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Protestas en Rusia: ¿sobrevivirá el movimiento de Navalny?

Alexéi Navalny, la figura más famosa actualmente de la oposición contra el mandatario ruso, Vladimir Putin, tiene un lado que despierta dudas en un sector del país. ¿Por qué?

31 de enero de 2021 - 02:00 a. m.
Lo que sorprendió de las protestas del pasado 23 de enero exigiendo la liberación del opositor Alexéi Navalny no fue solo la magnitud -se dice que marcharon más de 100.000 personas-, sino la ubicación y el coraje de la gente / Efe
Lo que sorprendió de las protestas del pasado 23 de enero exigiendo la liberación del opositor Alexéi Navalny no fue solo la magnitud -se dice que marcharon más de 100.000 personas-, sino la ubicación y el coraje de la gente / Efe
Foto: EFE - MAXIM SHIPENKOV
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Ni los muñecos de nieve se salvan. La más mínima muestra de desafío al Kremlin ha sido reprimida en Rusia históricamente, pero desde que se endurecieron las leyes de control al activismo y a las protestas en 2019 la situación ha empeorado. A Yelena Kalinina, habitante de Zachachye en el norte de Arkhangelsk, la llevaron a interrogatorio porque al frente de su casa elaboró unos muñecos de nieve con carteles recriminando al gobierno. “Abajo el zar”, decía uno en referencia al presidente Vladimir Putin. Esto fue hace una semana.

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Lo que sorprendió de las protestas del pasado 23 de enero exigiendo la liberación del opositor Alexéi Navalny no fue solo la magnitud -se dice que marcharon más de 100.000 personas-, sino la ubicación y el coraje de la gente. Moscú estaba a -3° y Omsk y Yakutsk, dos ciudades de Siberia, estaban a -30° y -52° respectivamente. Pero ni el frío impidió que decenas de miles de personas salieran a protestar en estas y otras 100 ciudades rusas. La ciudadanía ya está harta de la represión y el descontento se ha descentralizado de la capital y de San Petersburgo. Pero la fuerza del aparato represivo también vio un gran aumento.

“En la plaza Pushkinskaya vimos cómo un policía llevó a una niña hasta una camioneta sujetándola por el pelo y cómo un tipo con la cabeza ensangrentada fue arrojado a la acera después de ser detenido”, contaron varios periodistas del medio Nóvaya Gazeta. “En años anteriores, las autoridades rusas tomaron represalias contra los manifestantes con juicios de exhibición de caza de brujas, que resultaron en largas penas de prisión”, se lee en un informe de Human Rights Watch.

El gobierno amenazó a las compañías de redes sociales con sanciones si se atrevían a permitir contenido que incitara a protestar. Más de 3.000 personas fueron arrestadas. Algunos manifestantes respondieron a los ataques de la policía con bolas de nieve. Un hombre le ofreció a un policía ir preso en lugar de una mujer a la que había atrapado.

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Pero estas demostraciones necesitan mirarse con lupa, en especial sobre la figura de la cara más reconocida de la oposición: Alexéi Navalny. En Rusia sí hay un movimiento revolucionario en este momento con la figura del activista a la cabeza, pero aún minúsculo y todavía muy frágil como para causar un gran impacto inmediato. Aunque es un desafío para Putin, no es una amenaza mayor, por ahora.

Comencemos por la figura de Navalny. La movilización exige la liberación del opositor, quien fue detenido apenas regresó a Moscú tras pasar meses en Alemania donde fue tratado por un intento de envenenamiento que se presume proviene de una orden del Kremlin. Este es el foco de las marchas.

En Occidente, la popularidad de Navalny aumentó debido a esto y varios gobiernos lo han respaldado. Pero aunque su activismo contra Putin es valiente y necesario, y la respuesta del Kremlin demuestra que su trabajo está tocando las fibras de la corrupción estatal, al activista, de 44 años, no se le debe confundir con un liberalista puro. Es un nacionalista que comparte puntos de vista con Putin que hay que revisar. Sus posiciones sobre Ucrania son profundamente antidemocráticas. Al igual que el presidente ruso, Navalny apunta a que rusos y ucranianos deberían ser un “solo pueblo”.

Navalny acusó a Putin de no mantener la influencia sobre los ucranianos tras su independencia de la iglesia ortodoxa rusa en 2019. Ha señalado que la península de Crimea, anexada por Rusia, les pertenece, y también aplaudió la guerra con Georgia. Su lenguaje populista y xenófobo -compara a los migrantes con cucarachas- deja entrever cuán impregnado está de las ideas de rusificación. “El principal problema con la cobertura de Navalny es que, debido a que es anti-Putin, encaja en el marco hegemónico de la Guerra Fría de los medios occidentales. Pero ser anti-Putin no es igual a ser prodemocracia para todos. Navalny se ha hecho eco de la antimigración sobre las minorías étnicas como Donald Trump durante su carrera política. No se puede cubrir a Navalny sin hablar de su racismo”, señaló el periodista afro Terrell Jermaine Starr, de la revista The Root.

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Y son precisamente ese tipo de declaraciones las que demuestran por qué la manifestación no fue tan grande en el norte del Cáucaso. El apoyo a Navalny en esta zona es baja por su historial, y esto también evidencia que hay una gran desconexión con las minorías en el país. Esto es importante, pues, como señala Ivan Klyszcz, candidato a doctorado en Relaciones Internacionales de la Universidad de Tartu, “las transformaciones recientes han pasado por el Cáucaso”.

Por otro lado, Navalny y sus seguidores no tienen una orientación ideológica muy definida. Es un hombre que en esencia abandera la lucha contra la corrupción y sobre el resto de políticas se adapta a las tendencias. El año pasado manifestó apoyo al senador Bernie Sanders, por ejemplo. Sus opiniones están un poco “por todas partes”.

“Su visión económica favorece la privatización y los mercados libres, y está respaldado por muchos capitalistas possoviéticos. Sin embargo, también quería postularse para la presidencia con propuestas para aumentar los salarios, las pensiones y la introducción de impuestos progresivos, pero nunca centró a la clase trabajadora en su agenda. Básicamente, su política se adapta a lo que parece oportuno”, explicó la comunicadora Katya Kazbek en una entrevista. “Hasta ahora no ha logrado expresar una visión coherente de un arreglo económico alternativo”, agregó el analista Vadim Nikitin, especialista en delitos financieros, quien añade que sin una hoja de ruta en este sentido no se presentará un cambio.

“Parece que solo encuentra apoyo total en aquellos que quieren dejar el gobierno de Putin por cualquier medio necesario y realmente no se preocupan por las opiniones o políticas”, concluyó Kazbek.

El apoyo local a Navalny hay que tomarlo con pinzas también. Se ha señalado que son los jóvenes quienes conforman principalmente su movimiento debido a su gran estrategia de comunicación en internet, pero los datos demográficos aún son insuficientes para mostrar quién está con Navalny. Lo que sí es muy claro es que el movimiento parece cohesionado por una razón, y esta no es la figura de Navalny, sino el descontento con Putin.

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“Llegué a las protestas con bastante conciencia por nuestro futuro, por el derecho de nuestros jubilados a recibir una pensión digna. Tengo cuatro hijos y no veo un futuro para ellos”, dijo Victor Lipatov, un abogado civil de 49 años al portal ruso Zona Media. El economista e investigador del Atlantic Council Anders Åslund aseveró que durante su primer mandato Putin continuó las reformas de Yeltsin, incluso mejorando el sistema económico y legal. “Entre 1999 y 2008, Rusia experimentó un auge con un crecimiento promedio del 7 % anual. Pero desde 2009 la economía rusa se estancó con un crecimiento anual promedio del 1 %. El coronavirus y la guerra de los precios del petróleo han llevado a Rusia a una nueva crisis económica”. Con todo y lo que la pandemia contrajo la economía en todo el mundo, en Rusia el crecimiento esperado sin crisis habría sido de un mediocre 1 %, explicó Åslund.

Una economía estancada bajo el peso de las sanciones internacionales, una pandemia incontrolable (y mal manejada) y un truco constitucional que extendería el reinado de Putin hasta 2036 tiene descontentos a los rusos. Aún así algunos dicen que la desaparición del régimen de Putin está en realidad mucho más lejos de lo que puede parecer. “Rusia y el régimen de Putin son un animal completamente diferente. El término ruso para el poder político es vlast e implica tanto a las autoridades como al poder mismo. La domesticación se logra mediante el control de los órganos del Estado ruso, especialmente los llamados ‘ministerios de poder’: el interior, el ejército y los servicios de seguridad”, comentó el investigador Jeff Hawn a Foreign Policy. Incluso, el dominio de Putin va mucho más allá del Estado. “La corrupción endémica en Rusia significa que la empresa privada, grande y pequeña, sigue basándose en la buena voluntad de la maquinaria política de Putin”, agregó Hawn.

La posibilidad de que las protestas por sí solas provoquen un cambio de gobierno es remoto. De ahí que el panorama de las elecciones legislativas en septiembre sea predecible. “Rusia Unida (el partido de Putin) puede ser impopular, pero sigue siendo más popular que cualquiera de las alternativas. Las innovaciones electorales introducidas en 2020 garantizan un estricto control estatal sobre las elecciones a la Duma de 2021 y minimizan la posibilidad de resultados no deseados”, dijo Maria Lipman, asociada de la Universidad George Washington a The Moscow Times.

Otro problema para el movimiento de Navalny es que el apoyo internacional es insuficiente. Como explica el periodista Ian Bremmer, “Estados Unidos y Europa carecen de voluntad para aumentar significativamente las sanciones contra Moscú de una manera que le importaría a Putin”. El gobierno de Joe Biden está más enfocado en resolver sus problemas domésticos de momento. Además, Estados Unidos implementó acciones represivas contra las protestas internas en 2020. Sus reproches resultan contradictorios y ha perdido respeto a nivel internacional. Por otro lado, la dependencia energética de la UE con Rusia no le permite ejercer una presión amplia sobre Putin.

Aún así, como señaló el ajedrecista y opositor ruso Garry Kasparov en una entrevista con Foreign Policy, “la historia no favorece a los dictadores; los dictadores caen. Lo que estamos viendo ahora es un país en agonía. No sabemos cuánto durará, pero la buena noticia es que Putin tampoco”.

Rusia ha tenido muchas revoluciones. Cada una de ellas tomó mucho tiempo. El fin de los zares no fue de un día para otro: fue un proceso de casi un siglo de intentos fallidos hasta que tuvo éxito en 1917. De igual manera, el proceso de democratización tras la caída de la Unión Soviética se tardó. El movimiento de Navalny, que convocó a marchas de nuevo este domingo para emular la periodicidad que marcó las protestas en Bielorrusia, promete retar la fuerza política de Putin, pero no se puede esperar que el cambio llegue en el futuro próximo. Esta es una revolución que se cocina a fuego lento, que apenas dio su primer paso y que depende de factores internos y externos. Septiembre será clave para ver si el movimiento sobrevive o muere como la llamada “Revolución Blanca” de 2011.

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Carlosé Mejía(19865)31 de enero de 2021 - 12:34 p. m.
Así como los gobiernos y los medios occidentales opuestos a Rusia se han convertido en cajas de resonancia de las "investigaciones" y "denuncias" de Alexéi Navalni es conveniente que empiecen a profundizar en su perfil. A mí me parece que está más cerca de la farándula y los medios y que carece de una propuesta seria y de calado fundada en valores alternativos. No me genera confianza.
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