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“Cuando un geólogo ve una roca es como si estuviera leyendo un capítulo del libro sobre la historia de la Tierra”, dice el geólogo estructural Camilo Montes, sentado en su oficina de la Universidad de los Andes. Un par de decámetros, un estuche con herramientas, un sombrero de vaquero, piedras de diferentes formas y colores, una mochila, un termo, té de coca, bata blanca, muchos papeles y libros, varios computadores y, en general, un desorden que se manifiesta hasta en su tablero, es lo que rodea a este científico, responsable de haber dicho que el Istmo de Panamá se cerró hace 15 millones de años y no hace tres, como afirmaba la ciencia hasta el 2015. Pero su hábitat natural está en el campo. Se pone su sombrero, llena su morral y sale dos o tres veces al semestre con sus estudiantes a caminar por las montañas y mirar las rocas, porque el campo es su laboratorio.
En abril, Montes y sus colegas publicaron en la revista Science el resultado del estudio sobre el Istmo de Panamá y desde entonces han recibido críticas y palmaditas en la espalda. “Esa es la dinámica de la ciencia”, dice resuelto, porque si se comprueba que están en lo cierto, lo que sucederá cuando otros colegas repliquen sus métodos de investigación y logren el mismo resultado, será un momento ‘eureka’ para sus autores. Y si se demuestra que está errado, habrá sido un paso adelante en el estudio geológico de la región.
Pero están confiados porque luego de la publicación han tenido la oportunidad de contactar a científicos internacionales del más alto nivel, quienes los han animado a continuar con sus investigaciones. Montes agradece incluso a quienes revisaron el artículo antes de su publicación, porque fueron lo suficientemente abiertos como para creer que su teoría era una posibilidad. “Validaron unas ideas que no son convencionales”, dice.
Los resultados del estudio han tenido implicaciones en disciplinas como la biología, la oceanografía o las ciencias atmosféricas. Los biólogos, por ejemplo, estaban atados a explicar el “Gran intercambio biótico” –el cruce de especies entre Suramérica y Norteamérica– sobre la base de tres millones de años, y a veces sus datos no concordaban. “Para ellos ha sido muy positivo porque pueden pensar en otras posibilidades”.
Al mismo tiempo, algunos contradictores, geólogos con años de estar trabajando en el Istmo de Panamá, no están muy convencidos. “Este estudio lo que nos está diciendo es que es bastante más complejo de lo que pensábamos”, reflexiona Montes. “No podemos pensar que la naturaleza se acomode a nuestros preceptos”.
Sin dejar de lado la región panameña, la empresa científica con la que Montes termina el año y a la que se dedicará en 2016, busca responder cuándo se levantó la Cordillera de los Andes. “Estamos mirando trabajos tan buenos como los de Thomas Van der Hammen, uno de los mejores científicos del país, con ojo muy crítico. Cuando miramos sus datos pensamos que de pronto podemos interpretarlos de otra manera”.
¿Qué significa eso? Que toman sus publicaciones, buscan los afloramientos de las rocas que este geólogo holandés registró y utilizan técnicas modernas para ratificar o contradecir sus conclusiones. Hay técnicas isotópicas relativamente nuevas que no estaban disponibles cuando van der Hammen hizo sus estudios.
“Yo sé que una persona debería ser más que su profesión”, dice Montes. Habla de las rocas como sus consentidas y de la geología como la razón de ser y existir. Cuando no está dictando clase o investigando sigue con actividades geológicas. “Algún día se me acabarán las rodillas y los tobillos… y no sé qué pasará entonces”. Tiene claro que “de las cosas más importantes que puede hacer un país es preservar su memoria geológica”, pues es allí donde están las respuestas a temas como el cambio climático y las placas tectónicas. “Colombia es riquísimo en ese aspecto”.
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