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El 14 de diciembre de 2016 fue la última vez que los habitantes de Sahagún vieron en su tierra a Otto Nicolás Bula Bula. Lo recuerdan bien porque ese día se celebraban las fiestas patronales y este hombre, que con sus ojos azules y una piel de tono nórdico parecía un extraño entre las gentes laboriosas de la sabana cordobesa, estuvo ahí, cabalgando al frente de una cuadra de ejemplares de paso fino.
En enero siguiente, cuando Bula se convirtió en el primer capturado en Colombia por el escándalo Odebrecht, un equipo de periodistas y camarógrafos de Noticias Caracol Televisión llegó al pueblo con la misión de construir un perfil de alguien que para entonces era desconocido para el grueso del público colombiano. Los reporteros dieron con un académico que dedicaba sus ratos libres a su afición por las cámaras de video. Él había filmado las fiestas patronales y tuvo la paciencia de buscar entre decenas de discos de grabación alguna escena inédita e ilustrativa. (Le puede interesar: Odebrecht afecta a mayor grupo bancario).
De repente, en la pantalla de su monitor apareció la imagen de Bula a lomo de su caballo ‘Cuarto de milla’. “Ajá Otto, ¿qué nos vas a brindar”, le preguntaba entre el bullicio algún espontáneo y él respondía con la diestra en alto, sosteniendo un vaso plástico servido con whisky en señal de brindis. Uno de los ejemplares de su cuadra arrebataba las palmas de todos al bailar al ritmo de un fandango sabanero. Era la despedida de Bula, aunque él no lo supiera. Los trazos de su perfil lo mostraban como un hombre algo huraño, pero generoso. Se ganó sus primeros pesos como productor de queso artesanal en una lechería instalada en el barrio de Pocheche, en uno de los rincones más pobres de su tierra.
Antes de salir de allí para cumplir su sueño de trabajar al lado de los políticos más influyentes de su departamento, donó dos lotes contiguos a su negocio para la construcción de un comedor para niños y personas de la tercera edad y de una capilla. “Hasta antes de que estuviera metido en todos estos líos lo conocimos como un tipo serio, algo callado y buena gente”, recuerda Éver Rojano, un empleado de su lechería. Su breve carrera política la hizo en los años 90 a la sombra del senador Mario Uribe, un político del Partido Liberal nacido en el departamento de Antioquia e inicialmente sin ningún ascendiente en Sahagún y el resto del departamento de Córdoba. (Lea: Odebrecht demandó al Estado colombiano).
El sociólogo Raúl Aldana, dirigente local del municipio, recuerda que fue él quien llevó a Uribe a la región y lo puso en contacto con los “caciques de allí”. Uribe prefirió apadrinar a Bula porque a los demás políticos de aquellos confines los veía como contrincantes por el poder que estaban acumulando. Miraba con cierto recelo a los hermanos Musa y Johny Besaile, líderes de una casta regional. El primero de ellos se convertiría en uno de los senadores
con mayor caudal político y electoral, pero también en símbolo de corrupción regional.
Hay evidencias que sugieren que Bula comenzó a hacer fortuna prestando su nombre para que Uribe comprara las tierras más productivas. Pero muy pronto, en 1998, los nombres de ambos comenzaron a verse asociados a despojos violentos con la utilización de escuadrones paramilitares. A causa
de esos nexos Uribe perdió su investidura parlamentaria y Bula, su segundo renglón en la lista de elegibles, lo sucedió.
La caída del senador Mario Uribe tuvo una resonancia especial porque se produjo cuando ya su primo Álvaro Uribe ejercía como presidente de la República. Dueño de una fortuna que incluía una comercializadora agrícola, una hacienda con estancias de lujo y caballos finos en las inmediaciones
del aeropuerto de Montería y otros 62 bienes a lo largo ancho del país55, Otto Bula se aproximó entonces a Bernardo “el Ñoño” Elías, un joven heredero de otra casta regional, y le ayudó incluso con dinero para financiar sus campañas. (Más: SIC eleva cargos a Luis Carlos Sarmiento).
Por alguna extraña razón, los expedientes abiertos contra él por sus vínculos con grupos armados al margen de la ley no avanzaron o lo hicieron muy lentamente. Cuando fue capturado en enero de 2017, recién revelado el informe del Departamento de Justicia de Estados Unidos sobre Odebrecht, dejó personas de confianza al frente de sus negocios con una consigna: no hablar de él ni de sus actividades bajo ninguna circunstancia. Su hacienda quedó
resguardada por un circuito cerrado de televisión. Los extraños podían ser repelidos por los vigilantes si osaban mirar por las hendijas.
Yesid Augusto Arocha Alarcón, representante legal de Odebrecht en Colombia, fue el encargado de poner en la escena judicial el nombre de Bula, cuyo paso por el Senado fue fugaz. Le contó a la Fiscalía que el caballista de Sahagún fue vinculado a la firma en el 2013 a través de un contrato de asesoría y gestión mediante la modalidad success fee. Por referencia inicial que recibió del también intermediario y lobista Federico Gaviria, la multinacional supo de su cercanía con el senador Elías, integrante de la Comisión Tercera del Senado. Y Elías sabía venderse bien. Desde allí y desde la comisión de Crédito Público podía abonar el terreno a los proyectos del Gobierno o hundirlos, si era del caso, cuando los funcionarios encargados del trámite o calificación de los contratos se negaban a ponerse al servicio de los intereses de sus amigos.
La tarea encomendada a Bula por Odebrecht estaba enmarcada en dos verbos rectores: “gestionar” y “agilizar” las adiciones requeridas para los contratos. Si todo le salía bien se ganaba el 1 % del valor del contrato. Sorteó su prueba de fuego cuando logró la adición al contrato del corredor vial que uniría a las poblaciones de Ocaña, en el departamento de Norte de Santander, y Gamarra, en el Cesar. Cuando la Agencia Nacional de Infraestructura
le dio el visto bueno a la operación, el lobista se ganó una suma cercana a los US$4.600.000, según lo confesó él mismo durante sus interrogatorios.
Las discusiones sobre aumentos de tarifas de los peajes, instalación de nuevas casetas de peajes y anticipos con cargos a vigencias presupuestales futuras (algo que está prohibido legalmente) se zanjaron a favor de Odebrecht.
El pago de la comisión fue realizado a través de siete empresas offshore. En su confesión ante la Fiscalía el caballista contó que el puente para llegar a la multinacional lo tendió Federico Gaviria Velásquez, alguien que vivía del cabildeo y a quien conoció en 1995. En febrero de 2013 Bula sentó a manteles en su casa del municipio de Chía, al norte de Bogotá, al senador Elías y a Gaviria para escuchar la propuesta que traía este. Los brasileños tenían brazo largo y estaban dispuestos a pagar por las adiciones al contrato de la Ruta del Sol II —su proyecto estrella— coimas hasta del 4 % del valor total del negocio, que ascendía a $1.6 billones de pesos. “El Ñoño” aceptó pues les dijo que tenía acceso privilegiado a la oficina del hombre que tomaba las decisiones, Luis Fernando Andrade, presidente de la ANI.
El director de Odebrecht en Colombia para esas fechas era Eleuberto Antonio Martorelli, quien, previa consulta con la sede principal en Brasil, aceptó que los sobornos del 4 % fueran distribuidos así: un 2 % para Elías y su grupo de senadores, 1 % para Bula y Federico Gaviria y el 1 % restante para los contactos de este último. Las dádivas repartidas sumaron 31.000 millones de pesos. La corriente no tardó en arrastrar a Andrade, hombre conocido hasta entonces por el país como un ejecutivo técnico serio, que descolló antes de llegar al cargo como socio de una de las consultoras más requeridas por los gobiernos de turno para los análisis de inversión más reputados. Cuando la Fiscalía lo vinculó formalmente a la investigación, las élites empresariales abogaron por él.
En contra de Andrade obraban pruebas sobre su asistencia a no menos de cuatro reuniones en la casa del senador Elías, en las que participó también Martorelli. En alguna ocasión Bula les prestó su chef particular para que los atendiera, y entre Andrade y el congresista se hizo evidente una relación que trascendía lo puramente técnico y político. El senador le obsequió una fina cartera a la esposa de Andrade y este le recomendaba a aquel los mejores colegios para sus hijos.
En ese sino de adversidad, que él siempre ha considerado injusto, Andrade tenía entre su círculo de colaboradores más inmediato a alguien cuya influencia resultaba contaminante. Se trataba de Juan Sebastián Correa, un joven a quien sus allegados consideraban “ambicioso y crudamente pragmático”, que fungía como enlace entre la ANI y el Congreso de la República. Él creía, y así lo demuestran las pruebas de su expediente, como chats, audios de conversaciones y documentos bancarios, que eso le daba derecho a cobrar sus propias comisiones sobre los negocios públicos.
Cuando lo supo, el presidente de la ANI declaró insubsistente a Correa y este testificó en su contra en el proceso penal. Confirmó las reuniones privadas de Andrade con Martorelli y también con inversionistas portugueses de la empresa AFA Vías, interesados en hacerse socios de la sociedad Navelena, encabezada por Odebrecht, en otro costoso proyecto: recuperar la navegabilidad del río Magdalena.
Los representantes de AFA Vías llegaron al país por invitación del “Ñoño” Elías. En sus almuerzos y cenas con ellos el senador les dejó oír cantos de sirena al decirles que tenía excelentes contactos con el Scotiabank y que podría asegurarles los créditos necesarios. Elías aprovechaba estos encuentros para ampliar su “portafolio de servicios”: cooptaría a la ANI y “presionaría duro”, según palabras de Bula, para que los consejos de Política Económica y Social y Política Fiscal (Conpes y Confis), lo mismo que el Ministerio de Hacienda, les dieran vía libre a las multimillonarias adiciones.
* Autor del libro, reconocido periodista de investigación durante más de 30 años y profesor universitario. Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.