Trump, en la casa rusa

Al destituir a James Comey, director del FBI, el presidente de Estados Unidos puso los ojos del mundo sobre la investigación de la mano rusa en las últimas elecciones.

Miguel M. Benito
15 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
 Para justitficar su decisión, Donald Trump afirmó que despedía a Comey por considerarlo “incapaz”.   / AFP
Para justitficar su decisión, Donald Trump afirmó que despedía a Comey por considerarlo “incapaz”. / AFP
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Cuando a principios de abril Donald Trump ordenó lanzar 59 misiles sobre instalaciones del ejército sirio, el objetivo no era tanto castigar el uso de armas químicas como diluir la atención de las investigaciones que desde el Congreso se estaban adelantando sobre la salida del general Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional del Gobierno, por haber mantenido contactos —de los que no habría informado y que luego Flynn negó— con representantes del gobierno ruso durante el período en el que la administración saliente de Obama decidía imponer sanciones a Rusia. Pero era cuestión de tiempo para que la cuestión rusa regresara. Porque las investigaciones seguían y porque los ecos de las crisis diplomáticas y de militares en Siria y Corea del Norte estaban condenados a bajar de volumen y perderse en el olvido de la atención ciudadana.

Cuando, esta semana, el presidente Trump despidió al director del FBI, James Comey, causó el efecto contrario. De manera inevitable y predecible, Trump puso en el centro de la vida política estadounidense las investigaciones que, desde el Congreso y desde agencias públicas, se están adelantando sobre interferencias rusas en la campaña presidencial del 2016 y la posible colusión de miembros de la campaña de Trump en esas interferencias. Por cierto, que desde entonces el Ejecutivo haya sido incapaz de explicar la decisión, lanzando una sucesión de declaraciones incoherentes y contradictorias, no sólo magnifica la sensación de crisis, sino que demuestra que el despido de Comey fue un arrebato inesperado que el presidente tuvo sin consultar con su equipo y sin tener en cuenta sus efectos, y que el actual equipo de comunicaciones de la Casa Blanca no está a la altura de su misión.

El anuncio del cese de James Comey es sorprendente, porque es el único caso desde 1908 en que el director de la Agencia Federal de Investigación abandona su cargo por, según la Casa Blanca, estar desempeñando mal sus funciones.

El único caso similar, hasta la fecha, se produjo durante la presidencia de Bill Clinton, en 1993. La causa del despido del entonces director, William Sessions, fue el uso irregular de fondos públicos. Nada parecido al caso actual. Por tanto, la decisión en sí misma ha sido extraordinaria y, por ello, llamativa. Pero antes de Comey, otros despedidos por Trump han pasado más inadvertidos.

La primera en ser despedida el 30 de enero —apenas diez días después de la toma de posesión de Trump— fue Sally Q. Yates, fiscal general encargada hasta que se confirmase al elegido por el ejecutivo, Jeff Sessions. Yates decidió no defender la primera versión de la llamada Muslim Ban, que fue frenada en instancia judicial. Este caso mostró los recelos entre los funcionarios y el nuevo equipo de gobierno y la ausencia de paciencia necesaria para gobernar de manera efectiva. Simplemente con esperar unos pocos días para presentar la legislación para limitar/prohibir el acceso de viajeros de varios países de mayoría musulmana a los Estados Unidos, Trump hubiera tenido al fiscal general de su lado y no se hubiera planteado el problema con Yates. Pero la impulsividad y ausencia de planificación son el estilo Trump.

Si en el caso de Yates el fondo de la cuestión justificaba la decisión de Trump, hubo otra salida del Gobierno a la que no se ha prestado suficiente atención, la de Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional. No se le ha prestado suficiente atención porque se trata de uno de los cargos más importantes de la Casa Blanca. Se trata del principal asesor para política de seguridad, defensa y política internacional del presidente de los Estados Unidos. Pocas personas hay por encima de él. Y Flynn tuvo que dejar el cargo, como ya se ha mencionado, por haber mantenido contactos con funcionarios rusos. Esta semana, los investigadores federales han enviado requerimientos oficiales para que Flynn entregue toda la documentación sobre las reuniones que le costaron el cargo.

Cuando James Comey declaró ante el Congreso que la investigación del FBI no ha descartado al entorno de Trump, se conectaban los elementos presentes en los despidos de Yates —la desconfianza hacia el funcionariado— y Flynn —la cuestión rusa—. Además, Comey afirmó, en la misma comparecencia, que se sentiría asqueado si la reapertura, en el tramo final de la campaña electoral, de la investigación de los emails de Hillary Clinton hubiese decidido de algún modo el resultado de las urnas. Sin saberlo, Comey estaba sellando su suerte y el presidente interpretó el testimonio como un ataque personal de la cabeza del FBI.

Paradójicamente, Trump, al prescindir de Comey, obliga al Congreso, al FBI y al Departamento de Justicia, que actualmente tienen abiertas investigaciones sobre la interferencia rusa en las elecciones, a ser mucho más escrupulosos y exigentes. De lo contrario, las ideas de independencia de los distintos poderes y del sistema de equilibrios estadounidenses se verán severamente dañadas. Lejos de diluir la investigación, Trump la ha acelerado.

Y mientras todo esto agita Washington D.C., en una tormenta que crece, creando olas de incertidumbre que agitan a cancilleres y presidentes de todo el mundo, Vladimir Putin debe sonreír. Encantado ante el espectáculo. Encantado de que se hable de él y de su Rusia. Encantado porque parezca que, de nuevo, el mundo se divide entre Estados Unidos y Rusia. Encantado de que se hable de algo como una nueva Guerra Fría, “los buenos viejos tiempos”, según Putin. Se trata de apariencias, pero sirven. Desde hace tiempo, Putin ha comprendido que la información es un arma. Relativamente barata, pero de altísimo impacto en las sociedades de la información y de internet.

¿Y dónde tiene mayor impacto? En los Estados Unidos. Allí donde el Despacho Oval lo ocupa un presidente que se jacta de dedicar parte de su tiempo a ver el infoespectáculo de Fox News, que intenta administrar al público con dosis de posverdad.

Un hombre que ha hecho de su nombre una marca y de su presidencia una extensión de la telerrealidad. Alguien que participaba en un programa de televisión en el que episodio tras episodio despedía a los concursantes con la frase “You are fired”.

Desde que tomó posesión ya ha dicho “Flynn, you are fired”, “Yates, you are fired” y “Comey, you are fired”. 1, 2, 3… ¿Vendrán más?

Por Miguel M. Benito

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