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En los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, América Latina era vista como una región condenada a la dicotomía entre guerrillas y dictaduras. En aquellos años de la Guerra Fría, Estados Unidos apoyaba a dictadores militares que le garantizaran la lucha contra el comunismo; del otro lado, la Unión Soviética, pero sobre todo su satélite, Cuba, hacían lo propio con las guerrillas.
En dicho contexto de bipolaridad, fue un venezolano quien promovió la necesidad de convertir, no solo a América Latina, sino al hemisferio en la región de la democracia. Don Rómulo Betancourt, líder político de la izquierda socialdemócrata, que en su juventud coqueteó con la izquierda marxista, pero que después se convirtió en el padre de la democracia venezolana y en el fundador del partido político más importante del país y uno de los referentes de la organización partidista del continente: Acción Democrática.
Betancourt es considerado como un antecedente de Lula Da Silva, con la diferencia de que no se aferró al ejercicio del poder y que hasta sus detractores lo reconocen como un hombre honesto que no sucumbió a la tentación de la corrupción.
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El papel de Venezuela en la Organización de los Estados Americanos (OEA) está estrechamente vinculado al talante de don Rómulo. Cuando la novena Conferencia Panamericana estuvo en peligro de desintegrarse por los eventos del Bogotazo, el 9 de abril de 1948, fue Betancourt, como representante de Venezuela, quien convenció a sus colegas de continuar a pesar de lo ocurrido, dando lugar a la creación de la OEA.
Años después, ya en el ejercicio de la presidencia (1959-1964), Betancourt enfrentó a las dictaduras de izquierda y derecha en el escenario interamericano. Como presidente orientó la política exterior venezolana en dirección a la promoción de la democracia, en lo que se conoce como la Doctrina Betancourt, la cual buscaba que en el seno de la OEA no se diera reconocimiento a los gobiernos nacidos de golpes de Estado contra regímenes democráticos. Dicha doctrina era adversa a los intereses de Estados Unidos, que en aquellos años no dudaba en apoyar regímenes militares de talante dictatorial.
Dos de los grandes enemigos que se granjeó Betancourt por su persistente promoción de la democracia son: de lado de los dictadores militares, Rafael Leónidas Trujillo, a quien se le considera el responsable del carro bomba de 1960, intento de magnicidio del que salió herido el presidente venezolano y que fue denunciado en la OEA. Y del lado de la izquierda subversiva, Fidel Castro Ruz, a quien enfrentó por promover y financiar grupos guerrilleros en el continente. La Venezuela de Betancourt cumplió un papel fundamental en la expulsión de Cuba del organismo regional más antiguo.
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Una de las mayores virtudes de la OEA es la promoción de la democracia, pero también su principal problema. Muchas veces no ha logrado estar a la altura de dicho compromiso por la democracia, y la influencia desproporcionada de Estados Unidos ha cuestionado en más de una ocasión su comportamiento ante las crisis democráticas en el hemisferio. Venezuela después de Betancourt tuvo que moderar su postura por las tensiones que generaba con Estados Unidos y con los Estados que eran dirigidos por dictaduras.
Como una gran ironía de la historia, cuando Venezuela era uno de los pocos países que luchaba por la promoción de la democracia en un hemisferio en el que pululaban los dictadores y en contra de los intereses de EE.UU., ahora se ha convertido en el caso más dramático de retroceso democrático. Como parte de dicha ironía, el señor Nicolás Maduro pretende protocolizar la salida de Venezuela de la OEA con una carta enviada al secretario general Luis Almagro en la que afirma: “La Venezuela libre e independiente no retornará jamás al seno de esta organización, devenida desde su origen en un instrumento para validar los deseos imperiales contra los pueblos soberanos”. Llama la atención cómo en el texto de Maduro se cuestiona el papel de la organización e incluso se critica el comportamiento en el caso de Cuba, y se argumenta usando las palabras de Fidel Castro.
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El artículo 143 de la Carta de la OEA reza: “Esta Carta regirá indefinidamente, pero podrá ser denunciada por cualquiera de los Estados miembros mediante comunicación escrita a la Secretaría General, la cual comunicará en cada caso a los demás las notificaciones de denuncia que reciba. Transcurridos dos años a partir de la fecha en que la Secretaría General reciba una notificación de denuncia, la presente Carta cesará en sus efectos respecto del Estado denunciante, y este quedará desligado de la Organización después de haber cumplido con las obligaciones emanadas de la presente Carta”.
Si bien Maduro denunció la carta hace dos años, es decir, solicitó la salida de la OEA, el proceso ya fue frenado el pasado febrero por el secretario general y, asimismo, ya se reconoció a Gustavo Tarre Briceño como el representante permanente designado por la Asamblea Nacional. Por lo cual, mientras el gobierno de Maduro se retira del organismo, el gobierno encargado de la transición, en cabeza de Juan Guaidó Márquez, ingresa a la OEA.
No obstante en medio de la crisis venezolana, en la que por un lado se barajan posibilidades de una intervención militar y por el otro se desborda la tragedia humanitaria que reclama atención urgente, las actuaciones de la OEA, en general, y del secretario Luis Almagro, en particular, no parecen dar respuesta, sino que generan más confusión y ruido, mientras Venezuela colapsa y el continente poco a poco se acostumbra a ver cómo el Estado que más decididamente promovió la democracia se hunde por culpa de una dictadura dispuesta a sacrificar al país.
*Investigador y vocero del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario.