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Para muchos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son una propuesta que nació en Río+20 y que se unió a la Agenda post-2015 de la que ya venía hablando el secretario general de Naciones Unidas frente al fin de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). No obstante, la idea de sostenibilidad y de unos objetivos que se aplicaran a todos los países venía cocinándose desde mucho antes en la mente de una colombiana.
En entrevista con El Espectador, Paula Caballero, la cabeza detrás de los ODS, explica cómo fue ese “detrás de bambalinas” de lo que hoy es una de las apuestas de desarrollo más grandes a nivel mundial. Actualmente, Caballero se desempeña como directora sénior de ambiente y recursos naturales del Banco Mundial.
¿De dónde viene la idea de los ODS?
Estamos en un momento decisivo y crítico en términos de la definición de patrones económicos, de producción y de desarrollo. Es claro que no podemos mantener los mismos modelos y trayectorias que nos han traído a la actual coyuntura, con hondos problemas de inequidad, degradación de recursos y cambio climático. En vísperas de una conferencia histórica como Río+20, la preocupación que surgió fue cómo convertirla en una oportunidad para generar procesos o compromisos de cambio sistémico, profundo. Los temas acordados para Río+20 no inspiraban. “Economía verde”, que era lo que se iba a negociar, es un término controvertido y confuso. Se necesitaba una agenda que motivara e inspirara, que fuera un llamado a la acción para gobiernos, comunidades, sector privado, en fin, todos los actores que deben unir fuerzas y lograr una transformación verdadera.
¿Por qué seguir con la idea de objetivos?
Porque los ODM fueron una herramienta decisiva para cambiar la historia del desarrollo. Les dieron visibilidad a temas importantes como el saneamiento y la pobreza. Por esto la propuesta que hice se fundamentó en los ODM, pero buscó incorporar las dimensiones económicas y ambientales sin las cuales los objetivos sociales en toda su envergadura no se pueden alcanzar. Era necesario incluir temas como energía, ciudades, gobernabilidad, seguridad alimentaria y ecosistemas.
¿Cómo fue el proceso para que los ODS llegaran a Río+20?
La primera persona a quien le presenté la propuesta fue Patti Londoño, viceministra de Relaciones Exteriores. Ella jugó un papel decisivo en todo esto porque instantáneamente me apoyo y me dijo: “Haga lo que necesite para que funcione”. Más adelante recibí el apoyo de la canciller María Ángela Holguín y del presidente Santos. Fue realmente una propuesta de Gobierno. El proceso en sí, sin embargo, fue largo y duro, pues fue recibida con mucho escepticismo y hostilidad. El cambio nunca es fácil.
¿Por qué?
Muchas razones, pero algunas de las más importantes se centraban en una preocupación por el impacto en la implementación de los ODM, que culminaban en 2015. Estábamos en 2011 y se pensaba que la nueva propuesta podría restarles importancia a los ODM. Muchos querían simplemente reencauchar los ODM; se hablaba de ODM+. Otro aspecto novedoso que generó honda preocupación es que por primera vez se hablaba de una agenda universal, aplicable a todos los países. En un mundo globalizado, con recursos limitados, el desarrollo no es un proceso que se limita a unos cuantos países, es una agenda que involucra a todos los países. Era un llamado a dejar atrás una agenda en el fondo paternalista, mediante la cual los países “en desarrollo” son los que tienen que actuar, para pasar a una agenda de responsabilidades compartidas, en la cual todos tienen que actuar. Eso fue revolucionario.
¿Cómo fue el proceso mediante el cual lanzó esta propuesta al mundo?
Durante el primer semestre de 2011 usé toda oportunidad que tuve en consultas o negociaciones internacionales para socializar la propuesta, a la vez que la iba ajustando y afinando. La primera consulta formal fue el 27 de mayo de 2011, en la misión de Colombia en NY, con unos 20 países. Fue recibida con escepticismo. Pero ya para finales de agosto, en una consulta informal en Río de Janeiro, la propuesta empezó a cobrar vida y muchos entendieron que era la única posibilidad para que la conferencia de Río+20 tuviera un resultado concreto. En Río presenté una segunda versión de la propuesta, que fue endosada por Guatemala. Al mes siguiente fue presentada formalmente en una reunión de la Cepal, y aun cuando había fuerte resistencia, se empezó a forjar una masa crítica en torno a ella.
¿Luego qué siguió?
La secretaria ejecutiva de la conferencia había fijado como fecha límite el 1º de noviembre de 2011 para recibir insumos de los países y grupos interesados sobre el contenido del borrador que sería la base para definir los resultados de Río+20: el denominado “Borrador cero”. Colombia logró que suficientes países y grupos incluyeran la propuesta de los ODS en su presentación y la secretaria nos confirmó que los ODS estarían en ese documento. Fue un momento inolvidable, pues lo que hasta hacía pocos meses se tildaba de imposible o absurdo, se había convertido en realidad. A los tres días realizamos la primera consulta internacional en torno a los ODS en Cancillería, y se dio inicio a un proceso intenso y permanente de negociación, consultas y presentaciones para desarrollar el concepto de la propuesta y responder a todas las preocupaciones que se cernían en su entorno. Colombia presentó un total de cinco notas conceptuales, de las cuales las últimas tres fueron endosadas por uno o dos países (Guatemala, Perú y Emiratos Árabes). Además, organizamos cinco consultas internacionales, siempre con financiamiento externo.
¿Qué fue lo más difícil de negociar?
Cuando llegamos a la recta final en Río+20, ya se había logrado consenso en torno al concepto de los ODS. Ese fue un logro increíble. Buscamos el consenso en torno a una lista “descriptiva, indicativa, tentativa y preliminar” de objetivos, pero eso no fue posible. Sin embargo, el asunto más importante en ese momento era la definición de un proceso después de Río. Sabíamos que si no se acordaba un proceso muy concreto para desarrollar los ODS, el Sistema Internacional podría demorarse años tan sólo en esa tarea: en cómo negociar los ODS. Y esa fue la negociación más encarnizada. Muchos de los países del G77 —que es el bloque de negociación de los países en desarrollo dentro del que Colombia opera en Naciones Unidas— insistían en un proceso político. Muchos otros, incluyendo Colombia, buscaban un proceso técnico, pues lo que se negociaba era un conjunto de objetivos, metas e indicadores que tendrían la tarea de impulsar a los países a cambiar sus trayectorias de desarrollo. Tenían que ser objetivos relevantes y útiles para todos los ministerios, como los de Educación, Energía, Transporte, Hacienda y Planeación.
¿Cómo se negociaron los ODS?
Con gran dificultad se logró acordar una figura que jamás se había empleado en Naciones Unidas: un grupo con 30 puestos, en el cual los países estarían participando directamente y no a través de grandes grupos de negociación, pero “abierto”. Es decir, todos los países y grupos o actores interesados podrían estar presentes. El grupo de trabajo abierto que se acordó en Río fue la clave para lograr el desarrollo de los ODS. Después de Río los representantes ante Naciones Unidas tardaron siete meses en tan sólo definir qué países estarían en este grupo, lo que confirmó el temor que habíamos tenido de que si no se definía en Río sería casi imposible acordar una modalidad más adelante.
Finalmente, ¿qué logró este grupo?
Fue un grupo increíble, pues el primer año se dedicó a entender la complejidad de los temas a fondo: seguridad alimentaria, energía, ciudades sostenibles, salud, equidad, deforestación, entre otros. Vinieron expertos de las capitales y fue un ejercicio profundo de aprendizaje para todos. Participaron el sector privado y la sociedad civil. Fue un proceso novedoso y muy sólido que logró definir 17 objetivos que reúnen los temas rectores del desarrollo. Ante todo fue un proceso que generó pertenencia. Ahora el desafío será implementar una agenda que llama a procesos de transformación en nuestros modelos de desarrollo.