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La conexión de Mancuso con Marulanda

En el grupo paramilitar que sembró el terror desde la finca Bellacruz, propiedad de la familia del ex ministro Carlos Arturo Marulanda, había un hombre que llegó a ser el máximo jefe militar de las Autodefensas Unidas de Colombia: Salvatore Mancuso.

Nelson Fredy Padilla
11 de mayo de 2016 - 04:27 p. m.
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Se pudieron haber hecho amigos durante las fiestas de corbata negra de los mejores clubes sociales de Montería, Barranquilla, Valledupar o Cartagena. Los dos simbolizaban el poder empresarial de dos de las familias más reconocidas en la Costa Atlántica. Los dos tienen origen extranjero: Carlos Arturo Marulanda Ramírez nació en Nueva York, tiene nacionalidad estadounidense, y Gabriel Salvatore Mancuso Gómez, de 37 años, proviene de una familia radicada en Sicilia y cuenta con nacionalidad italiana. Marulanda estudió en los mejores colegios de Barranquilla, se graduó como economista en Harvard y en Teoría Económica del Subdesarrollo en Cambridge. Aunque fue congresista, ministro de Desarrollo y embajador de Colombia en Bruselas siempre estuvo al tanto del emporio agrícola que creó su padre en el departamento del Cesar desde 1934. Empezó con un lote de engorde y lo multiplicó hasta completar veinte mil hectáreas de la ya famosa Hacienda Bellacruz.

Mancuso estuvo en los mejores colegios de Montería y estudió inglés en los Estados Unidos e ingeniería y administración agropecuaria en la Universidad Javeriana. Dirigió los negocios de su familia que llegó al país como importadora de camperos Nissan y Uaz y luego, desde la finca Bellavista, construyó una de las industrias ganaderas más prósperas de Córdoba. Pero más allá de las afinidades sociales y de las influencias políticas lo que terminó uniendo el destino de estos dos personajes fue la defensa de la riqueza familiar de los ataques de la guerrilla.

Desde los años 80 el Eln declaró como objetivo militar los bienes de la familia Marulanda porque se negaba a pagar millonarias extorsiones. En agosto de 1994 la guerrilla se tomó la Hacienda Bellacruz, dinamitó sus instalaciones y dio muerte a cuatro trabajadores. Luego 2.000 hectáreas fueron ocupadas a la fuerza por 170 familias que se declararon adjudicatarias de tierras valdías bajo control del Incora.

A la familia de Mancuso le ocurrió algo similar. El Epl la declaró objetivo militar por no ceder al boleteo. Miles de sus cabezas de ganado fueron fusiladas o robadas en la zona de Tierralta, en el Alto San Jorge y en el bajo Sinú. El acoso cedió tras la desmovilización del Epl pero se repitió con mayor intensidad cuando las Farc asumieron el control de la región hasta comienzos de los años 90. Su tío Pascual tuvo que irse del país luego de que uno de sus almacenes fue atacado por los guerrilleros. Para los dos las condiciones de seguridad de sus familias y de sus propiedades era insostenible y eso los llevó a cometer el error de su vida. A través de amigos comunes tomaron contacto con la naciente organización paramilitar de los hermanos Fidel y Carlos Castaño Gil. Al precio que fuera Marulanda quería defender Bellacruz y Mancuso a Bellavista.
Las fincas de los Mancuso le resultaron propicias a los Castaño para consolidar su cuartel general en el Nudo de Paramillo mientras que la Hacienda Bellacruz no demoró mucho tiempo en convertirse en base de operaciones de las llamadas Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá.

Documentos en poder de la Fiscalía, basados en testimonios de un centenar de campesinos y ex paramilitares, indican que la alianza se gestó a mediados de 1994, luego de los últimos ataques a las fincas de Marulanda y Mancuso. Fue en una finca de Pailitas, Cesar, llamada Ucrania. Allí se reunió un grupo de autodefensas liderado por alias “comandante Pasos”, “Jimmy” y “Mi Rey”, estos dos últimos estafetas de Mancuso y de los hermanos Castaño. El objetivo del encuentro fue proveer seguridad permanente a las 6.500 hectáreas que quedaban de la Hacienda Bellacruz, expulsar por la fuerza a los campesinos y desde allí dominar la región.

El plan se consolidó mientras Marulanda se desempeñaba como embajador ante la Comunidad Europea y mientras Mancuso decidía encargar los negocios de la familia para irse a la clandestinidad y dedicarse a combatir a sangre y fuego a la guerrilla. Marulanda no quería descuidar su carrera política y encargó de la hacienda a su hermano Francisco  Alberto, un pastor evangélico que predicaba en la región acompañado de escoltas paramilitares. En cambio Mancuso, amante del peligro desde que era adolescente, prefirió alejarse de su esposa y sus dos hijos, olvidar las comodidades de los clubes sociales y abandonar la práctica del motociclismo para especializarse en la guerra bajo el nombre de “Santander  Lozada”.

Los campesinos residentes en Bellacruz intentaron impedir que los planes paramilitares se consumaran. Pero la respuesta fue tajante: “La orden de los Marulanda no tiene vuelta y está respaldada por mucha plata”.

Así fue. Muy cerca a la pista de aterrizaje de Bellacruz, al lado de donde por muchos años funcionó el frigorífico de la familia Marulanda, los paramilitares montaron un campamento para 60 hombres y lo bautizaron San Juan. Empezaron con un presupuesto de 28 millones de pesos, un campero Toyota, una camioneta Hi Lux, ocho fusiles AK-47, una ametralladora M-60, una central de radiocomunicaciones y una oficina en Barranquilla que se encargaba de manejar los negocios y los papeles de las fincas de la organización.

Durante un allanamiento a un apartamento de Carlos Arturo Marulanda la Fiscalía decomisó una relación de órdenes de pago y cuentas de cobro por trabajos realizados en Bellacruz. Por ejemplo un giro de 400 millones de pesos a Hugo Javier Muñoz, que resultó ser una identidad falsa asumida por su hermano para manejar recursos de la firma familiar M.R. Inversiones Ltda. También se estableció que las tierras que se proponían recuperar hacían parte de un negocio de 17 mil hectáreas que el esmeraldero Víctor Carranza se disponía a comprar para instalar allí un campamento con 200 paramilitares.

Muy rápido Mancuso se convirtió en hombre de confianza de los hermanos Castaño, no solo por el aporte de haciendas y dinero sino porque organizó una red de conocidos ganaderos y comerciantes, la mayoría de Montería, como soporte económico de las autodefensas. Luego tomó un curso avanzado de estrategia militar en Israel y se graduó como piloto. A su regreso al país recibió luz verde de Carlos Castaño para dirigir operaciones militares en Cesar y Córdoba. Por su aspecto físico, sus 1,85 de estatura y su actitud imponente empezó a hacerse famoso entre los atemorizados campesinos acusados de simpatizar con la guerrilla.

Un ex empleado de Bellacruz contó a los investigadores que “el Mono Mancuso” se reunía allí con sus principales hombres para planear operaciones. Mientras tomaba limonada ordenaba a quiénes había que asesinar en las zonas de La Gloria, Tamalameque, La Mata, Simaña, Pelaya, Aguachica, El Burro, Pailitas, San Martín, San Alberto y El Barro. Por esos lugares se paseaba armado hasta los dientes y escoltado por una decena de hombres armados con fusiles y ametralladoras.

El ataque a los campesinos asentados en Bellacruz se demoró pero fue contundente. Las noches del 14 y 15 de febrero de 1996 un grupo de 20 paramilitares irrumpió en los caseríos y obligó a sus habitantes a salir. Los golpearon con las armas, con machetes y los castigaron con látigos que tenían en la punta vainillas de proyectiles de fusil. Incendiaron sus ranchos y les dieron cinco días de plazo para abandonar las tierras si no querían que los enterraran vivos en el lugar.

Al tanto de la operación estuvo Francisco Alberto Marulanda y Edgar Rodríguez, alias “Caballito”, el capataz de Bellacruz. En los días subsiguientes el grupo inició una serie de asesinatos selectivos en los pueblos cercanosy el escándalo de la violencia paramilitar de Bellacruz empezó a sonar, cada vez con más fuerza, en los medios de comunicación. Entonces Carlos Castaño ordenó a Mancuso meter en cintura a la gente de Bellacruz para evitar que la imagen de las autodefensas se distorsionara. “Si no se rinden hay que someterlos en combate si es del caso”, fue la orden. Cuando Mancuso les transmitió el mensaje todos pusieron a su disposición las armas. Un ex integrante del grupo testificó que cuando se enteró en detalle de quiénes habían incumplido las directrices de la organización, “el propio Mono Mancuso le quitó el mando a Jimmy, formó a la gente y delante de todos mató a alias Pedro, alias Barranquilla y a alias Johny”.

Desde entonces todos le temen. Entrenó grupos como “los motosierra” y “los huérfanos de la guerrilla” y su fama de asesino fue creciendo por su participación en matanzas de campesinos como la de El Aro, Antioquia, en 1997. La efectividad para recuperar zonas que estaban bajo dominio de la guerrilla lo llevó a la comandancia del bloque norte de las Autodefensas Unidas de Colombia. Dirigió unos 2.500 hombres que operan en Sucre, Cesar, Bolívar, Magdalena, los Santanderes y La Guajira. Acorraló al Eln en sus santuarios del Catatumbo y la Serranía de San Lucas.

Se convirtió en la mano derecha de Carlos Castaño y llegó a ser uno de los pocos que se atrevía a contradecirlo, situación que quedó en evidencia en junio de 2001 cuando Castaño renunció a la comandancia de las AUC porque no quería responder por los actos de Mancuso. La disputa terminó en el nombramiento de una comandancia colegiada en la que en la práctica Mancuso dirigía el ala militar y Castaño el ala política. El propio Castaño se hizo a un lado porque reconoció el poder que ha alcanzado su “compadre”, el mismo que le salvó la vida el 28 de diciembre del 2000.
Ese día las Farc se tomaron el campamento de Castaño en el Nudo de Paramillo y cuando los guerrilleros reportaban por radio que estaban a minutos de matar al máximo jefe paramilitar apareció Mancuso piloteando un helicóptero Halcón Negro artillado en el que rescató a Castaño en medio del fuego cruzado.

La historia de Mancuso apenas estaba empezándose a conocer, justo cuando el ex ministro Marulanda fue capturado en España con fines de extradición a Colombia. Él insistía en su inocencia pero la Fiscalía lo reclamaba como “coautor” de los hechos ocurridos en Bellacruz porque desde su embajada en Bruselas estaba al tanto de lo que pasaba en la hacienda (finalmente fue extraditado pero dejado libre en una cuestionada decisión de la Fiscalía General, entonces dirigida por Luis Camilo Osorio, mientras la fiscal del caso debió exiliarse). Su hermano Francisco Alberto fue llamado a juicio y a partir del caso se buscaba a una red paramilitar de la que hacían parte importantes familias del Cesar, 43 militares y policías y, lógico, Mancuso y Castaño.

Pero con Mancuso pasó lo mismo que con Castaño. En la Costa Atlántica se sabía en qué finca estaba pero nadie lo denunciaba o capturaba y si lo detenía alguna autoridad quedaba libre en cuestión de minutos. “Tiene muchos amigos en la Policía y el Ejército”, decían. Así sucedió a comienzos de 1997 cuando fue detenido por la Policía en Villanueva, Guajira, en compañía de sus escoltas y de uno de sus amigos más cercanos, de apellidos Tovar Pupo, miembro de una reconocida familia política del Cesar y a quien convenció de vincularse al paramilitarismo. En dos carros transportaban seis subametralladoras, cuatro pistolas, un revólver, una granada y munición.

Nunca se hicieron efectivas ocho órdenes de captura contra Mancuso, hasta que dentro de la negociación de las AUC con el gobierno de Álvaro Uribe él confesó públicamente parte de sus crímenes y mientras lo hacía fue extraditado a Estados Unidos. Esto para no olvidar lo que se gestó desde la hacienda de los Marulanda.

*Versión de una investigación publicada originalmente en la revista Cromos en 2001.
 

Por Nelson Fredy Padilla

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