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La región que quedó después de la desintegración de la Unión Soviética no ha podido recuperarse ni encontrar estabilidad política, económica o social. De hecho, durante las últimas semanas los conflictos se han intensificado en al menos tres territorios, Bielorrusia, Nagorno Karabaj y Kirguistán. Este es un repaso de las crisis actuales:
Bielorrusia, revuelta pacífica y represión
Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde 1994, estableció un sistema autoritario inspirado ampliamente en el sistema soviético. Su reelección anunciada tras la elección presidencial del 9 de agosto de 2020 desencadena protestas inéditas. Todos los domingos, decenas de miles de bielorrusos se manifiestan para exigir la salida de Lukashenko y denunciar la represión policial.
La mayoría de los líderes de la oposición fueron forzados al exilio o encarcelados, y miles de manifestantes detenidos. Para Rusia, el gobierno de Lukashenko es un aliado esencial pero no siempre dócil en su frontera occidental hacia la que la OTAN y la UE, sus rivales estratégicos, se han extendido desde 1991. Una amenaza inaceptable, según el presidente Vladimir Putin.
Nagorno Karabaj, una guerra de origen soviético
Anexado a Azerbaiyán por Stalin, Nagorno Karabaj es un territorio mayoritariamente poblado por armenios. Una guerra estalla entre azerbaiyanos y armenios con la caída de la URSS, causando 30.000 muertos. Una cese el fuego en 1994 consagra la creación de facto de una república autoproclamada bajo control armenio.
Rusia mantiene buenas relaciones con Ereván y Bakú pero nunca pudo imponer una paz duradera, y algunos sospechan que Moscú, que arma a ambas partes, mantiene las tensiones para mantener mejor su influencia.
Desde que se reanudaron las hostilidades el 27 de septiembre, Azerbaiyán, sobrepasado por los fracasos de decenios de mediación internacional y con el apoyo turco, dice que optó por la reconquista.
Kirguistán, revoluciones en serie
Kirguistán, un país pobre y montañoso, es la más democrática de las repúblicas de Asia central, pero también la más inestable. Ha tenido dos revoluciones (2005 y 2010) que han expulsado a presidentes, acusados de derivas autoritarias y fraudes electorales. En 2010 se lanzaron sangrientos ataques contra la minoría uzbeka en el sur.
Kirguistán tiene luego unos años de estabilidad bajo la presidencia de Almazbek Atambayev, que dejó el poder en 2017. Su aliado Sooronbai Jeenbekov lo reemplaza. Deseoso de liberarse de la influencia de su predecesor, mantiene un pulso que desemboca en la detención, salpicada de violencias, del expresidente, en 2019. En octubre de 2020, unos controvertidos comicios legislativos desembocan en disturbios, la liberación de Atambayev por parte de los manifestantes y la anulación de las elecciones.
Ucrania, rusos contra occidentales
En 2014, una revolución prooccidental en Ucrania desencadena una operación militar rusa que desemboca en la anexión de Crimea. Para Putin, se trata de dar una señal clara: la OTAN y la UE deben detener en seco su expansión en la región pos-soviética, su zona de dominio.
Estalla una guerra entre las tropas de Kiev y los separatistas prorrusos, armados por Moscú según los occidentales, cosa que el Kremlin niega a pesar de numerosas pruebas. Las conversaciones de paz auspiciadas por Francia y Alemania están estancadas, pese a algunos tímidos progresos desde la elección de un nuevo presidente en Ucrania en 2019. Unos acuerdos de paz de 2015 pusieron fin a la mayor parte de los combates. El conflicto causó más de 13.000 muertos.
Georgia, Moldavia, posibles focos de tensión
Georgia y Rusia tienen malas relaciones desde 2008 y una breve guerra terminó con una victoria rusa y el reconocimiento por Moscú de dos repúblicas autoproclamadas en territorio georgiano, surgidas de la caída de la URSS.
Por su parte, Moldavia, mayoritariamente de habla rumana, amputada desde una guerra en 1991 de la Transnistria, una franja de tierra poblada principalmente de rusófonos. Rusia dispone de un contingente de mantenimiento de paz, pero también patrocina el poder separatista. Moldavia está minada por la pobreza e inestabilidad política.