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Son pasadas las 11 de la noche y Stormy Daniels entra bajo aplausos a un club de estriptis sin pretensiones de Filadelfia: aunque esta presunta examante de Donald Trump se ha convertido en una de las mujeres más famosas de Estados Unidos, cuida más que nunca de su oficio.
Disfrazada de bombero pero en versión liberal -minifalda negra de lentejuelas con la inscripción "Fire Department" y casco en la cabeza-, sonríe altivamente bajo los carteles de neón verdes y rojos del Penthouse Club, donde comienza su estriptis con la canción de los Talking Heads "Burning down the house" (Quemando la casa).
Una guiñada de la mujer que la semana pasada no dudó en interpretarse a sí misma en el sketch satírico del famoso programa "Saturday Night Live", por primera vez en compañía de vedettes del cine como Alec Baldwin o Ben Stiller.
Desde que la prensa estadounidense reveló que un abogado de Trump le pagó 130.000 dólares para comprar su silencio sobre el presunto affaire, Stormy Daniels, de verdadero nombre Stephanie Clifford, actriz porno y experta en estriptis, no para de amenazar con "quemar la casa" y derribar al presidente.
No obstante, aunque esta presunta aventura amorosa parece ser hoy una verdadera amenaza para la Casa Blanca, esta actriz y directora de películas porno no descuida su "base" y sigue presentándose en clubes por todo el país: la semana pasada en Pittsburgh y pronto en Nueva Orleans o Portland, en el oeste de Estados Unidos.
La cincuentena de clientes que acudieron el lunes de noche a ver el estriptis de Stormy en este club de Filadelfia otorga una pequeña idea de lo que puede pensar la América profunda sobre esta nueva celebridad y el escándalo que domina los diarios estadounidenses desde hace varias semanas.
- Trump, "por encima de esto" -
Mike Sawchuk, de 72 años, está entusiasmado con la idea de partir del club con un autógrafo de Stormy Daniels. Y no imagina ni por un segundo que Trump pueda caer a raíz de esta historia.
"Ninguna chance", dice Sawchuk. "Me encanta Trump. Espero que enderece a este país, porque los presidentes anteriores nos jodieron mal (...). Miren a Corea: casi ya solucionó el problema".
Howard, de 58 años y en primera fila para alentar a Stormy a adoptar poses más osadas, deslizando dólar tras dólar en su diminuto bikini antes de hundir su nariz en el voluminoso pecho de la actriz, tiene la misma certeza.
Aunque saluda el "trabajo" de Stormy, asegura que "Trump está por encima de todo esto". "No es más que una chica que hace estriptis".
A pocas mesas de allí, una pareja joven que pide el anonimato, porque ambos trabajan en el sector público, decidió venir a ver a esta mujer que osa atacar frontalmente al presidente.
Trump "ya se salió con la suya demasiado", dice la joven de 27 años. "Me gusta lo que ella hace. Alguien tiene que hacerlo caer. Solo pienso que no será ella, o ya habría caído", agrega la joven.
El show de 20 minutos no hace ninguna alusión directa al presidente o la política. Aunque esta no es una megaproducción como en el Folies Bergères de París, hace lo necesario para que los dólares se acumulen en su pecho y en sus bragas.
Y como una profesional experta, cuida a sus clientes al mismo tiempo que controla sus toqueteos.
Tras el espectáculo, el trabajo continúa. Stormy regresa vestida con un pequeño vestido rojo para una sesión de autógrafos, que se venden a un promedio de 10 dólares la firma.
Todo tiene su precio: una camiseta con su foto se vende a 25 dólares, una selfie con ella cuesta 20 dólares.
Stormy contrató al abogado Michael Avenatti, que no para de atacar a Donald Trump y a su entorno, pero se niega a hacer declaraciones a los periodistas en el lugar.
"No me gustan los periodistas", dice, mitad sonrisas, mitad amenazante.