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El narcotráfico en Colombia ha sido un negocio cuyos dueños han cambiado con el paso del tiempo. Así lo aseguró la organización InsightCrime en su último informe sobre la reestructuración del negocio ilícito en el marco del posacuerdo de paz. Señaló, además, que tras la muerte de Pablo Escobar en 1993 y la captura de los Rodríguez Orejuela en 1995, “las organizaciones de tráfico de drogas (OTD) en Colombia han estado en un proceso de fragmentación gradual e irreversible”. La salida de las Farc del narcotráfico es el último gran cambio, que abre la puerta a una cuarta generación de capos, los invisibles, precedida por otras tres que marcaron la historia de Colombia.
La primera generación, según InsightCrime, está conformada por los carteles de Medellín y Cali, que exisitieron desde los años 80 hasta 1995. Participaban en todas las etapas del negocio, desde la producción hasta la distribución. El cartel de Medellín “industrializó el tráfico de la droga, inicialmente utilizando aviones que pasaban por la isla de Normand Cay (Bahamas), que había sido comprada por Carlos Lehder. Aunque el Cartel de Medellín estaba conformado por muchos traficantes, Pablo Escobar era el jefe indiscutible, y era él quien garantizaba las cargas y regulaba gran parte del tráfico de cocaína en el mundo”, señaló el informe.
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Después del 95, el negocio ilícito mutó hacia grupos que regulaban etapas específicas de la producción de droga en el país. Se trata de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y del cartel del Norte del Valle, cuya vigencia duró hasta el 2008. La investigación de InsightCrime dice que en este tipo de organizaciones “no había un líder absoluto, y ciertas facciones dentro de las federaciones terminaron enfrentándose entre sí por el control de las rutas y las propiedades del narcotráfico”.
En sus inicios, el cartel del Norte del Valle estuvo liderado por Orlando Henao Montoya. Tras su muerte en 1998, en la cárcel de La Picota, en Bogotá, la organización sobrevivió un tiempo. Sin embargo, como recuerda el informe, “surgieron tensiones entre sus diferentes socios, lo cual dio lugar a una guerra entre Diego Montoya, mejor conocido como Don Diego, y Wilber Varela, más conocido como Jabón, que peleó con sus ejércitos privados, Los Machos y Los Rastrojos”.
La situación de las AUC fue muy similar a la del cartel de Norte del Valle. Aunque Carlos Castaño era la cara visible de la organización, con el pasar del tiempo “varios de estos bloques terminaron enfrentándose entre sí, como las Autodefensas Campesinas del Casanare (ACC) contra el Bloque Centauros, y la guerra que enfrentó al Bloque Metro con una alianza de unidades paramilitares encabezada por Diego Murillo, mejor conocido como Don Berna", señaló el informe de InsightCrime.
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La tarcera generación comenzó a existir hacia el año 2008, explica InsightCrime, con el nacimiento de las Bacrim y terminó con el nacimiento de la cuarta, en el año 2017. Tras la fragmentación de las AUC, comandantes de nivel medio aprovecharon la oportunidad para apoderarse del narcotráfico. Se crearon así dos grandes redes rivales, Los Rastrojos y Los Urabeños. La investigación señala que los Rastrojos desaparecieron un tiempo después luego de que su líder, Javier Calle Serna, alias Comba, se entregara al gobierno estadounidense, por lo que solo quedaron los Urabeños.
En un inicio, las organizaciones tenían el poder para controlar diferentes etapas del negocio ilícito, sin embargo, como anuncia InsightCrime, tal situación ha cambiado. “Dairo Antonio Úsuga David, mejor conocido como Otoniel, el jefe de Los Urabeños, ejerce control directo sobre apenas un tercio de quienes utilizan el nombre de la franquicia Autodefensas Gaitanistas de Colombia, y se encuentra bajo constante presión de la fuerza de seguridad, lo que significa que no puede dirigir las operaciones diarias de su fragmentada red”.
Finalmente, con la salida de las Farc del negocio ilícito, nació la cuarta generación de grandes capos del país, bautizada por InsightCrime, como los invisibles. En esta etapa cambia tanto el perfil del capo como la estructura interna de la organización. Se trata de una forma de narcotráfico camuflada en el sistema financiero y difícil de rastrear. “El narcotraficante de hoy prefiere esconderse a plena vista, bajo la fachada de empresario exitoso, evitando la ostentación y la violencia extrema que caracterizaron a generaciones anteriores”, asegura el informe.
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Los invisibles representan solamente la parte más profunda de la organización. Hay otras dos líneas que componen la estructura de la organización. La segunda de ellas está compuesta por los jefes visibles que se conocen en los medios de comunicación y en los informes judiciales. El reporte de InsightCrime señala: “Aquí tenemos a los disidentes de las Farc, Los Urabeños y diversos actores criminales, por lo general con cierta capacidad militar. Estas son las estructuras encargadas de la mayor parte del trabajo pesado en términos de protección y regulación de la producción de cocaína”.
Por último, está la mano de obra criminal conformada por subcontratistas, sicarios y pandillas. La investigación aseguró que, en términos generales, esta es la parte más especializada y menos importante de las organizaciones criminales. Además, concluye afirmando que “en su mayoría, este segmento está conformado por delincuentes de bajo nivel y pistoleros por contrato, empleados para hacer el trabajo más ingrato, la protección de cargamentos, asesinatos o simplemente para distraer a la policía y a los organismos de seguridad”.