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Condenados a cadena perpetua son declarados inocentes 30 años después

Dos hombres condenados, además, a pena de muerte en Carolina del Norte (EE.UU.), recobraron su libertad gracias a una prueba de ADN.

Redacción Internacional
05 de septiembre de 2014 - 10:20 a. m.
Condenados a cadena perpetua son declarados inocentes 30 años después

Henry Lee McCollum esperó este día durante 31 años luego de haber firmado, obligado, una declaración en la que afirmaba haber participado en la violación y asesinato de una niña en 1983 en el estado de Carolina del Norte (EE.UU). McCollum esperó durante más de tres décadas que el sistema judicial le creyera que no violó ni asesinó a nadie y que aquella noche, más de 30 años atrás, sólo hizo lo que la Policía le pidió porque estaba asustado y quería regresar a su casa. Este miércoles, la Corte Suprema del estado le dio la razón y lo declaró inocente, lo sacó del pabellón de condenados a muerte y ordenó su liberación inmediata.

El tribunal también declaró la inocencia de Leon Brown, medio hermano de McCollum, quien había sido sentenciado a cadena perpetua en un juicio que, desde el principio, presentó una cantidad de evidencia floja pero que igual sirvió para privar de la libertad a dos hombres inocentes.

Los hechos que llevaron a los dos hombres a la cárcel fueron la violación y asesinato de Sabrina Buie, de 11 años, cuyo cuerpo fue encontrado por las autoridades del estado el 28 de septiembre de 1983. Un testigo, que en ese entonces apenas era un adolescente (y cuya identidad continúa en secreto), señaló a ambos hombres como los responsables del crimen pues hacía pocos días se habían mudado a la pequeña población de Red Springs y, claro, los extraños siempre son culpables de algo, lo que sea.

Tanto McCollum, como Brown, fueron detenidos por la Policía luego del señalamiento del testigo. El primero duró cinco horas en interrogación sin la presencia de un abogado y mientras su madre lloraba en el pasillo afuera de la habitación en donde lo retuvieron. Luego de ser intimidado, McCollum confesó que él y otros adultos habían asesinado a la niña, firmó una confesión redactada por los policías y después de todo preguntó si era posible regresar a su casa. A Brown los detectives le dijeron que su medio hermano lo había incriminado y que era mejor que se entregara.

Durante el juicio, el fiscal no presentó evidencia física que vinculara a los acusados con el crimen. El veredicto, para sorpresa de la defensa, fue la pena de muerte para los dos. La fiscalía nunca averiguó el paradero de los otros participantes en el crimen que relató McCollum.

Aunque el caso lleva décadas en una batalla legal para demostrar la inocencia de los condenados, la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos declinó revisarlo en 1994. Uno de los jueces, sin embargo, opinó que la pena de muerte en este caso le parecía inconstitucional, pues McCollum y Brown tienen ciertos problemas mentales y coeficientes intelectuales muy bajos.

Gracias a la ayuda de instituciones como el Centro para la litigación de la pena de muerte, una organización que se dedica a pelear judicialmente la pena capital, McCollum y Brown fueron sometidos a pruebas de ADN, material genético que no apareció en ninguno de objetos encontrados con el cuerpo de la víctima. La coincidencia genética, sin embargo, señaló a otro hombre: Roscoe Artis, quien vivía a sólo una cuadra de la casa de la niña asesinada y quien apenas semanas después de este homicidio confesó haber violado y matado a una mujer de 18 años en el mismo pueblo; Artis recibió cadena perpetua por ese crimen.

Las autoridades nunca explicaron por qué no investigaron más a fondo a Artis, a pesar de la increíble coincidencia de vivir cerca a la víctima y haber confesado (esta vez sí libremente) el asesinato y violación de otra persona, más aún cuando los acusados negaron durante 30 años haber participado en el crimen que les imputaron.

McCollum y Brown quedaron libres el miércoles y se aprestaban a entregarse de nuevo a una vida que no conocen muy bien: no saben qué es un celular o internet y llevan buena parte de sus vidas adultas alejados del contacto con los demás.

 

Por Redacción Internacional

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