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Hablar mal de Ómar Yepes y Víctor Renán Barco es deporte regional en Caldas. No en todo Caldas, seamos justos, pero cuando en un café se conversa sobre “los políticos” como esa especie generadora de todos los males, es muy probable que alguien cite esos nombres, sobre todo esos apellidos, para citar ejemplos concretos. Suelen fusionarlos en una palabra, el barcoyepismo, el yepobarquismo, porque hasta cierto punto, por cuenta de su coalición política de tres décadas, fueron uno solo. Orlando Sierra escribió profusamente sobre ellos, más incluso que sobre Ferney Tapasco, el discípulo de Barco que lo mandó matar. Porque Tapasco fue casi todo el tiempo un tornillo -vital, eso sí- del engranaje mayor que construyeron ambos caciques.
Las columnas del periodista en el diario La Patria son el mejor retrato de la forma como ese cacicazgo liberal-conservador ejerció su dominio. Es su faceta más conocida, pero al tiempo vale la pena enriquecerla con algunos detalles.
El liberal Víctor Renán Barco López fue congresista 39 años, entre 1970 y 2009, cuando murió. El conservador Ómar Yepes Alzate lo fue por 36 años, entre 1974 y 2010, cuando decidió no presentarse más a elecciones. La coalición entre ambos comenzó hacia 1978 e incluyó en un comienzo a Luis Guillermo Giraldo Hurtado, liberal que al final terminó aislado de aquella dupla icónica. Los tres fueron las cabezas de lo que la Procuraduría denominó en 1984 el Robo a Caldas, una serie de denuncias sobre el manejo de la Industria Licorera del departamento de las que salieron indemnes, pero que les pintaron una mancha negra en su reputación. Los artículos de Orlando Sierra llegaron a comienzos de los 90 y cubrieron la mayor parte de esa década y el comienzo del siglo XXI (le dispararon el 30 de enero de 2002).
En sus artículos evidenció una paradoja: a pesar de que la Constitución del 91 significó la apertura del sistema político a fuerzas alternativas al bipartidismo, en esa década el departamento daba la impresión de que ese sistema estaba más cerrado que nunca. El barcoyepismo lo controlaba casi todo. Sus timoneles, como no podían evitar la competencia en elecciones contra fuerzas que querían hacerles contrapeso, y con las que paulatinamente perdían terreno, usaron las herramientas que tenían a la mano: restringieron la burocracia únicamente a su esfera, de tal forma que el control del presupuesto público no se les saliera de las manos. Cuando la coalición era de tres (Yepes, Barco y Giraldo), la repartición de puestos en la Gobernación y en la Alcaldía de Manizales era del 33% para cada uno; cuando sólo quedaron los dos primeros, era por mitades, o dependiendo del peso de la votación de cada uno. Yepes, en una declaración que reposa en el proceso por el crimen de Sierra, define el método con un realismo crudo: “Como cualquier sociedad privada, uno tiene derecho a los dividendos de acuerdo con los aportes”. Sierra lo ilustró así en una columna del 20 de marzo de 1994: “En Caldas, es la idea de los viejos caciques, o se come sopa barcogiraldista por el lado liberal o sopa yepista por el conservador, o se sufre de ayuno”.
Esa distribución burocrática por partes iguales lleva a pensar de inmediato en el Frente Nacional, que en Caldas se prolongó de una forma particular: el poder no residía tanto en dos partidos como en dos, a veces tres personas: los senadores de marras. El 27 de octubre de 1996, en una columna que tituló “La demosincracia en Caldas”, Sierra cuestionó si realmente allí podía hablarse de democracia en esas condiciones, sobre todo porque “quienes sean los candidatos a Gobernación y Alcaldía de Manizales por ellos señalados, esos serán en últimas gobernador y alcalde. En Caldas el escenario político, lejos de diversificarse, se cierra. La verdad es que nunca como ahora la concentración de poder era tan evidentemente centrada en los antes señalados”. En 1998, en un texto publicado en el libro Democracia política y paz, sobre elecciones en el Eje Cafetero, defendió la tesis de que el escenario electoral del departamento era, así las cosas, prefabricado.
Orlando Sierra tuvo la perspicacia de entender que la amalgama barcoyepista la constituían especímenes que, no por trabajar juntos, eran iguales. Parte del logro de su pluma fue detallar las maneras de uno y otro. En Yepes, por ejemplo, descubrió la mata del nepotismo. Su numerosa familia se incrustó en la burocracia de forma sistemática. La columna “Lazos familiares”, del 16 de julio de 1995, ilustra cómo hermanos, sobrinos, cuñados, yernos asociados a esa casa trabajaban en al menos 14 dependencias departamentales y nacionales. Y entonces Yepes fue el de los escándalos, digámoslo toscamente, de corte burocrático, como aquel por tráfico de influencias del que salió limpio.
A Barco, aunque con hambre de puestos, el columnista de La Patria le puso el foco a su cuestionada guardia pretoriana. El 6 de agosto de 2000 preguntó: “¿Qué dirigente que se respete se rodea de personas que como sus segundos todos han sido cuestionados, enjuiciados o condenados? Sólo usted. Por supuesto, tiene derecho a hacer de su autoestima un trapo, pero no a refregárselo en la cara a sus coterráneos. Sus segundos (…) están o han estado en la mira de la justicia. Rodrigo Garavito fue a la cárcel por enriquecimiento ilícito. Ferney Tapasco perdió su curul por haber sido condenado por concusión y encubrimiento por favorecimiento. Y ahora Óscar González es detenido por la Corte Suprema por presunto peculado. (…) ¿Qué clase de herederos deja usted a Caldas?”.
El énfasis en la faceta criminal del liberalismo sirvió como abrebocas a lo que vino luego: fue ese el partido que en Caldas más resultó golpeado por las relaciones entre políticos y paramilitares. Ferney Tapasco y su hijo Dixon pagaron condena por ello, y el propio Barco murió cuando comenzaban a indagarse sus presuntos nexos con alias Cuco Vanoy. Pero Sierra no vivió para escribirlo.
Quizá previó el declive, pero no tuvo espacio para ser optimista. El 12 de agosto de 2001, cinco meses antes de morir, escribió su recordada columna “Cogito, ergo ¡Pum!”, en donde además de manifestar el miedo a que lo mataran, se preguntó desesperanzado, refiriéndose, cómo no, a “los Barcos, los Yepes y los Tapasco”: “¿Será que nunca les va a salir el tiro por la culata?”. Su muerte ocurrió justo cuando el debilitamiento electoral de ellos era inevitable. Nuevas fuerzas habían hecho una mella considerable y los caciques, finalmente, quedaron rezagados ante unos sucesores que hoy también defraudan. El hundimiento de los caciques se dio, además, gracias al terreno que abonó quien tuvo el valor de exponerles las vergüenzas en público.
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