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La razón por la que Edersson Cabrera y Gustavo Galindo han rechazado ofertas de trabajo y también becas para ir a estudiar un doctorado en Europa y Estados Unidos, es por puro amor a Colombia. No hay otra explicación razonable.
Aquí no tienen garantizado el dinero que necesitan para continuar con su labor el próximo año. Aquí les toca invertir mucho tiempo convenciendo a medio gobierno de que el monitoreo de bosques es vital para el futuro inmediato del país. Aquí les toca trabajar con las uñas y con un contrato de servicios que deben estar renovando. Lo increíble es que a pesar de todo eso insisten tercamente en seguir frente a sus pantallas de computador en el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam).
Edersson es ingeniero forestal y Gustavo es biólogo. Desde el año 2009 se metieron en una camisa de once varas: calcular la tasa de deforestación de Colombia, detectar los lugares del país donde más se están tumbando árboles y por si fuera poco, estimar todo el carbono almacenado en el bosque natural que podría tener un impacto sobre el cambio climático.
Un sistema de monitoreo robusto, dicen los estudios internacionales, es la mejor estrategia para combatir la deforestación. Brasil y la India lo entendieron antes que nosotros y desde los años ochenta comenzaron a construir el suyo. Hoy, las autoridades brasileras pueden saber, casi en tiempo real, dónde se están abriendo líneas de deforestación en el Amazonas. Tan sólo cinco días transcurren en promedio desde que los expertos detectan a un maderero ilegal a través de imágenes satelitales y las autoridades policiales llegan al lugar en la selva para ponerlo preso o destruir la maquinaria. Sorprendentemente, entre 2004 y 2013, Brasil logró una reducción del 76 por ciento en la tasa de deforestación.
Colombia todavía está lejos de lograr algo parecido. Y si no estamos más rezagados es gracias a que estos dos científicos testarudos, junto a un grupo de ocho profesionales, se han empeñado en que Colombia conozca con precisión la riqueza de sus bosques.
El regalo de los gringos
El dinero para arrancar el sistema de monitoreo en el país no lo puso el gobierno colombiano. Lo donó la Fundación Gordon y Betty Moore, creada en el año 2000 por el cofundador de la gigantesca Intel. Con los US $6 millones que esta fundación donó al Ideam, fue posible adquirir 15 estaciones de trabajo, cada una con computadores de 16 núcleos, 32 y 64 gigas de RAM, pantallas grandes de alta resolución, dos servidores para almacenar datos, y el software indispensable para la tarea. Unos $1.000 millones se fueron en esta tecnología y calcular cada año la tasa de deforestación cuesta unos $500 millones. Las imágenes de los dos satélites de la Nasa, son gratis desde el año 2004. De otra manera los costos se elevarían mucho más.
“El sistema de monitoreo tiende a volverse glotón”, dice Gustavo Galindo. Para reconstruir la historia reciente de la deforestación en Colombia, para al menos tener una mejor idea de cuánto se deforestó entre 1990 y 2000, fue necesario combinar cerca de 70 imágenes del archivo de la Nasa. Para calcular la tasa de deforestación en 2012 se necesitaron 400 imágenes. Y este año, cuando Colombia por primera vez tendrá un estimado anual, y no cada dos años como se venía haciendo, el grupo está trabajando con cerca de 1.000 imágenes. Y es glotón porque además del crecimiento exponencial del número de imágenes que se usan, hay que ir almacenando el material de las mediciones anteriores. Cada una de estas imágenes es una foto tomada a 3.5 millones de hectáreas y en ellas cada pixel equivale a 900 metros de territorio.
“Las imágenes que usamos vienen con mucho “ruido”, información que no sirve. Lo primero que hacemos es control de calidad. Creamos mosaicos libres de nubes”, explica Cabrera. Combinando imágenes diarias provenientes de los satélites y por medio de algoritmos que ellos mismos han desarrollado, los computadores detectan los lugares donde se produjeron cambios, permitiendo generar alertas tempranas de deforestación en el país.
“El sistema nos permite saber si es zona de páramo, si se trata de un cultivo agrícola o un cuerpo de agua o un bosque. Y también sabemos si hubo un cambio en el tiempo”, continúa. El paso siguiente es concentrarse en esos cambios y descifrar si pueden atribuirse a la deforestación. Finalmente, el ojo entrenado de los técnicos decide en esa gama de colores qué puede y qué no puede contabilizarse como deforestación.
En Colombia se pierden cada año 147.946 hectáreas de bosque. Cada día, dice Gustavo, Colombia deforesta el equivalente a 411 canchas de fútbol como la del Estado El Campín. Esta cifra, que apenas comenzó a calcularse desde 2009, en realidad es una aproximación de una medición que se hace cada dos años. Sólo a partir de agosto, por primera vez en la historia, Colombia sabrá cuánto pierde de bosque anualmente.
Con métodos y algoritmos específicos, pero los mismos instrumentos, este grupo de científicos obstinados del Ideam están calculando también el contenido de carbono almacenado en todos los bosques naturales del país. Es un dato crucial en un mundo que se mueve hacia un acuerdo internacional para frenar el cambio climático. Sólo si sabemos con exactitud cuánto carbono hay en los 16 tipos de bosques con que cuenta Colombia, será posible demostrar si el país está mejorando o empeorando y, eventualmente, recibir un pago por evitar la emisión de ese carbono a la atmósfera.
Los mismos con las mismas
Esta semana, el grupo liderado por Gustavo y Edersson le entregó al país un reporte de los ocho principales núcleos de deforestación (Ver recuadro).
“Si revisamos el reporte de hace seis meses o si miramos datos de deforestación de hace 20 años, las zonas que son núcleos de deforestación son las mismas. Reportamos una zona crítica y a los 6 meses pasa lo mismo. Falta tomar decisiones e incrementar las acciones en campo. El llamado de atención es que ya sabemos los punto críticos, el asunto es tomar acciones”.
Y su compañero en esta tarea quijotesca añade: “Conservar los bosques es el mejor legado para nuestros hijos”.
pcorrea@elespectador.com
@pcorrea78