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Hace poco más de un año, Gilbert Arteaga instaló bajo el céntrico puente Fuerzas Armadas la "Barbería Bolívar". El rótulo está pintado en un mural con un rapero y un Simón Bolívar a caballo.
Lo que ganaba como empleado en una peluquería no le rendía. Tampoco podía alquilar un salón por el alto costo.
"En un local hay que pagar servicios, acá no. La luz (para conectar el secador de pelo) la sacamos de una alcantarilla y el agua nos la regalan", cuenta Gilbert, barbero profesional de 27 años.
Por un corte cobra 100.000 bolívares -lo que cuesta un huevo- si el pago es en efectivo, severamente escaso; y 150.000 si es con tarjeta de débito, para lo cual usa un dispositivo de pago electrónico que le prestan en un local vecino.
Recibe 15 clientes diarios. "La mitad de la ganancia se va en comida y el resto en pasajes. Vivo en un ranchito, a tres horas de acá, pero le echo bolas (ganas)", dice.
Gilbert cuenta que algunos usuarios le agradecen haber recuperado la tradición de las peluquerías de calle y reivindica que su barbería le quitó un escondrijo a la delincuencia.
Menos clientes
En una esquina del sector popular de El Valle, Franklin Aguilera, de 28 años, también resiste a la grave crisis haciendo degradados con hojilla y arreglando barbas y cejas.
Bajo un desgastado toldo amarillo, cuenta que llegó allí después de que quebró su negocio en un centro comercial.
"Entre cinco barberos arrendamos un local, pero nunca nos rindió, estaba muy escondido y tuvimos que cerrar. Adentro (en un salón) no se puede trabajar, es muy caro", relata.
Franklin se queja de que sus clientes disminuyen por la falta de dinero en efectivo, del que depende pues no puede comprar un dispositivo de pago electrónico.
Los billetes escasean por los altos montos que genera la inflación, proyectada por el FMI en 13.800% para 2018.
"Trabajo todos los días, pero no es suficiente Antes recibía de 15 a 20 clientes, ahora la mitad porque no hay efectivo", relata este padre de cinco niños.
Según la organización empresarial privada Consecomercio, un tercio de los negocios del país cerró en el último año por la debacle.
Una ganga
Cortarse el pelo en la calle cuesta diez veces menos que en un salón promedio. Luis Guerrero, cliente de Gilbert y empleado en una tienda de ropa, se beneficia de la ganga.
"Ya no se puede ir a un local, sale muy caro", dice el joven de 26 años. En un negocio formal tendría que desembolsar 40% de un ingreso básico.
También saca provecho María Castillo, quien hizo peluquear a su sobrino por 200.000 bolívares en efectivo en un mercado a cielo abierto de Catia, donde los estilistas conviven con ruidosos vendedores ambulantes.
Como el banco solo entrega 100.000 bolívares diarios, tuvo que madrugar dos días para hacer fila.
"Lo llevábamos a una peluquería infantil, pero le subieron el doble", cuenta María, de 29 años, quien sin ser experta le corta el pelo a su padre para ahorrar dinero.
Los precarios ingresos de los barberos de calle los tientan a seguir el camino de miles de venezolanos que emigran por la situación.
Gilbert ha recibido propuestas y el socio de Franklin ya se fue a Colombia. Pero, por ahora, han decidido quedarse.
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