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Mi padre, Jaime Ramírez Gómez, falleció el 17 de noviembre de 1986, cuando regresábamos, mi madre, mi hermano, él y yo a Bogotá, desde La Vega (Cundinamarca). Nos interceptó un vehículo y comenzó a disparar hacia nosotros y directamente al cuerpo de mi papá. Nos dimos cuenta porque había llamas, fuego y sangre que salió volando por todos lados, porque los sicarios nos dispararon con silenciador y no se escuchaban disparos normales, más bien sonaban como golpes.
En un momento llegamos a pensar que era que el vehículo se había dañado, pero no, eran los disparos que asesinaron a mi padre. Él cayó al lado de mi mamá, quien de milagro está viva. A mi hermano y a mí nos dispararon los sicarios que se bajaron a rematar a mi padre. A mí me hirieron en las piernas y a mi hermano en una mano.
Jaime Ramírez Gómez fue un oficial muy honesto, una persona que desde que empezó su carrera como oficial en la Policía Nacional llevó el récord de que todas sus unidades siempre fueron las mejores de la entidad. A finales del año 82 fue nombrado comandante antinarcóticos, el tercero que tuvo esa unidad y se volvió incómodo no sólo para el narcotráfico sino para otras instituciones. Logró el decomiso más grande de drogas hasta ese momento incautando, el laboratorio de Tranquilandia, un hito porque era un lugar donde cultivaban y procesaban la droga para llevarla al exterior. Era un sitio, hasta ese momento, con plena libertad y tranquilidad. Eso marcó la vida de mi papá y su muerte.
Recuerdo que en esa época Pablo Escobar le puso precio a la vida de los policías y pagaba de a millón de pesos por uniformado muerto, así fuera un muchacho que manejaba el tráfico y no tenía nada que ver con los operativos. Entonces, la Policía se unió en contra de un enemigo común que era Pablo Escobar, pero los asesinatos sistemáticos de policías nunca se han visto como los de la UP, por ejemplo. Y ese tema debería estar dentro de una pena de derechos humanos, porque se vulneraron los derechos de centenas de policías a vivir, a trabajar y a desarrollar sus familias.
Pablo Escobar marcó nuestras vidas y también al país. Una de las consecuencias más nefastas fue la acentuación de la corrupción, la sociedad cambió de valores y se acabaron valores familiares y éticos, por el dinero. Él demostró que con el dinero se podían comprar personas y conciencias. Hoy, 25 años después de su muerte, más que una víctima me siento un sobreviviente, que quiere superar y dar ejemplo.