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El mercado financiero en Colombia se está poniendo cada vez más verde. A partir de este primer semestre de 2016, la Bolsa Mercantil de Colombia (BMC) pondrá a circular bonos de carbono voluntarios en una plataforma de negociación. Es decir, los gobiernos de países industrializados y las empresas podrán canjear sus impactos sobre el cambio climático, al “comprar” una o varias toneladas de dióxido de carbono equivalente que no serán emitidas a la atmósfera gracias a algún proyecto ambiental certificado que se desarrolle en Colombia.
Hasta el momento, según han explicado la Fundación Natura y la BMC, actores involucrados en este primer intento, se espera reducir más de 500.000 toneladas de carbono al 2018. Cada bono podrá tener precios entre $10.000 y $20.000 o llegar hasta los $15.000 por tonelada de carbono si el proyecto impacta a una comunidad indígena.
Los bonos de carbono son uno de los mecanismos establecidos para mitigar los impactos de las emisiones contaminantes e intentar combatir el cambio climático. Pero, ¿qué es realmente lo que se está negociando?
El carbono es un elemento químico que hace parte de la composición de todos los seres vivos. Sin embargo, cuando se libera a la atmosfera, en forma de dióxido de carbono, se convierte en un gas efecto invernadero que constribuye al calentamiento global. Por esto, parte del truco para mantenerlo en niveles adecuados es que se quede atrapado en los organismos que más lo cargan en su composición. Entre ellos, los árboles y bosques, que cumplen una función fundamental como reservorios de carbono.
Según explica el Ideam, la cantidad de carbono que tiene un bosque se puede medir a partir de cinco factores: la biomasa aérea (que se encuentra en el tronco, las ramas y frutos de los árboles), la subterránea (que está en las raíces), la del suelo, la de la hojarasca que se encuentra sobre este y la de los árboles que ya murieron pero siguen en pie.
En Colombia, debido a la poca investigación que existe sobre los distintos depósitos de carbono forestal, solo se ha estimado el potencial de carbono almacenado en la biomasa aérea: entre 79,1 Mg C/ha y 168,9 Mg C/ha*. Lo que implica que la reserva de carbono nacional total oscila entre 4,7 Pg C y 10,0 Pg C** y representa 17,1 Pg CO2 e y 36,6 Pg CO2 e*** que no han sido emitidos a la atmósfera. Este es nuestro potencial en el mercado de los bonos de carbono.
Para llegar a esta cifra, el Ideam usó la información de diferentes inventarios de vegetación realizados entre 1990 y 2013, y los reunió en una gran base de datos. El resultado fue un trabajo colaborativo en el que participaron tanto institutos de investigación públicos como investigadores independientes, que integró las mediciones hechas en 4.981 parcelas que variaron entre 0,02 y 1,50 hectáreas.
Sin embargo, debido a que los datos dependieron del azar sobre el tipo de bosque en el que se han hecho los inventarios, los 16 tipos de bosque que tiene el país no quedaron representados en estos cálculos. Por esto, desde el año pasado el Ideam está trabajando para coordinar una gran Inventario Forestal Nacional, que tenga información sobre los cinco compartimientos de carbono y todos los tipos de bosques, que se espera estará listo en el 2017.
El desafío de censar los árboles
El mercado de los bonos de carbono tiene una particularidad: entre más exactos sean los datos sobre captura de carbono, mayor es su precio. Por esto, varios investigadores se han puesto el reto de calcular la cantidad de carbono que tienen los bosques, midiendo árbol por árbol.
Una de ellos es Ana María Aldana, bióloga de la Universidad de los Andes, con una maestría en Botánica de la Universidad de Reading, Reino Unido. Nacida en Villavicencio, Aldana siempre se ha sentido más cómoda cuando está rodeada de árboles, en campo, que cuando está en la ciudad. Por esto, no le parece tan sorprendente que haya pasado casi diez años de su vida monitoreando la vegetación en los bosques de tierras bajas en diferentes puntos del país.
Desde el 2005, como parte de su tesis de pregrado, Aldana estableció dos parcelas de una hectárea en el Meta para analizar los cambios de la vegetación según la región. Con el tiempo, gracias al trabajo de su asesor Pablo Stevenson y al Laboratorio de Ecología de Bosques Tropicales y Primatología de la Universidad de los Andes que él dirige, los puntos se fueron extendiendo por distintas partes del país, hasta llegar a establecer 32 parcelas permanentes que han servido para desarrollar distintas investigaciones. Una de estas, la tesis de doctorado de Aldana, es evaluar cuánto carbono acumulan los bosques en su tejido y cómo este flujo cambia año a año en el Magdalena Medio, la Orinoquia y el Amazonas.
“Hemos planteado una hipótesis y es que hay ciertos bosques que tienden a acumular más carbono en su composición. Ya sea porque predominan ciertas especies o porque los árboles son más anchos o altos”, afirma la botánica. Sin embargo, comprobar su hipótesis no es un trabajo fácil.
Primero deben establecer las parcelas que, en su caso, se encuentran distribuidas entre parques naturales, reservas de la sociedad civil y fincas privadas. Para hacerlo, Aldana y algunos de sus compañeros del laboratorio tuvieron que ir hasta cada punto, geolocalizarlo con un GPS y marcarlo con cuatro tubos para delimitar el área.
Después, para calcular cuánto carbono tiene almacenado cada hectárea de bosque, deben medir la biomasa de todos los árboles con un diámetro mayor a 10 cm. Pasearse por la parcela, marcar con una placa el número del árbol que se está estudiando, identificar su especie y estimar el diámetro, la altura y la densidad de la madera.
El desafío, como cuenta Aldana, “es que en una hectárea de bosque se pueden encontrar entre 300 y 700 árboles de distintas especies, dependiendo de la zona. Si estás en la Amazonia puede haber entre 300 y 400 especies, mientras en otras regiones el promedio es de 100 o 200”.
Para realizar la primera medición, el diámetro, Aldana usa un método sencillo: el metro con el que se mide la circunferencia del árbol. Sin embargo, calcular la altura y la densidad de cada árbol es más complejo. Debido a que el dosel suele ser alto y llegar a él es imposible, la altura se mide con un instrumento láser que se conoce como inclinómetro. “Con este calculas tu distancia al árbol, la distancia que tienes de tus ojos al dosel y a partir del ángulo, como en el triángulo de Pitágoras, puedes aproximar una altura”, explica la bióloga.
Finalmente, para obtener la densidad de la madera, se puede buscar si ya está registrada en la literatura, según la especie, o se saca con un instrumento llamado barreno. Una herramienta que le hace un agujero al árbol para sacar una muestra cilíndrica –del mismo tamaño para todos los árboles– que luego es pesada en el laboratorio.
A partir de ahí, son cálculos y matemáticas. “Las tres medidas se usan en una ecuación preestablecida que nos dice cuánto carbono tiene cada árbol y después se suma el cálculo de todos los árboles medidos para saber cuánto carbono tiene acumulada cada una de las hectáreas”, agrega Aldana.
Con esto se tiene la cantidad de carbono, pero para saber cuál es la capacidad del bosque de capturar carbono es necesario repetir este proceso año tras año. “Para esto hay que ver el flujo de carbono. Medir la cantidad de biomasa que gana o pierde un bosque en el tiempo, porque cuando muere un árbol, con la deforestación, por ejemplo, los bosques dejan de ser sumideros de carbono y se convierten en puntos de emisión de gases”, añade.
Desde que regresó de su maestría, en el 2011, esto es lo que Aldana se ha dedicado a hacer. Medir año tras año, árbol por árbol, 12 de las 32 parcelas que tiene el laboratorio. Pues aunque la idea inicial era monitorearlas todas, los obstáculos de hacer investigación en campo en Colombia se le fueron atravesando con el tiempo. A algunas parcelas que tienen en Tinigua, Meta, no pudieron volver por seguridad; en las que están en el parque Yaigojé-Apaporis, Vaupés, que es un resguardo indígena, no han podido hacer los monitoreos por complicaciones con los permisos de investigación, e incluso, en una finca privada el dueño les tumbó el bosque porque lo necesitaba.
Aunque Aldana aún se encuentra analizando los datos encontrados, ya puede dar algunas luces de sus resultados. “Una de las cosas bonitas que hemos encontrado es que las parcelas que están en bosques inundables tienen árboles con maderas más densas, entonces tienen más carbono. Pero como estos árboles tienen la presión de la inundación, crecen más lento y, comparativamente, acumulan menos carbono. Es muy complejo, porque detrás de todo esto hay una pregunta de conservación: ¿qué se protege primero?”.
Y es que detrás de todo este trabajo, que involucró a estudiantes de pregrado y ha recibido el apoyo económico de la Facultad de Ciencias de los Andes y la beca L´Oréal para mujeres en Ciencia, hay un objetivo claro: Poder tener datos más exactos de las reservas de carbono para poder pensar en mejores estrategias de conservación y mitigación ante el cambio climático.
Armar pieza a pieza el potencial que tiene Colombia con los bonos de carbono, mercado recién estrenado, para poder presentar opciones más competitivas, no es un reto fácil, pues como ella misma lo dice, “la ciencia no es de una persona” y, en este caso, se necesita de varias para que estudien la capacidad de nuestros bosques, árbol por árbol.
*Megagramo de carbono por hectárea. **Petagramo de carbono***El dióxido de carbono equivalente es una medida que utiliza la posibilidad de calentamiento global que tiene cada uno de los gases con efecto invernadero y las equipara con las del CO2.