se agravara, sino que se negó a adoptar medidas recomendadas por expertos para evitar un mayor número de contagios y alentó a sus ciudadanos a que continuaran con su vida como si nada estuviera pasando.
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“Habría pensado que el político tenaz y ambicioso, que el dirigente rebelde y astuto habría tenido prendas para aquilatar la amenaza de estos días y, sobre todo, que habría tenido madera para el mando. Ni lo uno ni lo otro. Ni cabeza para entender, ni cabeza para planear”, le reprochó Jesús Silva-Herzog Márquez, analista político del periódico Reforma.
Ahora México, bajo la terquedad de López Obrador para seguir los consejos de expertos en el campo de la salud, se ha convertido en el nuevo foco de la pandemia. Mientras el país comienza a incorporar las medidas de reactivación económica, el número de víctimas aumenta gradualmente en el país a un ritmo acelerado. La Secretaría de Salud de México informó el miércoles, por primera vez desde el inicio de la crisis, más de 1.000 fallecimientos en un día.
Sin embargo, López Obrador no ha sido el único que ha basado su liderazgo contra el virus en un acto de fe. En Brasil, el otro gran foco de la pandemia en el continente, el presidente Jair Bolsonaro ha usado la misma estrategia para enfrentar la crisis. Aliándose con los evangélicos del país, Bolsonaro dijo que no había que acobardarse frente al virus, pues “Dios está con nosotros”. El mandatario ultraderechista, que se negó a adoptar cuarentenas como medidas preventivas, atacó a los funcionarios que buscaban detener la curva de contagios y desairó las advertencias sobre el peligro de la enfermedad, ahora tiene un país en el que cada minuto muere un ciudadano por cuenta del COVID-19, según informó este jueves el diario Folha de São Paulo.
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Pero Bolsonaro no solo falló en contener la crisis, sino en aliviar el dolor de su pueblo. Al igual que su homólogo estadounidense, Donald Trump, ha sido incapaz de dar consuelo. El jueves, cuando uno de sus partidarios le pidió unas palabras de consolación luego de que el país registrara el mayor número de muertos por día hasta ahora, Bolsonaro respondió que “la muerte es el destino de todos”. No es la primera vez que se le ve crudeza en sus comentarios, pues semanas atrás había contestado a una periodista que le consultó por el récord de muertes diarias que “así es la vida. ¿Qué quieren que haga? Soy Mesías, pero no hago milagros”.
Las posturas de López Obrador y Bolsonaro demuestran que el problema del liderazgo hoy no figura en las corrientes ideológicas, sean estas de izquierda o de derecha como las de ellos, sino en el populismo. “Los dos grandes de Latinoamérica en la geopolítica y la economía, como son Brasil y México, ambos gobernados por populistas, han puesto en evidencia una mala gestión. En un momento, en el que el Estado debería tener como prioridad proteger a la población, ninguno de los dos tomó en serio la pandemia”, señaló Jan Woischnik, director para Latinoamérica de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) a la Deutsche Welle.