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Malala Yousafzai se hizo famosa en 2009, cuando tenia 11 años y bajo el seudónimo de Gul Makai escribió un blog para la BBC en el que contaba cómo era la vida en la región de Swat, Pakistán, bajo el régimen talibán, que llevaba dos años en el poder y prohibía que las menores fueran a la escuela. Su identidad se conoció cuando ganó un premio nacional por su valentía y fue nominada al premio infantil internacional de la paz. El martes, cuando volvía del colegio a su casa, recibió un disparo en la cabeza por parte de los talibanes. Sobrevivió milagrosamente, pero la milicia anunció que intentará asesinarla otra vez.
Lo más preocupante es que la noticia, aunque le dio la vuelta al mundo, no es sorpresa: son conocidas en Occidente las historias de mujeres lapidadas, ejecutadas, violadas, víctimas de las milicias insurgentes —que EE.UU. intentó eliminar con su ocupación en Afganistán, pero que terminaron expandiéndose por la zona fronteriza con Pakistán e implementando una ideología represiva y violenta que supera los extremos de la ley coránica—.
Heather Barr, oficial de Human Rights Watch para Afganistán, en conversación con El Espectador, recuerda que hace pocos meses se conoció el video en que una mujer llamada Najiba era ejecutada por su propio esposo en la provincia de Pasrwan, en Afganistán, por órdenes de los talibanes, como castigo por abandonar su hogar. El mes pasado, una menor de 16 años fue flagelada 100 veces en la provincia de Ghazni (Afganistán), por haber tenido sexo ilícito, debido a que ella denunciara que había sido violada. Los talibanes también “han perseguido frecuentemente a mujeres que trabajan o tienen vida pública en organizaciones internacionales, al igual que a quienes estudian y enseñan en escuelas femeninas”.
Otras restricciones más comunes impuestas por los talibanes incluyen que las mujeres no trabajen fuera de casa, no decidan sobre su matrimonio y no participen en eventos públicos. Además, los talibanes “creen que las mujeres no deben hablar o ser vistas por otro hombre que no sea su esposo o miembros cercanos de su familia. Ni siquiera pueden ver a un doctor, aun cuando sus propias prohibiciones impiden que haya mujeres doctoras”, añade Barr.
Muchos ponen en la mira al islam cuando se conocen estas medidas represivas, pero no es cierto que los talibanes ejerzan semejante control contra la mujer debido a su interpretación ultraconservadora de la ley musulmana —la sharia—. Ignacio Gutiérrez de Terán, doctor en filología árabe y profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, explica a El Espectador que “la mujer, aun bajo la interpretación más abierta del islam, nunca tendrá igualdad plena con el hombre, pero tampoco una posición tan degradada como pretenden los talibanes”.
Otro experto en Oriente Medio y norte de África, Paul Sullivan, dice a este diario que muchos musulmanes opinan que los talibanes son una amenaza al islam por sus interpretaciones ultraextremas, que no son particularmente bien educados en las particularidades de la ley islámica y que la interpretación de la mujer que tienen contradice incluso las enseñanzas de Mohammed, el profeta analfabeta del Islam:
“Mohammed trabajó para su esposa, Khadija, quien era la letrada de la relación. Mohammed dio grandes pasos para mejorar la situación de las mujeres. Sus esfuerzos ayudaron a las mujeres a ganar derechos de herencia y otros de los que no se sabia en la Península Arábiga en ese tiempo —y ni siquiera en Europa—. Mohammed estaba a favor de la educación de los musulmanes y no parecía distinguir entre hombres y mujeres al respecto”, dice Sullivan.
Ehsanullah Ehsan, un portavoz del Movimiento de los Talibanes de Pakistán (TTP), aliado de Al Qaeda, que se atribuyó el intento de homicidio contra Malala, afirmó que lo hicieron por considerar a la menor antitalibán y secular y que volverían a intentar asesinarla.
Pero las referencias religiosas son un velo para ocultar las intenciones reales de la milicia radical. Las acciones de los talibanes, dice Terán, están orientadas más bien por su rechazo a modelos de Occidente (donde la educación de hombres y mujeres es un derecho), sus fines políticos y su intención de perpetuar una casta dominada por los hombres”.
Irónicamente, ha sido la ocupación estadounidense en Afganistán, que pretendía eliminarlos, la que ha detonado la expansión de los talibanes y la crisis de ese país y de Pakistán. “Debido a la presión, los talibanes se expandieron hacia Pakistán, donde según EE.UU. reciben ayudas del gobierno. Errores en la acción antiterrorista de EE.UU., como el uso de aviones no tripulados que acabaron por matar civiles, transportaron los conflictos de Afganistán a Pakistán. Hoy se puede decir de Afganistán que es un estado fallido, está plagado de pobreza y es uno de los cinco países más corruptos del planeta. Y que Pakistán está en camino de serlo”, añade Terán.
Las presiones económicas, sociales y culturales han exacerbado el radicalismo y el rechazo a Occidente de los talibanes, que en medio de esa crisis se abren espacio, se fortalecen militarmente y ganan cada vez más adeptos en su rechazo a EE.UU. y los modelos occidentales. El islam, dice Sullivan, “tiene poco que ver en esto. La ley talibán es realmente más cercana a las leyes tribales que a la religión musulmana. Los talibanes son un culto que no se representa sino a sí mismo”.
Malala sobrevivió, de milagro. Sus compañeras ahora lo pensarán dos veces antes de arriesgar la vida para ir a la escuela.