La trasescena del pánico colectivo en Cali y Bogotá

El mismo libreto se vio en ambas capitales: saqueos previos al toque de queda, llamadas de emergencias confusas, vecinos vigilando con palos y armas, disparos al aire y casi mil llamadas al 123, pero ningún robo reportado a un conjunto residencial, apartamento o casa que haya sido confirmado.

Redacción Investigación - investigacionee@elespectador.com
28 de noviembre de 2019 - 03:00 a. m.
Vecinos armados con palos y armas en Bgotá durante la noche del 22 de noviembre. /José Vargas
Vecinos armados con palos y armas en Bgotá durante la noche del 22 de noviembre. /José Vargas
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Durante una semana, el país ha sido testigo de marchas pacíficas, históricos cacerolazos, desmanes de vándalos y represión del Esmad. Sin embargo, un capítulo aparte de la crisis, sin suficiente explicación, lo constituye el pánico colectivo que se tomó a Cali y Bogotá durante las noches del 21 y 22 de noviembre, cuando se decretaron sendos toques de queda y, a través de las redes sociales (Whatsapp, Twitter y Facebook), se viralizaron videos que reportaban la supuesta amenaza de robos masivos y asaltos en conjuntos residenciales. En algunos casos, con audios de gritos de ayuda de familiares, amigos y hasta desconocidos, a los que les dio plena credibilidad y que advertían de hordas de delincuentes que se acercaban a las casas.

El pánico colectivo generó una histeria en la que vecinos con palos de escoba, cuchillos, bates y hasta armas de fuego se mostraron decididos a dar sus vidas para que no les arrebataran sus pertenencias. Los caleños lo vivieron en la noche del jueves y los bogotanos en la del viernes. En medio del frenesí digital, pronto se propagó la idea de que las bandas criminales se estaban tomando las calles. La primera reacción fue de clamor para que la Policía hiciera presencia. Por eso, sus líneas de emergencia comenzaron a registrar llamadas sobre supuestos ataques en conjuntos residenciales. Sin embargo, en la mayoría de esos mensajes prevaleció un comentario previo: “creo que…”. Los ciudadanos hablaban de situaciones hipotéticas.

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En ningún caso eran reportes de testigos directos. Tanto la Alcaldía de Cali como la de Bogotá confirmaron que no se pudo comprobar un caso. En cambio, coincidieron en que el pánico se propagó, sobre todo, en sectores de clase media colindantes con barrios populares, supuestamente propensos a robos colectivos. En ambas ciudades, los propios alcaldes asumieron la tarea de tratar de comprobar los hechos. Y en ambos casos, aseguraron fuentes consultadas, los vecinos, muchas veces con pena o cabizbajos, reconocieron que nunca vieron a quienes los querían robar. Con otro hecho grave: se advirtieron brotes de xenofobia contra los venezolanos, a quienes varias veces se culpó de estar detrás de los intentos de saqueo y de la inseguridad.

En Cali también se advirtieron expresiones de clasismo y racismo. Por el color de piel o forma de vestirse de los transeuntes, se empezaron a señalar personas como una amenaza, sin saber realmente si eran o no sus propios vecinos. A su vez, en Bogotá, en varios conjuntos residenciales se prendieron las alarmas y algunos vecinos hicieron tiros al aire para “ahuyentar” el peligro. Fue tal el nerviosismo que, mientras en Bogotá un hombre murió producto de una bala perdida, en Cali un vecino hirió a otro pensando que era un delincuente. Hoy las autoridades revisan cámaras de seguridad para identificar a quienes propagaron el miedo y saber si hubo una mano negra para generar pánico en la noche.

En Cali se registraron cerca de 1.100 llamadas de emergencia. Según su secretario de Seguridad, Andrés Villamizar, se hicieron 336 verificaciones directas en terreno sobre esas alertas y ninguna se pudo comprobar. Asimismo, explicó que en ninguna Unidad de Reacción Inmediata (URI) de la Fiscalía existe denuncia sobre hurtos o intromisiones a la propiedad. Asimismo, explicó que se realizaron decenas de entrevistas a los vecinos y que en sus conversaciones contaron que, al escuchar las alarmas en sus conjuntos, decidieron tomar las armas y organizarse para “perseguir a vándalos” que nunca vieron. Andrés Villamizar sostuvo que para entender lo sucedido ese 21 de noviembre, hay que evaluar tres etapas.

Según Villamizar, en la mañana del jueves 21 en Cali las protestas contaron con más de 23.000 personas que marcharon de forma pacífica. Sin embargo, hacia el mediodía, en un segundo momento, comenzó a cambiar la dinámica, porque se empezaron a presentar puntos de bloqueo en la ciudad y algunas aglomeraciones en barrios populares, especialmente al oriente de la ciudad, que provocaron saqueos a varios establecimientos comerciales. A lo largo de la tarde se presentaron 37 saqueos y fue cuando se decidió decretar el toque de queda, pues el pie de fuerza de la ciudad no permitía tener control sobre los 18 puntos críticos de seguridad que se presentaban. A las cuatro de la tarde se hizo el anunció del toque de queda.

“A las seis comenzó la tercera etapa, la del pánico generalizado, producto de una cadena de mensaje de WhatsApp en la que se hablaban de hordas de personas que se estaban entrando a los conjuntos residenciales. Al principio creímos que esos reportes eran reales, por lo que comenzamos a enviar fuerzas de policía a los cuadrantes. Pero nos dimos cuenta de que se trataba de información falsa. Las denuncias se concentraron en los barrios Valle del Lili, Bochalema y El Caney. No era que la gente estuviera diciendo mentiras, porque recibimos llamadas de personas conocidas en medio de gritos y llantos que decían que se les iban a meter a la unidad, pero identificamos un patrón”, señaló Villamizar.

Ese factor común fue que todos los vecinos planteaban que otra persona era la que les había comentado sobre los supuestos grupos de delincuentes que amenazaban con ingresar a los conjuntos. “No puedo afirmar que no ocurrieran hechos, pero no he podido validar un solo caso real. Se veían jóvenes corriendo por X o Y motivos y, en medio de alarmas encendidas, a los vecinos saliendo a la calle con palos. Fue una cadena de errores en la que los vecinos se señalaban entre sí. Hasta se presentó un caso en Bochalema donde un vecino le disparó a otro por error, porque creyó que el grupo que estaba ‘custodiando’ la unidad en realidad eran de delincuentes”, le contó a este diario el secretario de seguridad de Cali.

Según Villamizar, la situación se controló a las 11 de la noche, cuando hubo presencia del Ejército y la Policía en toda la ciudad. Asimismo, al día siguiente de los hechos, él llamó a los sistemas de emergencia y le reportaron que no hubo muertos relacionados por estos hechos, solo dos homicidios por circunstancias diferentes (uno de ellos por violencia intrafamiliar). “Si acá se hubiesen metido masivamente a los conjuntos, estaríamos con casi 30 muertos. Hay videos en redes sociales en los que se ve gente corriendo en la oscuridad y gritando ahí van, pero no hay claridad de nada. Incluso hay videos de personas malheridas y golpeadas al interior de los conjuntos, pero aún no sé si eran vecinos de conjuntos aledaños”, aseguró.

“Hay que meterle sentido común. Si soy vándalo, lo peor es meterme a un conjunto residencial, porque hay vigilancia privada armada y los vecinos se defienden. Sería más fácil meterse a las casas, de las que tampoco hubo reportes, porque los saqueos fueron a establecimientos comerciales, como panaderías y supermercados. Lo más interesante de todo, por si quedaban dudas, es que la situación se replicó de idéntica forma en Bogotá. De ahí surgen dos hipótesis: sucedió el mismo pánico colectivo por el toque de queda o en ambas ciudades hubo un esfuerzo de generar terror o pánico. Se está investigando el tema porque las similitudes son pasmosas. Sobre el supuesto pago de los $50.000 para sembrar terror, es un rumor que no ha sido validado”.

La noche del 22 de noviembre

Para demostrar cómo se propagó el miedo en Bogotá, la Alcaldía realizó un análisis de 612 llamadas que entraron al 123 desde las 7:00 p.m. hasta las 11:40 p.m. Luego de acudir directamente a los 612 puntos, no se logró confirmar los hechos. Es más, se tomaron 938 entrevistas de vecinos de las zonas afectadas, quienes aceptaron que el pánico se generó por los desmanes y saqueos que se presentaron en Suba y Kennedy. Al igual que en Cali, fueron estos hechos los que determinaron el toque de queda. Si bien desde la alcaldía insiste en que no se puede descartar algunos casos de hurto o ingreso a propiedades, lo que evidenciaron fue la realización de un complot para generar pánico.

Para la Alcaldía de Bogotá, el análisis de las llamadas permitió entender cómo se propagó el miedo. “Si uno coge el mapa de Bogotá y ve los puntos, es claro que el pánico se propagó de forma periférica. Varios sectores son colindantes con la Avenida Cali, cerca a barrios con problemas de seguridad y microtráfico”, explicó un funcionario. Las principales localidades en las que se centraron las llamadas al 123 fueron Suba (186), Kennedy (101), Usaquén (93), Engativá (93) y Fontibón (58), que suman el 83% de los reportes. Según las autoridades, fue algo organizado porque los actos vandálicos son aleatorios y no simultáneos. Ahora, con más de 4.500 cámaras de seguridad, se busca identificar a quienes extendieron el miedo.

Entre 8:30 y 11:00 de la noche se registró el pico de las llamadas, con 411 reportes de emergencia por presuntos hurtos o actos vandálicos. Una cifra similar a la que se presentó en Twitter, cuando varios usuarios empezaron a enviar mensajes de alertas sobre supuestos “robos masivos” en la ciudad. David Torres, quien trabaja como Data Scientist de Platzi, realizó un análisis en el que seleccionó 3.000 trinos que hablaban sobre robos, saqueos y actos vandálicos para organizarlos en el mapa de Bogotá. La conclusión es la misma que la evaluación de la Alcaldía: el pánico en Twitter se concentró en los mismos focos y se propagó a lo largo de Bogotá a las mismas horas en las que la gente empezó a llamar a la línea 123.

 

El objetivo de las autoridades ahora es establecer quiénes estuvieron detrás de la estrategia de pánico. En medio de intereses políticos y posiciones radicales de diversos sectores, en las mismas redes sociales se han divulgado audios y videos acusándose unos a otros, incluso se ha señalado a la misma Policía. “Es una canallada. Es como decir que nos metimos un tiro en el pie por diversión”, replicó una fuente. También se ha dicho que venezolanos fueron pagados para causar los desmanes, información que en parte también ha sido desvirtuada. En Cali no se capturó a un solo venezolano en los desmanes, saqueos o las marchas. En Bogotá fue diferente y, a principios de esta semana, Migración Colombia deportó a 60 venezolanos capturados en medio de los desmanes.

Por lo pronto, las autoridades están triangulando las llamadas, los mensajes de WhatsApp y las publicaciones en las redes sociales, para determinar el origen de la estrategia de pánico. Pero lo único claro es que en Bogotá y Cali el miedo duró casi cinco horas, en medio del desconcierto paralelo de las autoridades. En cualquier caso, la circulación de información falsa en las redes sociales para difundir pánico, continúa siendo un factor crítico en estos días de movilizaciones sociales. Y lo peor, “en algunos casos han aflorado los sentimientos más bajos: la xenofobia, el clasismo y el racismo. Cali y Bogotá fueron el laboratorio de esa estrategia perversa”, concluyó una fuente consultada que prefirió omitir su nombre pero vivió los hechos.

¿Por qué no hubo pánico en Medellín?

Andrés Preciado, exsubsecretario de Seguridad de Medellín, explicó que varios aspectos evitaron que en la capital antioqueña se presentara una situación de pánico generalizado.  Para él, la difusión de mensajes en redes sociales y WhatsAp, que en algunos casos fueron los mismos en Cali y Bogotá, fue un factor desestabilizador porque la ciudadanía no pudo -o no quiso- verificar la información. Eso, sumado a temas operativos que no pudieron evitar que las marchas y protestas se desbordaran y terminaran en saqueo que ocasionaron el pánico.

“La gran diferencia con Medellín es que las marchas transcurrieron por sitios habituales que tienen un muy buen cubrimiento del sistema de videovigilancia. Además, la misma ciudadanía tuvo una estrategia de autoprotección, pues impidieron que otros marchantes activaran artefactos explosivos durante la jornada. Es más, había una alerta de desmanes contra el metro, lo que ocasionó que desde días antes la misma ciudadanía se uniera en contra de desmanes que pudieran terminar en saqueos”, explicó Preciado.

Frente al tema operativo, el exsubsecretario manifestó que la Alcaldía de Medellín fue audaz en no visibilizar ni sacar al Esmad, pues “se trata de un equipo de reacción y no de prevención. Se dio la pela de acompañar las marchas con otros grupos de apoyo”. Asimismo, explicó que siempre que hay una marcha, empresas y la misma EPM hacen un barrido el día anterior por los puntos de concentración para evitar que se dejen materiales a la vista que puedan causar desmanes, como piedras o elementos de construcción.

Por Redacción Investigación - investigacionee@elespectador.com

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