¿Se puede rehabilitar a los racistas estadounidenses?

Antiguos miembros de organizaciones radicales se pusieron en la tarea de regenerar a personas que alimentan la tensión racial en EE.UU.

Mateo Guerrero Guerrero
21 de octubre de 2017 - 03:00 a. m.
Gainsville, Florida, fue el escenario del nuevo choque entre supremacistas blancos y sus opositores /AFP
Gainsville, Florida, fue el escenario del nuevo choque entre supremacistas blancos y sus opositores /AFP
Foto: AFP - Brian Blanco
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Las razones por las que el gobernador de Florida declara el estado de emergencia suelen tener nombre propio. En septiembre la conmoción se llamó Irma y con la amenaza de golpear a EE.UU. con vientos devastadores provocó la evacuación de 5,3 millones de personas. Un mes más tarde, el nombre de la emergencia era Richard Spencer y el escenario en el que prometía desatar el caos: la Universidad de Florida.

Spencer dejó de ser un secreto de los círculos de la derecha radical estadounidense en noviembre del año pasado. En un encuentro político, el hombre, rubio y bien vestido, que no supera los 40 años, celebró la llegada del nuevo residente de la Casa Blanca con un discurso lleno de referencias nazis que, además, remató con un estridente “hail Trump”. El auditorio respondió haciéndole eco y con el brazo en alto.

También fue Spencer quien, en agosto de este año, encendió los disturbios provocados por supremacistas blancos y quienes protestaban contra su presencia en Charlottesville. El gobernador de Florida, Rick Scott, no quería que el saldo de una persona muerta y decenas de heridos se repitiera en su estado, pero, más allá de declarar el estado de emergencia, no pudo hacer mucho para impedir que el líder del movimiento Alt-right, amparado por la Constitución y su derecho a la libertad de expresión, se presentara en la universidad entre abucheos de los estudiantes indignados.

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Para Sammy Rangel, que durante años estuvo entre las filas de los extremistas, el brote de racismo que atraviesa Estados Unidos tiene un origen claro: “La gente que durante mucho tiempo estuvo en una posición de poder se siente amenazada por las minorías y usan ese miedo como justificación para desarrollar actitudes que supuestamente defienden su cultura, su libertad y su raza”.

Desde finales de 2009, y junto a otras personas que habían pasado por grupos racistas, Rangel fundó Life After Hate, una organización no gubernamental que busca rehabilitar a otros miembros de grupos radicales. “Éramos supremacistas blancos que queríamos reparar en algo el daño que habíamos causado como racistas violentos”, dice Rangel, que para 2009 ya tenía años de experiencia como trabajador social y había vivido en carne propia la posibilidad de dejar atrás el odio y el miedo que justificaban su extremismo.

Después de pasar una niñez llena de episodios de abuso y violencia, Rangel fue recluido en un centro penitenciario que, en sus palabras, era “controlado por los reclusos y estaba segregado racialmente”.

“Allí me radicalicé”, continúa Rangel quien, además, vio cómo su sentencia se multiplicó después de participar en un motín que enfrentó a los reclusos de origen puertorriqueño con los de tez más blanca. “La administración facilitaba ese tipo de división y odio. Entré a la cárcel como un punk y salí más fuerte, como un líder influyente, lleno de odio y, para ser completamente honesto, como un homicida”.

Después de salir de prisión, Rangel no tardó mucho en regresar. Así las cosas, uno no puede dejar de preguntar cuál fue la clave de su de su rehabilitación, ¿cómo rompió el círculo vicioso? Rangel no duda al contestar: “Me empezaron a mostrar compasión. Yo era un caso de estudio, era visto como uno de los criminales más violentos en el sistema penitenciario, pero por primera vez sentí que alguien estaba de mi lado, que no me estaban juzgando ni querían castigarme”.

Es el mismo método aplicado en las personas radicalizadas que buscan ayuda en Life After Hate. “Entendemos que hay una brecha que nos aleja de la gente que está en un grupo racista, pero no podemos sacarlos de allí si mantenemos esa distancia y dejamos que todo siga igual de polarizado”.

“Lo que hacemos es mostrarles que hay formas muy diferentes al odio, el racismo y la violencia para lograr lo que ellos buscan. Eso crea un espacio en el que pueden hablar sin temor a ser juzgados y, poco a poco, se dan cuenta de que sus preocupaciones no están basadas en la realidad, sino en percepciones que les fueron enseñadas o que ellos tomaron por verdad”.

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Para Rangel, los días que vienen después de incidentes como los de Charlottesville, o como el que ocurrió en la Universidad de Florida, son fundamentales para detener la radicalización. En esos momentos, los simpatizantes de las organizaciones racistas que no pertenecen al núcleo del grupo son testigos de un nivel de extremismo con el que no están familiarizados y empiezan a dudar. “Si no hay nadie que los reciba en un momento como ese, por lo general regresan a la organización, porque no hay a donde más ir. Recibimos a la gente en esos momentos para ayudarlos a cerrar la brecha y permitir un diálogo”.

Al final de la administración Obama, el trabajo de Life After Hate en las comunidades vulnerables y con los militantes de organizaciones racistas lo premiaron con la promesa de un presupuesto que rozaba el medio millón de dólares. Hoy, en la Casa Blanca de Trump, nadie responde por esa plata. Rangel se queja del racismo institucionalizado de la presente administración y menciona como ejemplo los obstáculos que se quiere poner para impedir que lleguen inmigrantes de países de mayoría musulmana o la suspensión de DACA, el programa que les permitía estudiar y trabajar a los hijos de inmigrantes ilegales.

A pesar de eso, Rangel insiste en que el perdón no se puede perder de vista en la lucha contra el racismo: “Hay mucha gente que ha cometido grandes actos de violencia, y si no hay reconciliación, la mayoría de estas personas no va a ser capaz de reintegrarse en la sociedad. Nosotros no podemos desmantelar su odio con más odio”.

Según cifras del Centro de Estudio del Odio y Extremismo, en lo que va corrido del año los crímenes motivados por la intolerancia se han incrementado 20 % en las grandes ciudades estadounidenses. Al mismo tiempo, con la posición ambigua de Trump frente a la violencia racial, personajes como Richard Spencer tienen cada vez menos pudor al difundir sus ideas y los choques violentos con quienes se le oponen no paran de ocurrir.

Para Rangel, el llamado apunta a los dos extremos en conflicto: “Nuestras comunidades deben usar la violencia para canalizar sus frustraciones. El espíritu de Estados Unidos está en su colectividad y su igualdad y así no simpaticemos con alguien, tenemos una obligación moral de tratarlo dignamente”.

Por Mateo Guerrero Guerrero

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