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Cuando la política brasileña se convirtió en un circo

Dos tercios de los diputados votaron a favor de que se abra un proceso político contra la mandataria Dilma Rousseff. Faltan dos votaciones en el Senado. Rousseff pierde apoyos.

Juan David Torres Duarte
18 de abril de 2016 - 02:38 a. m.
La oposición brasileña al celebrar su victoria en la sesión de hoy en la Cámara de Diputados. / EFE
La oposición brasileña al celebrar su victoria en la sesión de hoy en la Cámara de Diputados. / EFE
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La sesión para votar el impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff comenzó a las 5 p.m. Los diputados se dispusieron alrededor del micrófono y, uno a uno, votaron y dieron un discurso breve en el que justificaron su decisión. Tenían banderas de Brasil sobre los hombros: era importante afirmar el valor patrio. De ese modo, cualquier decisión que se tomara, se tomaba a favor del pueblo; había que reafirmar que no era una ambición personal. Desde las gradas y en el atrio los diputados gritaban, criticaban y empujaban. El movimiento PP, que se retiró hace unas semanas de la coalición de Rousseff, celebraba cada voto a favor. Quienes dijeron no argumentaron que respetan la constitución. Quienes dijeron sí acusaron respeto a su familia y a la voluntad popular. Un diputado afirmó: “Estoy contra ese golpe moderno. Cobardía de aquellos que votan a favor. Banda de cobardes”. La diputada Professora Marcivania afirmó: “Nunca había visto tanta hipocresía por metro cuadrado”. (Entérese aquí de qué sigue en el proceso para abrir el juicio político).

Otros más declararon que votaban nombre de Dios y de una nación evangélica. Otros dijeron que agradecían a Dios por estar allí, y luego abrazaban el nombre de la democracia. Uno más argumentó que su voto a favor era una expresión contra el comunismo. Hubo abucheos, como en los primeros años de colegio. Dijeron que no hay desarrollo social, ni económico, y no se dieron cuenta de que esa crítica es, al mismo tiempo, una aceptación de los pecados propios. “Por mi familia, por mis hijos, por mi esposa, por mi nieta, por mi padre, siempre presente en mi vida”: por ellos votaban los diputados. Pocos nombraron las razones claras por las que se juzgaría a Rousseff: por el hecho de que había manipulado las cuentas públicas para “ocultar la amplitud de los déficits de 2014”.

De acuerdo con la Constitución, al presidente sólo se lo puede juzgar si comete un crimen de responsabilidad. Esa acusación cabría en las clasificaciones que prevé. “La ley del juicio político es amplia y, al parecer, no hay nada ilegal desde el punto de vista jurídico por ahora —escribió Flávia Marreiro en El País—. La cuestión es que tampoco hay nada que impida que se instale fuera del Parlamento un debate sobre la legitimidad y lo razonable de la decisión”.

El 60% del Congreso brasileño, entre la Cámara de Diputados y el Senado, tiene investigaciones pendientes por crímenes electorales, corrupción y homicidio. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, tendría cuentas boyantes en Suiza y vive, dice Marreiro, “como un sultán”. Pero nada de eso ha valido a la hora de juzgar a Rousseff. El diputado Wladimir Acosta dijo: “El Gobierno da un tiro en los corazones de los brasileños. Un tiro en el corazón”. Era una de las primeras veces que Acosta presentaba ese tipo de vehemencia en un discurso, dado que se ha ausentado al 84% de las sesiones en la Cámara de Diputados.

La votación, que se extendió entre las cinco de la tarde y casi las diez de la noche, se convirtió de pronto en un festín de agresiones verbales y en una muestra de que la política en América Latina es, también, un juego de retórica que pretende ocultar la carencia de argumentos. Un diputado votó a favor del impeachment con esta razón: “No quiero que mis hijos aprendan sexo en el colegio”. Espetando cuanta razón venía a la boca, los diputados demostraron que la política, tanto como el fútbol, es un modo ferviente de la pasión. Al diputado que dio el voto 342, el voto que haría aprobar el impeachment, lo alzaron en brazos y comenzaron a corear la victoria. Otros más acusaron una red de corrupción en el gobierno de Rousseff recordando el caso de Petrobras. Pero en ese caso, tantos los partidos de oposición como el gobiernista PT están implicados. Nadie podría decir que la corrupción en Brasil traga de una sola fuente. El mismo Eduardo Cunha está involucrado en el caso. Y el vicepresidente, Michel Temer, deberá rendir cuentas por ser el “padrino” de algunos de los involucrados en la frenética cadena de sobornos.

De modo que la votación se fue tornando, poco a poco, en un retrato rupestre del nacionalismo más rastrero y del espectáculo más vergonzoso. Ya no era política: era una pieza de farándula. Aquellos que votaban a favor del impeachment votaban confetis a modo de celebración; aquellos que votaban en contra llamaban a sus contrincantes canallas y golpistas. Las negociaciones, que comenzaron el viernes, se hicieron tras bambalinas, pero aun así los políticos dominaban el atrio como si se tratara del último discurso de su existencia: con los brazos agitados, a gritos, a golpes de pecho alimentados de chovinismo y religión.

El presidente de la Comisión, Eduardo Cunha, presidió la sesión con cara de indiferencia. De tanto en tanto sonreía, como sonrió Temer en su oficina privada mientras veía la sesión por televisión. Cunha dijo al votar: “Que Dios tenga misericordia de esta patria. Voto sí”. Necesitarán misericordia: el desastre se cría entre su clase política.
 

Por Juan David Torres Duarte

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