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El Espectador le explica: ¿Qué tiene que ver un gasoducto ruso con el caso del líder opositor envenenado?

El proyecto de gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Europa, ya debilitado por problemas ecológicos y sanciones de Estados Unidos, sufre un duro revés tras el envenenamiento del opositor ruso Alexéi Navalni.

08 de septiembre de 2020 - 01:50 a. m.
Imagen del gasoducto ruso Nord Stream 2.
Imagen del gasoducto ruso Nord Stream 2.
Foto: Agencia AFP
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Las consecuencias del envenenamiento del líder opositor ruso Alexei Navalni ha desencadenado mucho más que un conflicto diplomático entre Rusia y parte de la comunidad internacional, liderada por Alemania. Uno de los escollos que han quedado en el medio de la tensión es el proyecto de gasoducto Nord Stream 2, para conectar directamente Rusia con Alemania a través del mar Báltico, el cual ya estaba debilitado, pero el último acontecimiento fue la estocada final para ponerlo en entredicho.

Su principal impulsor, Alemania, ha recibido múltiples críticas por parte de la comunidad internacional por cuestiones ecológicas, y hasta el SOS por parte de Ucrania, por lo que el rechazo de Moscú a aclarar lo sucedido con el envenenamiento del líder de la oposición rusa con una sustancia neurotóxica del tipo de Novichok refuerza la posible ruptura del acuerdo.

Puede ver: El Espectador le explica: ¿Qué es el Novichok, el veneno usado contra opositor ruso?

¿Qué es el Nord Stream 2?

Nord Stream 2, cuya puesta en marcha estaba en un principio prevista a principios de 2020, es un gasoducto que tiene que duplicar las capacidades de entrega de gas ruso del Nord Stream 1, operativo desde 2012, y asegurar la seguridad de suministro a Europa occidental a través del mar Báltico.

Los que pasan por Ucrania se vieron perturbados en varias ocasiones debido a las tensiones entre Moscú y Kiev. El proyecto asocia principalmente el gigante ruso Gazprom a cinco grupos europeos: el francés Engie, los alemanes Uniper y Wintershall, el austriaco OMV y el británico-holandés Shell, por un presupuesto total evaluado en 9.500 millones de euros (US $11.245 millones).

¿Por qué fue criticado desde el principio?

El anuncio del proyecto en 2015 se produjo en un contexto geopolítico “muy difícil”, un año después de que Moscú anexionara Crimea y porque el gasoducto debe contribuir a “desviar o al menos reducir el tráfico por Ucrania”, señala en un análisis publicado en mayo Kirsten Westphal, de la fundación Stiftung Wissenschaft und Politik en Berlín.

Polonia, los países bálticos y Ucrania no aprecian la iniciativa. Temen que los países europeos se vuelvan dependientes del gas ruso y que Moscú pueda aprovechar la situación para ejercer presiones políticas. También es una manera de sacrificar los intereses de Ucrania, que saca grandes beneficios del tránsito del gas ruso.

Para el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), “el proyecto de gasoducto daña económica y geopolíticamente a Ucrania, esa misma que la UE proclama que apoya en su conflicto con Rusia”. El apoyo alemán al gasoducto es “un error desde el principio”, señalaba el lunes el periódico.

Además de este aspecto geopolítico, el proyecto tiene que hacer frente a la oposición de los ecologistas, que no quieren más infraestructuras relacionadas con el gas. También debe lidiar con las nuevas reglas de la UE en el transporte del gas, que piden la separación de las actividades de producción y de distribución.

¿Por qué Estados Unidos no lo quiere?

En la cumbre de la OTAN de julio de 2018, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acusó a Alemania de ser “prisionera” de Rusia, debido al proyecto de Nord Stream 2, y exigió su abandono.

Aunque sus 1.230 km están casi acabados, el proyecto está paralizado desde hace varios meses a raíz de las amenazas de sanciones estadounidenses contras las empresas que participan en él.

La posición de Estados Unidos no es desinteresada: gran productor de gas natural, el país se ha lanzado en una ofensiva comercial para conseguir nuevos mercados.

¿Qué intereses tiene Alemania?

Berlín, que abandonó la energía nuclear en 2011 y ha empezado a renunciar al carbón, muy contaminante, necesita gas para realizar su transición energética. En 2019, su consumo de gas representó 25% de su consumo total de energía. Y el gas ruso es económico.

Además, los alemanes temen que pagarán un alto precio por abandonar el proyecto. La paralización o el cese del proyecto supondría demandas de indemnización para las empresas europeas implicadas, más de un centenar, la mitad de ellas alemanas.

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