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Desde el 19 de septiembre, cuando terminó la tregua en Alepo, han muerto 20 personas al día por los combates entre el ejército rebelde y las fuerzas leales a Bashar Al Asad. A los 497 muertos que ha habido hasta ahora, se suman otros 55 entre el martes y el miércoles, producto de bombardeos en Bustan al-Qasr y Fardous, dos barrios de Alepo, y en la ciudad de Rasheeqa. Alepo está sitiada: la ayuda humanitaria que entra es escasa, los convoyes con alimentos y medicinas son bombardeados y no hay agua potable. La atención médica es menor, y los hospitales se han convertido en objetivo militar.
(Lea aquí por qué Siria es un desastre que nadie quiere solucionar)
En medio hay una tensión política que parece extenderse. Reino Unido acusa a Rusia de cometer crímenes de guerra en el conflicto sirio. Estados Unidos también culpa a ese país por el bombardeo a un convoy de Naciones Unidas. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha dicho que el ataque al convoy fue obra de los militantes de Al Nusra, un ejército de yihadistas que ahora pulula por Siria, y que no se han cometido crímenes de guerra. “Estamos dispuestos a trabajar con todos nuestros socios —dijo Putin—. Pero vemos lo que pasa: acusaciones totalmente infundadas contra Rusia de todos los pecados mortales y de todos los crímenes”.
La presión sobre rusa comenzó a finales de septiembre. Tras el ataque al convoy, el primer ministro británico, Boris Johnson, dijo que había “fuertes” evidencias de que Rusia había ordenado el bombardeo. Rusia actúa como respaldo militar de Bashar Al Asad, cuya familia lleva más de 50 años en el poder de Siria y que ha enfrentado por la vía militar a la oposición armada que le pide su salida. El discurso de Johnson, sin embargo, fue cambiando en las siguientes semanas: pocos días después, se refería a ciertos crímenes de guerra; a principios de esta semana, estaba pidiendo que investigaran a Rusia por haber cometido dichos crímenes e incluso impulsó protestas frente a la embajada rusa en Londres.
Estados Unidos, en cambio, se ha mantenido en silencio. Las relaciones con Rusia están congeladas por decisión de Putin, quien dijo que volvería a hablar con el gobierno estadounidense cuando hubiera un nuevo gobierno. Putin parece no amilanarse ante el hecho de que Naciones Unidas le pueda imponer más sanciones por su participación guerrerista en Siria. Y tiene razones que tienen que ver con la historia: cuando se acusó a Rusia de entrometerse en la guerra en Ucrania y de armar a los independistas de Donetsk y de Lugansk, Putin no retrocedió ante las sanciones. Sabe que es un actor esencial y que ni Estados Unidos ni Francia (a cuyo presidente le canceló una visita en medio de la tensión política) podrán actuar sin su voluntad. Putin es el seguro y la garantía de Al Asad. Y sin al Asad no hay una solución política al conflicto sirio.
Ésa es justo la vía que proponen Arabia Saudita y Catar, junto con otros 60 países, como salida a la crisis bélica. Representantes de ese país en el Consejo de Seguridad de la ONU dijeron esta semana que la solución debía ser política y que los diálogos entre la oposición y Bashar Al Asad, tan deshechos como la arquitectura derruida de Alepo, deben recomenzar.
Para ello, Estados Unidos y Rusia deberían ponerse de acuerdo. Los representantes diplomáticos de ambos países, John Kerry y Sergei Lavrov, se reunirán el sábado en Lausana (Suiza) y se espera que hablen sobre la posibilidad de un nuevo cese al fuego o, por lo menos, de una solución dialogada.
Dicha salida, pese a la buena voluntad, carece de todo peso en este momento: además del resentimiento evidente de los rebeldes, aplastados por el poder militar sirio al menos en la región de Alepo, entre las partes hay mucho más que una historia de desencuentros. Al Asad ha excluido por completo la oposición política y cientos de ciudadanos exigen su salida mientras él los ataca sin discriminar, a pesar de que están protegidos por la ley internacional. Más de 300.000 personas han muerto en la guerra siria, que comenzó en 2011. Por la Coalición de Estados Unidos, han muerto algo más de 1.600 personas. Por la entrada de los 4.000 militares rusos en Siria, 3.800 civiles han muerto.
Rusia se presenta, en el conflicto sirio, como una potencia que no se puede eludir. Estados Unidos ha mantenido sus tropas por fuera de Siria: no se puede comprometer en una guerra similar a Irak o Afganistán. Sus movimientos de los últimos meses han sido suaves, en medio de los debates internos por la elección presidencial. Putin, en cambio, se presenta como un magnate político y práctico: hay que hacer cuanto sea necesario, así desafíe las convenciones que hemos firmado y que juramos cumplir. Putin no es Occidente y cada vez lo aclara más: a Bashar Al Asad, a quien Occidente ve como enemigo, lo apoya Putin sin ninguna restricción. Estados Unidos y Francia, entre tanto, observan sin tener más que hacer.