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El anuncio de que el papa Francisco creó una comisión especial para que le informe sobre las actividades reales del controvertido banco del Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), es un tema de fondo sobre la no muy santa economía católica. El papa argentino había dicho con ironía en días pasados que “San Pedro no tenía cuenta bancaria” y, al rechazar el trono que venían usando los pontífices, que la iglesia debería dar ejemplo de austeridad y caridad en cambio de vivir en la opulencia. Fue ese el preámbulo antes de intervenir las oscuras finanzas atesoradas sobre la fe de más de 1.200 millones de personas en todo el mundo. Desde los años 70 los papas han intentado meter en cintura el tema pero no han podido e incluso la muerte de Juan Pablo I se atribuyó a su posible osadía de querer desenmascarar los dineros calientes. El último en darse por vencido, y en parte por eso habría renunciado, fue Benedicto XVI.
Para entender la magnitud del caso, primero hay que entender que la economía vaticana es manejada desde tres frentes: el IOR, banco estatal; la Prefectura para los Asuntos Económicos, que hace las funciones de un ministerio de Hacienda, y la Administración del Patrimonio de la Santa Sede (Apsa), responsable de bienes muebles e inmuebles. Al comienzo de cada año, el Prefecto publica dos balances a los que no muchos expertos les creen, mientras otros hacen acto de fe. Por un lado, se entregan las cuentas de la Santa Sede, dependientes casi con exclusividad de ofrendas de las conferencias católicas de 170 países y por otro, las de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano, encargada de las cifras de ese pequeño Estado de 44 hectáreas, que maneja entradas del turismo, museos y hasta de una farmacia y un supermercado.
Guillermo León Escobar, ex embajador de Colombia ante la Santa Sede durante los gobiernos de Andrés Pastrana y de Álvaro Uribe, explica que el patrimonio básico en cabeza del papa Benedicto XVI proviene de los millones de liras (se especula con cifras entre 80 y 1.750) entregados por Italia al Vaticano con motivo de los Pactos Lateranenses, que desde 1929 reconocen la soberanía de los dos estados y la indemnización a la Iglesia por los territorios perdidos en 1870. Todo avalado por el primer ministro fascista Benito Mussolini. Otro dato histórico a tener en cuenta: Hitler dejó bajo custodia del Papa Pío XII oro y dineros expropiados por los nazis a judíos de los Balcanes y quienes hoy ante un tribunal de San Francisco (EE.UU.) demandan devolución e indemnización. Fue el pontífice Pío XII quien fundó en 1942 el IOR para “custodiar los bienes de la iglesia, destinados a obras de religión o de caridad”.
“Algunos piensan que el IOR, llamado impropiamente Banco Vaticano cuando no es más que una exitosa Caja de Ahorros, sea la entidad financieramente más importante de la Iglesia, lo cual no es cierto pese a sus 33.000 ahorradores y a los cerca de 5 mil millones de depósitos reales. El eje central de la economía eclesial es la APSA, que maneja el patrimonio”, dice Escobar. Se dice que Francisco quiere saber a ciencia cierta qué hace cada entidad y con qué tipo de capitales.
De manera extraoficial se le atribuyen al IOR reservas superiores a los 11 mil millones de dólares. ¿Y quién lo controla? Una Comisión Cardenalicia de cinco purpurados nombrados por el Papa y el Consejo de Superintendencia, cinco laicos expertos en finanzas, entre los que han figurado el estadounidense Virgil C. Dechant (City Bank), el alemán Theodor E. Pietzcker (Deutsche Bank), el español José Ángel Sánchez Asiaín (BBVA) y Robert Studer, de la Unión de Banca Suiza (UBS).
EL IOR no es una entidad ajena a Colombia. El jueves 8 de julio de 2010, a las 3:00 de la tarde, su entonces director general, el laico italiano Paolo Cipriani, dictó una conferencia a 70 obispos colombianos en la sede de la Conferencia en Bogotá. Entonces el secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Juan Vicente Córdoba, le dijo a El Espectador: “Él nos hará ciertas recomendaciones para que tengamos claro cómo se envían los dineros, la intermediación bancaria, los servicios que ellos pueden prestarle a las diócesis para cambios en dólares o euros y que todo funcione de mejor manera”.
Cipriani, de 55 años, es uno de los banqueros europeos más reconocidos por su experiencia en el Banco del Espíritu Santo, en Italia, y el Banco de Roma, así como en los centros financieros de Luxemburgo, Nueva York y Londres. Por encima de él está el presidente del IOR, Ettore Gotti Tedeschi, quien hasta finales del año pasado dirigía el español Banco Santander en Italia y es allegado a los altos círculos del Opus Dei. Fue él quien asesoró al papa Benedicto XVI para la escritura de la encíclica social y económica Caridad en la verdad, que irónicamente exige al sistema financiero mundial basar su existencia en “ética”, “transparencia” y “justicia social”.
Justo cuando Cipriani vino a Colombia en Italia se abrió una investigación por posible lavado de dólares y euros en el Vaticano. Los fiscales romanos Nello Rossi y Stefano Rocco investigan al IOR, a los también poderosos Unicredit e Intensa San Paolo y a otros más pequeños como la Banca del Fucino. El diario La Repubblica aseguró que el IOR opera como “pantalla” para ocultar dinero de clientes que quieren evadir los controles fiscales italianos. Entre los nombres citados en los rastreos hechos desde 2004 se encuentra el del ex primer ministro de ese país y líder de la Unión Demócrata Cristiana, Giulio Andreotti, cercano a la Santa Sede y a quien desde hace tiempo se señala como promotor de este tipo de triangulaciones. Los delitos investigados son tres: no identificar a los autores de las transacciones, no registrar las operaciones y no reportarlas como sospechosas.
Monseñor Córdoba opinó entonces: “No sería raro que los criminales utilicen un banco como el IOR para lavar dinero, pero no creo que eso ocurra con conocimiento del Vaticano, del Papa o de los cardenales”. Destacó que uno de los propósitos de estrechar la relación con el IOR es blindar a la Iglesia de dineros mal habidos. “A mí me han llegado correos electrónicos ofreciendo un millón de dólares y yo de inmediato los borro, porque de eso tan bueno no dan tanto, debe ser un torcido. Por eso tenemos mucho cuidado con las donaciones, verificamos de qué ONG o fundación provienen y nada se firma sin el visto bueno de un obispo y un proyecto aprobado que justifique el dinero”.
Sin embargo, los filtros vaticanos parecen bastante laxos. En el balance de 2007 admitió: “ha llegado a la Santa Sede una oferta por un valor de 14’309.400 dólares por parte de un donante que ha querido mantener el anonimato”. La página oficial del estado (www.vatican.va) permite las contribuciones confidenciales en línea sólo con la inclusión de un nombre, apellido y dirección o, si se prefiere el anonimato, basta con indicar el país desde donde se hace la transacción. “En cualquier momento puede enviar su óbolo a su santidad Benedicto XVI” y anexa la cuenta corriente de Unicredit Banca D’Impresa junto con las opciones de tarjetas de crédito American Express, Visa, Diners y Master Card. “Es una ayuda económica que los fieles ofrecen al Santo Padre, como expresión de apoyo a la solicitud del sucesor de Pedro por las múltiples necesidades de la Iglesia universal y las obras de caridad a favor de los más necesitados”.
El lema de la caridad quedó desmitificado en 1982 cuando la banca papal causó la quiebra del Banco Ambrosiano del que era accionista. Se perdieron 1.300 millones de dólares y surgió la trinca del monseñor estadounidense Paul Marcinkus, cabeza del IOR hasta 1989 y llamado “el banquero de Dios”, el asesor siciliano Michele Sindona y Roverto Calvi, presidente del Ambrosiano. Manejaron fortunas como la del dictador filipino Ferdinando Marcos. La Santa Sede decidió reponer 406 millones de dólares para asumir su “responsabilidad moral”.
A este oscuro capítulo se atribuye, sin pruebas ni condenados, la sorpresiva muerte del papa Juan Pablo I en 1978, quien quería develar las mafias infiltradas. Libros como ‘El poder y la gloria’ (Planeta), escrito por David Yallop, denunciaron que las operaciones que convirtieron al Vaticano en “paraíso fiscal” y “banco de la mafia”, se mantuvieron e incrementaron después de aquel escándalo. Una investigación del London Telegraph le dio al Vaticano el octavo puesto en la lista de los diez estados donde más fondos se blanquean (habló de 55 mil millones de dólares) con impunidad, debido a que las investigaciones que se abren no se concretan porque los estados solicitantes prefieren evitar una crisis diplomática con un estado siempre escudado en su inmunidad diplomática.
Viendo los balances en rojo de los 80, Juan Pablo II reestructuró los estatutos que rigen el IOR pero los mantuvo bajo secreto y ratificó a los herederos de la crisis de los 80 y las utilidades volvieron en 1992 con cifras récord. En su investigación ‘La puta de Babilonia’ (Planeta 2007), el escritor colombiano Fernando Vallejo denunció que el papa polaco “protegió a Marcinkus y a Sindona”. El primero falleció en la impunidad en 2006, el segundo fue asesinado con cianuro en la cárcel en 1986 y el cadáver de Calvi apareció colgado de un puente en Londres en 1982. ‘Vaticano S.p.A’ (2009), escrito por Gianluigi Nuzzi, basado en el archivo secreto de Renato Dardozzi un consultor de cardenales y obispos, reveló: “Entre 1989 y 1993 unos 275 millones de euros fueron transferidos a fundaciones con nombres como Cardenal Francis Spellman, Lucha contra la leucemia o Niños pobres”. En el libro se relaciona al IOR con los jefes de la Cosa Nostra. La editorial vaticana ripostó con el libro ’Finanzas blancas’, escrito por Angelo Caloia, presidente del IOR hasta 2009.
El exembajador Escobar concluye: “desde los intrincados y nunca aclarados negocios realizados por Marcinkus y Calvi con la participación de la Logia P2 que llevaron a la quiebra del Banco Ambrosiano el ámbito financiero Vaticano no ha logrado crear la evidencia de transparencia a la que se obligó luego del asesinato de Calvi, de la sanción de la Santa Sede a Marcinkus, que murió en Illinois en el 2006 llevándose a la tumba secretos que aún ahora esperan verdades”.
Ahora es Francisco quien intenta destapar las ollas podridas. El nuevo presidente del IOR, el alemán Ernst von Freyberg, trabaja con un equipo de expertos de la agencia financiera Promontory para verificar el origen de cada una de las 19.000 cuentas de IOR. El pasado 16 de junio, el pontífice designó al italiano monseñor Battista Mario Salvatore Ricca, uno de sus hombres de confianza, como nuevo “prelado” de esa institución. A él lo ayudará la comisión que presentará el informe final al papa: el cardenal italiano Raffaele Farina, exresponsable de los archivos secretos del Vaticano; el cardenal francés Jean-Louis Tauran; el español Juan Ignacio Arrieta Ochoa de Chinchetru, experto en la legislación del Vaticano (coordinador); el estadounidense Peter Bryan Wells, miembro de la Secretaría de Estado, y la profesora laica estadounidense Mary Ann Glendon, especialista en derecho de Harvard.
A pesar de que le reconocen su buena voluntad, muy pocos vaticanólogos creen que el papa Francisco logrará el milagro: que la transparencia y la caridad se impongan en la Santa Sede.