“Estoy reviviendo otra vez la toma”: Gabriel Andrade, víctima del Palacio de Justicia

El hijo del magistrado auxiliar, Julio César Andrade, hoy desaparecido, relata que la situación en la que está su familia es invivible. Pero está convencido de que va a enterrar a su padre luego de encontrar sus restos.

María José Medellín Cano - Cristian Steveen Múñoz Castro / @Majomedellinc - @cristiansteveen
04 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
 Gabriel Andrade tenía 17 años cuando se enteró que su papá estaba dentro del Palacio de Justicia el día que el M-19 hizo la toma.  / Óscar Pérez
Gabriel Andrade tenía 17 años cuando se enteró que su papá estaba dentro del Palacio de Justicia el día que el M-19 hizo la toma. / Óscar Pérez
Foto: OSCAR PEREZ
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Cuando Gabriel Andrade reconoció lo que quedó de su padre, Julio César Andrade, después de la toma y retoma del Palacio de Justicia, tenía 17 años. Lo hizo porque, al ver el reguero de cadáveres calcinados que llegaron a Medicina Legal días después del holocausto, encontró la cédula de su papá al lado de uno de ellos. Desde ese 8 de noviembre de 1985, la familia Andrade pensó que había enterrado a su ser querido. El jueves pasado, Medicina Legal les informó que a quien enterraron hace 31 años no fue Julio César Andrade, un magistrado auxiliar de la Corte Suprema. Para la familia, se trata de una situación invivible. Así lo describe Gabriel Andrade quien además aseguró que hará todo lo posible para encontrar a su papá. (Vea: “Empieza otro camino, la búsqueda de la verdad”: Pilar Navarrete)

¿Qué ha pasado desde ese jueves 1° de junio de 2017, en el que Medicina Legal les confirmó que hace 31 años enterraron a una persona que no es su padre?

Hasta ahora estamos despertando de esta pesadilla. Después de 31 años es todavía más pavorosa. Desde el comienzo de este mal sueño la familia decidió mantenerse al margen de todo lo que pasaba. Quisimos ser absolutamente respetuosos y consecuentes frente al Estado, sin importar que se dijera que eso había sido una acción para salvar a la democracia maestro, y todas esas frases inocuas. Pero con esta noticia decidimos dejar esa política del silencio. Vamos a pelear por encontrar a mi papá y estamos absolutamente dispuestos a sudar sangre. Vamos a poner en aprietos a los responsables de esta tragedia que seguimos viviendo tres décadas después.

Cuando a usted le entregan los restos de su padre tenía 17 años. ¿Recuerda qué estaba haciendo cuando escuchó la noticia de que el M-19 se había tomado el Palacio de Justicia, donde trabajaba su padre?

Estaba presentando mi último examen de trigonometría para graduarme de bachillerato. Tomé la hoja y me senté en mi puesto. A los minutos llegó la rectora y me dijo: “¡Andrade, venga!” Yo me asusté porque siempre fui un alumno bastante inquieto. Me dijo que mi mamá me estaba necesitando y que me tenía que ir rápido para mi casa. Cuando llegué, mi mamá me dijo que se acababan de tomar el Palacio de Justicia y que tenía que llamar a mi papá. Y así fue. Ese día hablé con él en varias llamadas hasta las cuatro de la tarde.

¿Qué le dijo?

Que estaba muy complicada la situación. Dijo que había muchos guerrilleros armados. “Esto está feo y no sé qué hacer”, dijo. Por primera vez le escuché decir esa frase. Me asusté muchísimo porque él siempre fue una persona muy valiente y centrada. Nunca le había escuchado una ambigüedad así. La última llamada que le hice fue a las cuatro de la tarde. “Esto está durísimo”, me contestó. Me pidió el favor de que no nos fuéramos a ir para el Palacio. Mi papá era un sargento y a ellos no les tiembla la voz. Ese día le tembló a él. Después de esa llamada, no supimos nada más.

¿Le hicieron caso de no irse para el Palacio?

Sí. Nos quedamos en la casa con mi mamá y mis hermanos. Recuerdo mucho una cosa que pasó esa noche del 6 de noviembre. Sobre las dos o tres de la madrugada, cuando el tanque de guerra dispara el rocket contra el Palacio, sentimos el estallido en la casa y lo vimos porque su haz de luz iluminó los cerros. Mi mamá, que estaba dormitando en su cama, se sobresaltó y nos dijo: “Su papá se fue”. (Gabriel Andrade toma aire profundo para que el llanto que tiene atravesado, lo deje seguir hablando). Tal vez la primera persona que supo que mi papá había muerto fue ella.

Esa noche la pasaron en casa. ¿Qué pasó al día siguiente?

Después de que supe que el Ejército había terminado la Operación Rastrillo (ese fue uno de los nombres con los que se llamó la retoma del Palacio por parte del Ejército), me fui para Medicina Legal porque escuché que estaban llevando los cuerpos allá. Cuando llegué me tocó pedirle el favor a un soldado que me dejara entrar porque quería identificar a mi papá. Luego de dos horas de implorarle, entré. Llegué a un cuarto y su piso estaba absolutamente tapizado con cadáveres carbonizados. Los revisé uno por uno. No había nadie que ayudara. Sólo entraban bomberos y gente vestida de civil sin ningún distintivo que traían más restos y daban órdenes.

Y finalmente usted logró identificar a su padre en medio de ese caos...

Encontré un cuerpo totalmente carbonizado que, para bien o para mal, tenía mucha similitud con mi papá. Me fijé mucho en sus dientes y en su estatura, pues mi padre era un señor que medía 1,65 metros. Al lado de los restos había una cédula casi sin ningún rastro de fuego ni de violencia. Decía Julio César Andrade Andrade. Ahí dije: este es mi papá. Pero ahora me vengo a enterar que no era. El jueves me tocó volver a hacer ese recorrido en Medicina Legal por segunda vez, y fue todavía peor.

¿Nunca le hicieron un chequeo para confrontar que en realidad sí era su padre?

Después de que encontré la cédula de mi papá, un señor que tenía una chaqueta de cuero y peinado al estilo castrense me preguntó que si ya había reconocido a mi papá. Le dije que sí. “Entonces sálgase y espera afuera”, me respondió. Le obedecíy salí a encontrarme con un tío. Después de un rato, salió otro señor y gritó que los restos de mi papá iban a llevarlos a la Funeraria Gaviria de la 45. Allá nos entregaron una caja metálica totalmente sellada, metida un ataúd igualmente sellado. Hicimos una ceremonia y, al terminarla, viajamos a Barranquilla para enterrarlo que nos habían dado.

¿Es verdad que ustedes viajan a Barranquilla en un avión que les prestó el entonces presidente Belisario Betancur?

Belisario nunca designó nada. Me acuerdo que era un avión muy bien presentado. Nos dejó allá y nos devolvió. No supe mayor cosa. Aquí no hubo tiempo para cerciorarnos de absolutamente nada.

¿Qué le diría a Alfonso Plazas Vega?

Que es un cobarde miserable. Que no tiene honor. Porque si la tuviera, habría aguantado la prisión con dignidad. Ahora está lloriqueando por la justicia que él no le dio a mi padre. No le creo nada de lo que dice. Que él no ayudó a salvar la democracia. Ayudó a que asesinaran a mi papá. Plazas generó más desgracias que las que logró impedir.

¿Y a Belisario Betancur?

Que es más miserable y cobarde que los militares. Quisiera decirle que tiene que entregar en vida el libro que prometió sobre lo que pasó en el Palacio de Justicia. A él, que sabe mucho de literatura, decirle que no se esconda en las letras. Que salga de los recovecos literarios y enfrente la realidad trágica que él calla. Y que me gustaría verlo preso sin importar cuantos años tenga.

¿Y al M-19?

Nos hemos olvidado que ellos incurrieron en delitos de guerra y que estos no prescriben. Que tengan vergüenza, pero que acepten que fueron igual o peor de asesinos que los militares. No puede ser posible que hoy les estemos haciendo honores a los victimarios. Seguiremos presionando para que se den responsabilidades jurídicas de la generación que participó en el genocidio. No puede ser que el Estado siga despreciando a las víctimas.

A ustedes les entregaron un ataúd sellado. Les advirtieron además, que no podían abrirlo. ¿Nunca dudaron de si en realidad ahí estaba su padre?

Siempre quise pensar que ese era mi papá. Tenía que confiar en el Estado y en lo que dijeron las autoridades. Nunca nos cuestionamos eso hasta hace unos tres años que mis hermanos empezaron a presionar con preguntas. Veían en noticias lo que estaba pasando con los desaparecidos. Tiempo después les dije que iba a pedir la exhumación por ellos, para que dejaran las dudas. En 2015 presenté un derecho de petición para que se realizara la tarea. Por esa época justamente nos enteramos de que los restos de Emiro Sandoval, otro magistrado auxiliar como mi papá, no estaban en su tumba. Eso me puso contra la espada y la pared.

Su petición fue escuchada el 18 de febrero del año pasado cuando exhumaron la tumba de su padre en Barranquilla. Los cotejos del ADN duraron más de un año en dar resultado…

Y creo que fueron peores que la toma misma. Esto es invivible. Estaba muy confiado de los resultados. Mis hermanos no tanto. Y la reunión con los forenses iba muy bien, porque los datos que decían correspondían con las características de mi papa. Pero cuando llegó la fotografía del cruce genético, el texto decía: “Se excluye”. Sentí quepor dentro me desboronaba. Miré a mis hermanos. Empecé a escuchar sus gritos. No sabía qué responderles porque instintivamente tienen la idea de que gran parte de lo que está sucediendo es mi culpa.

¿Se siente culpable?

Por cortesía podría decirle que no. Pero espiritualmente es difícil, porque fui quien dijo que ese era mi padre. Yo era el mayor y fui a Medicina Legal a reconocerlo. Mis hermanos desde siempre han visto las cosas por la misma ventana que yo las vi. Mis ojos fueron los de ellos mucho tiempo. Creo que esto está siendo extremadamente duro para ellos. Yo de alguna manera tenía información de que esto podía pasar. Nadie se alcanza a imaginar el escenario tan cruel en el que nos metieron. Pensar que mis dos hijos no tienen abuelo es terrible.

¿Cuántos nietos tienen sus papás?

Cinco.

¿Cómo les explicó lo que está pasando?

Ha sido difícil explicarle a un niño de doce años esto. Su pregunta fue: ¿Pero, entonces, yo no tengo abuelo?

¿Qué le contestó?

Que sí tiene, pero que estamos buscando el cuerpecito. Entonces, él niño ripostó: “Por eso. No tengo”. Ese es el límite de lo razonable y ellos van a procesar una idea atrofiada de lo que es el abuelo.

El dolor de su familia hoy, en palabras de su hermana Diana Andrade, tiene un bálsamo, pues los restos que estaban en la tumba que cuidaron durante 31 años son los de Jaime Beltrán. ¿Qué le dijo a Pilar Navarrete, la esposa de Beltrán, que buscó a su marido durante tres décadas?

Sencillo: “Pilar yo no vengo a hablarle de mi tristeza. Sólo vengo a decirle ‘Feliz día’”. No tengo nada más que decirle. Lo demás serían frases de cortesía. Nos reconforta bastante participar de su alegría. Es importante que sepa que su esposo estuvo 31 años inmaculadamente cuidado. En lo profundo de mi corazón, siempre sentiré que esos restos eran de mi padre, y será así hasta que encuentre al mío.

Su familia duró 31 años con la idea de que habían enterrado a su padre en Barranquilla. ¿Qué sensación tiene hoy de saber que ahora tienen que buscarlo?

Yo no he dormido ni ayer ni hoy. Estoy reviviendo otra vez la toma. Hasta esta semana entiendo qué es eso de la revictimización. Recuerdo que algún día de estas tres décadas de dolor le dije a alguien que prefería tener la certeza de velar a un muerto ajeno, que una vida buscando a mi papá. Mis hermanos no lo entendían. Hoy estoy seguro de que me comprenden.

¿Qué les quisiera decir a ellos?

Vamos a hablar este fin de semana. Es difícil darles un mensaje. Lo que les puedo decir, y no sólo a ellos, sino a todos en general, es que siempre hemos tratado de hacer lo mejor en nuestras vidas y vamos a seguir haciéndolo. Sin duda va a ser un esfuerzo descomunal, pero vamos hacerlo. Voy a enterrar mi papá.

Por María José Medellín Cano - Cristian Steveen Múñoz Castro / @Majomedellinc - @cristiansteveen

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