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Ucrania: el país que vive al límite. Con una cruenta guerra en las regiones del Este, e incluso bordeando a veces un conflicto directo con Rusia, el liderazgo político del país acaba de hacer una dura apuesta que, de salir mal, puede terminar por arruinar una situación de por sí difícil, por decir lo menos.
Bajo la dirección del presidente Petro Poroshenko, los miembros del Parlamento de Ucrania disolvieron la coalición de partidos que le daba sustento al Gobierno, con miras a adelantar las elecciones parlamentarias. Claro, elecciones democráticas en un país que aún lucha por apagar una revuelta que ha cobrado la vida de más de 300 soldados ucranianos y herido a por lo menos 1.200 y que ha resultado en el desplazamiento interno de 70.000 personas. La apuesta de Poroshenko es acabar con los rebeldes prorrusos en unas semanas (algunos análisis hablan de tres) antes de renovar el Parlamento, votaciones que se realizarían en octubre. En palabras del mandatario, el pueblo ucraniano quiere un reinicio completo del aparato estatal.
La salida del poder del expresidente Víktor Yanukóvich, en febrero de este año, señaló una victoria para el movimiento civil que pedía su renuncia (además de una integración más profunda del país con Europa), pero no renovó el sistema político en Ucrania. Varios miembros del Parlamento actual son excolaboradores de Yanukóvich. La jugada de Poroshenko es terminar de cerrar el ciclo que empezó la revolución de la Plaza de la Independencia en Kiev. El presidente puede tener razón en esto, pero el precio que pagaría por equivocarse podría ser catastrófico. Al menos hasta el jueves, los efectos colaterales de acabar la coalición de gobierno en el Parlamento incluían la negativa de los legisladores a aprobar una serie de reformas tributarias para pagar los gastos del ejército, por ejemplo, además de la dimisión del primer ministro Arseni Yatseniuk, el hombre que se encargó del Gobierno luego de la salida de Yanukóvich.
“La historia no nos perdonará. Nuestro gobierno no tiene respuesta a las preguntas de cómo vamos a pagar los salarios, cómo vamos a enviar combustible para vehículos blindados del ejército, cómo compensaremos a las familias que perdieron soldados, cómo cuidaremos a nuestras fuerzas”, fue parte del discurso de Yatseniuk cuando se disolvió la coalición de gobierno. De acuerdo con los cálculos de Alexandr Shlopak, ministro de Finanzas de Ucrania, para el 1º de agosto el Gobierno no tendrá cómo pagar a los militares que combaten hoy contra los rebeldes en las regiones del Este del país.
En un movimiento ciertamente sorpresivo, el Parlamento decidió aprobar el jueves un impuesto de guerra para financiar las operaciones contra los rebeldes prorrusos, que cada día le cuestan a Ucrania más de US$5 millones. Los legisladores también aprobaron una serie de reformas fiscales que buscan estabilizar la frágil economía ucraniana.
En la misma votación, los parlamentarios decidieron no aceptar la renuncia de Yatseniuk, a pesar de que ya habían nombrado como primer ministro a Vladimir Groysman la semana pasada. El paquete legislativo aprobado por el Parlamento parece un gesto de apoyo tanto a la gestión de Poroshenko, como a la de Yatseniuk.
Yatseniuk fue uno de los líderes políticos que más presencia tuvo durante los días de las manifestaciones en la Plaza de la Independencia, pero eso siempre fue visto casi como un accidente. Su rol como primer ministro, por el contrario, fue asumido como una tarea para la que quizá no había mejor candidato, dadas las extraordinarias circunstancias del puesto.
El primer ministro tuvo que hacerle frente a la pérdida de Crimea y al alzamiento en armas de los rebeldes prorrusos, pero también estuvo durante la firma del acuerdo comercial con la Unión Europea, punto fundamental del desacuerdo que desató la revuelta contra el expresidente Yanukóvich. Yatseniuk fue una de las piezas fundamentales para que la comunidad internacional ayudara financieramente a Ucrania cuando estaba a punto de llegar a una situación de no pago de sus obligaciones (una de ellas la factura del gas ruso).
A pesar de los recientes movimientos del Parlamento, la posibilidad de llamar a elecciones parlamentarias en medio de la crisis sigue siendo una distracción para un Gobierno que aún debe ganar la guerra contra una insurgencia que ha recibido mejorías en su armamento y entrenamiento, ambos hechos por los cuales Ucrania y Estados Unidos responsabilizan a Rusia.
Las fuerzas ucranianas han ganado terreno significativo en contra de los rebeldes. Hace unas semanas retomaron la población de Sloviansk y continúan encerrando a los rebeldes en los bastiones de Donetsk y Lugansk, centros poblados en donde la pelea puede ser larga y sangrienta. Pero las victorias militares de Ucrania pueden frenarse si Rusia, como dice el mismo gobierno ucraniano, incrementa su supuesta participación en el conflicto a través del envío de armas y combatientes.
Poroshenko parece jugarse el todo por el todo: derrotar la insurgencia y reiniciar el sistema político del país. Nadie quisiera calcular qué pasa si pierde ambas cosas.