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"En la guerra no hay piedad. Lo devora todo a su paso", afirma Amin Mohamed, un habitante de Saná. Cuatro años después del comienzo de la contienda bélica que los dividió profundamente, los yemeníes sueñan con lo mismo: alcanzar la paz.
Tanto en Saná (norte), la capital en poder de los rebeldes hutíes, como en Adén, la gran ciudad del sur controlada por el gobierno, los yemeníes escuchan a diario los discursos propagandistas de los beligerantes que defienden la necesidad de combatir "al enemigo".
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La ciudad portuaria de Hodeida (oeste) fue escenario de bombardeos y enfrentamientos mortíferos hasta la reciente instauración de una tregua informal. La ONU intenta organizar negociaciones de paz en Suecia.
En la capital, la guerra es omnipresente. Hombres armados recorren los mercados, donde abundan los carteles con retratos de "mártires" caídos en el frente.
La población está harta. Tanto los partidarios de los hutíes, apoyados por Irán, como los seguidores del gobierno, respaldado por una coalición árabe liderada por Arabia Saudita, luchan por sobrevivir. Su país, ya de por sí el más pobre del mundo árabe, padece la peor crisis humanitaria del planeta, según la ONU. Catorce millones de civiles se encuentran en riesgo de hambruna.
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En el mercado de la calle Bab al Sabah, en Saná, unos vendedores esperan con impaciencia a los clientes. Los habitantes tratan de aparentar normalidad.
En las mezquitas y los medios de comunicación, los rebeldes llaman a sus conciudadanos a permanecer movilizados y a luchar contra las fuerzas progubernamentales.
Su cadena de televisión, Al Masirah, informa sobre el desarrollo de las operaciones militares y emite himnos para animar a los yemeníes a alistarse en sus filas. "Esta tierra es nuestra tierra y esta guerra es nuestra guerra" reza uno de sus principales lemas.
A Hasán Abdel Kareem le trae sin cuidado. A él lo que le preocupa es satisfacer las necesidades de sus hijos.
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"Estamos exhaustos por la guerra, la sangre y las matanzas", cuenta a la AFP este chófer de autobús de 39 años que reside en Saná. "Estamos hartos. Es hora de empezar a reconstruir Yemen".
A 400 km más al sur, en la ciudad de Adén, Julood al Akel comparte su opinión.
"Estamos muy cansados. Sufrimos penuria de gas, de agua y de comida. Estamos exhaustos", declara esta mujer a la AFP. "Por eso queremos que se acabe".
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Adén se ha convertido en la capital "provisional" del gobierno yemení, expulsado por los hutíes a finales de 2014 de Saná. Desde hace un año se multiplican las manifestaciones contra la subida de los precios.
El rial yemení perdió más de dos tercios de su valor con relación al dólar desde 2015, fecha de la intervención de Arabia Saudita y de sus aliados. Millones de civiles carecen de medios para comprar los productos de primera necesidad disponibles, afirman las organizaciones internacionales.
"El pueblo padece hambre, enfermedades y pobreza", lamenta Murad Mohamed, un habitante de Adén. "Esperamos de todo corazón que haya un alto el fuego. Basta de dramas".
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La ONU se muestra preocupada por las consecuencias de los recientes combates cerca del puerto de Hodeida, en el mar Rojo, por donde entra la mayor parte de las importaciones y de la ayuda humanitaria internacional en Yemen.
El miércoles las fuerzas progubernamentales detuvieron la ofensiva lanzada 12 días antes contra Hodeida, en medio de fuertes presiones internacionales que piden el fin de las hostilidades y la reanudación de las negociaciones de paz.
Desde 2015, los combates en Yemen causaron unos 10.000 muertos y más de 56.000 heridos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las oenegés estiman que el balance de víctimas directas o indirectas de la guerra es mucho más alto.