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Llegó en un sobre envuelto con una cinta negra, deslizado por debajo de la puerta. El color de la cinta y la manera escogida para enviar el mensaje, como queriendo hacer del sigilo un cómplice más, la pusieron en alerta de inmediato. No en vano ya ha sobrevivido a las violencias más crueles. Abrió el sobre. Iba, como temía, dirigido a ella:
"Yirley Velasco
Tu no has querido entneder que no te queremos en los montes de maria. Vas hacer (sic) la próxima líder asecinada (sic). Te vamos hacer (sic) igual o peor lo que le hicimos a maria del pilar. Tu eres una sapa, guerrillera, sabemos todo de ti. Todo lo que haces, tus reuniones con mujeres, eres una líder fuerte, te vamos a matar, la orden es desaparecerte. Te hemos declarado objetivo militar.
Somos un grupo fuerte. Que no comemos de cuento, acaso crees que no sabemos que visitas las veredas. Los policías son nuestros aliados. Ellos nos informan todo de ty (sic).
Tu hijito será el próximo del video.
Eres objetivo militar.
A U C".
Esta amenaza, recibida por Velasco el pasado sábado en la noche, es la repetición de la repetición: en los Montes de María, como en el Urabá, como en Córdoba, como en Chocó, son los paramilitares los que mandan. Paramilitares que, según la versión oficial, ya no existen. Que existieron, sí, pero antes. Que se desmovilizaron en el gobierno Uribe. Que ya no están. Aunque la realidad indique todo lo contrario; aunque tras un panfleto intimidante ya hayan perdido la vida cuatro líderes en Tierralta, incluida María Pilar Hurtado en frente de su hijo de 9 años; aunque hace unos meses hayan desaparecido en el Bajo Cauca a un hombre, no sin antes torturarlo a él, a su hija y a su novia.
::La guerra reciclada del Bajo Cauca::
Los ejemplos, tristemente, abundan. La sevicia que sobrevivió Velasco durante la masacre de El Salado (Montes de María) es el pan de cada día en varias regiones del país. A pesar de que la modalidad cambió y los asesinatos colectivos no sean tan comunes como alguna vez fueron -sin decir que ya no se cometen-, la atrocidad y la barbarie permanecen. "El temor se volvió a apoderar de los Montes de María", escribió el periodista Sebastián Forero, de El Espectador, en febrero de este año, en un artículo en el que documentó que el grupo Autodefensas Gaitanistas se convirtió en amo y señor de la zona, donde han hasta despellejado perros como mensaje de terror.
"Todo lo que haces, tus reuniones con mujeres, eres una líder fuerte", le dijeron a Yirley Velasco, dejándole saber así que es un problema para alguien, alguien con armas y deseo de controlar territorios y que, por eso, lo mejor que podría pasarle es que abandone su intención de seguir hablando en nombre de quienes, como ella, llevan la guerra grabada en el cuerpo. A Velasco, ella misma ha contado, cuatro paramilitares la violaron durante la masacre de El Salado, perpetrada entre el 16 y el 21 de febrero de 2000 en este corregimiento de Carmen de Bolivar (Bolívar) mientras los paramilitares entonaban canciones con instrumentos robados de la Casa de la Cultura.
“Saquearon el ron de las tiendas y repartían trago cada vez que asesinaban a alguien, y nadie podía llorar. A la gente también le tocó recibirles trago y tomarlo para celebrar la muerte de… nosotros mismos”, le contó a este diario hace cuatro años Ladis Redondo Torres, una de las sobrevivientes del crimen masivo de El Salado. Hombres que hacían parte del comando de 450 "paras" enviados a los Montes de María a someter a la población asesinaron a su hermano Luis Pablo y a su madre, Rosmira. Fueron Ladis Redondo y su hermano menor quienes tuvieron que enterrarlos. En esos días, más de 60 personas perdieron la vida con todo tipo de armas. Hasta con bayonetas.
"Estoy viva y, si estoy viva, es por algo", ha dicho Yirley Velasco. Tenía 14 años cuando cuatro paramilitares, en el transcurso de la masacre, la violaron. De la violación nació su primera hija. La barbarie que cubrió a El Salado esos cinco días se conoció en detalle poco después: los empalamientos, las muertes a garrote, todo al son de una música que debía ser alegre -eran instrumentos de música caribe-, pero que resultó macabra. De la violencia sexual que se cometió, sin embargo, poco se habló. Tanto así que, cuando el Grupo de Memoria Histórica lanzó su informe "La masacre de El Salado. Esa guerra no era nuestra", en 2009, apenas se registraron dos víctimas de este crimen.
Pero no fueron solo dos. Yirey Velasco habla hoy en nombre de 13 mujeres más que fueron abusadas sexualmente en El Salado, con ellas creó la fundación Mujer y Vida. En 2017, en el informe "La guerra inscrita en el cuerpo", del Centro Nacional de Memoria Histórica, su relato quedó incluido: "Desde un principio le dije (al paramilitar que la sacó a la fuerza de su casa): “Si me vas a matar, mátame, pero no me tortures (…). Y él me dijo: “no, tranquila, si a ti no te va a pasar eso, yo no te voy a matar, te voy a hacer cosas mejores que esas". A Velasco la metieron en una casa al lado de la iglesia, la golpearon, el cortaron el pelo y luego, entre cuatro hombres, la violaron.
::¿Qué está pasando en El Salado, corregimiento de El Carmen de Bolívar?::
Ella, no obstante, se ha convertido en mucho más que ese relato: víctima, sobreviviente, se volvió una voz fuerte y, a todas luces, incómoda para quienes quieren de nuevo reinar en los Montes de María a punta de violencia. En los Montes de María, las amenazas contra líderes llegaron al punto de que las autoridades tuvieron que citar a un consejo de seguridad en enero pasado. En ese momento el ministro de Defensa, Guillermo Botero, envió al corregimiento un pelotón y tres vehículos artillados. A juzgar por la amenaza contra Velasco, de poco o nada sirvió la solución que ofreció el Gobierno a una localidad que conoce bien lo que está en juego.
La amenaza en contra de esta mujer es el retrato de un país donde están asesinando a líderes sociales con una facilidad que aterra. Personalidades públicas como Daniel Samper Ospina han salido a pedir públicamente que se proteja su vida. Velasco apareció en mayo en uno de sus programas de Youtube, con la iniciativa de #UnLiderEnMiLugar. "Me toca tomarme su canal -le dice ella a Ospina- porque ustedes en las ciudades no nos escuchan (...) Me llamo Yirley Velasco, tengo 33 años, tengo dos hijos y me quieren matar". La amenaza que recibió el sábado pasado no es la primera. En manos del Estado colombiano está su vida y su suerte.