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El lugar favorito del biólogo y ambientalista estadounidense Roger Payne, reconocido en el mundo por ser el primero en descubrir el canto de las ballenas, es una pequeña casa en la costa de la Península Valdés, la reserva natural más emblemática de la Patagonia argentina. Llegó allí en la década de los 70, cautivado por la ingenua recomendación de un desconocido: “En ese rincón del mar siempre hay ballenas”, le dijo un día un conductor gaucho a la exesposa de Payne, sin saber que sus palabras transformarían para siempre el estudio y el cuidado de la vida marina.
Maravillado por la multitud de ballenas franco-australes que todos los años llegan hasta la Península para reproducirse, Payne hizo de esas playas lejanas su laboratorio de observación. Construyó allí un rancho para pasar las noches, viajó varias veces de vacaciones con su familia y hasta grabó el famoso documental de Netflix Jane y Payne: la historia de su encuentro con la gran investigadora experta en primates Jane Goodall, a quien los chimpancés del África subsahariana aceptaron como parte de la familia.
Fue ahí, en la última esquina del continente americano, en medio de pingüinos, gaviotas y elefantes marinos, en donde Roger Payne cultivó su amor por las ballenas. Diez años antes, en 1967, durante un viaje a Barbados, él y Scott McVay habían descubierto que los extraños sonidos emitidos por las ballenas jorobadas eran en realidad largas secuencias de notas musicales conocidas por los humanos como canciones.
En 1970, Payne lanzó un LP con los cantos de ballenas que había grabado con un hidrófono, una especie de micrófono submarino, que usaba durante sus expediciones para no perder la calidad del sonido. El disco se convirtió en la grabación de la naturaleza de mayor venta de todos los tiempos, alcanzando más de 12 millones de copias. Estos cantos, además, hicieron parte del disco de oro Sonidos de la Tierra, que se mandó al espacio en la sonda Voyager 1, el 5 de septiembre de 1977. Todo este movimiento conservacionista propició que un par de años después se prohibiera la caza comercial de ballenas en todo el mundo.
“Las canciones de las ballenas jorobadas son mucho más largas que las de los pájaros o las de las ranas, pueden durar entre quince y treinta minutos. Se dividen en frases repetitivas llamadas temas. Las canciones contienen de dos a nueve temas y están agrupadas sin pausas. Una larga sesión de canto es un río de sonido exuberante e ininterrumpido que puede fluir durante veinticuatro horas o más”, dijo Payne la semana pasada durante una conferencia en el Parque Explora de Medellín.
Su charla Coros del océano: ballenas, recuerdos sonoros de la vida salvaje fue uno de los eventos científicos más esperados de la Fiesta del Libro y la Cultura de la capital antioqueña. En la conferencia también participó el médico colombiano Jorge Reynolds, quien lleva más de 19 años investigando el funcionamiento del corazón de las ballenas. “El corazón de estos animales es 4.500 veces más grande que el de los humanos y solo tiene entre cuatro y diez pulsaciones por minuto”, dijo.
Las investigaciones de Payne y de sus colegas de la Fundación Ocean Alliance han revelado que la estructura interna de las canciones de las ballenas parece estar determinada por el lento ritmo de las olas del mar. “Las ballenas jorobadas iluminan el abismo del océano con sus canciones. A menos que las ballenas estén presentes, no escuchas el tamaño del océano, solo lo puedes oír cuando ellas cantan. Eso es lo que hacen las ballenas: le dan al océano su voz, una voz que es etérea y sobrenatural”.
Si se mira en retrospectiva, no hay duda de que el trabajo de Payne ha sido determinante para la supervivencia y la conservación de las ballenas. “Cuando empecé a estudiarlas estaban al borde de la extinción por la caza indiscriminada. Los arponeros alcanzaron a matar más de 30.000 ballenas azules, el animal más grande de la Tierra. Hoy los riesgos son otros y tienen que ver con la contaminación y el calentamiento global”, afirma Payne en el documental. Y añade: “En la actualidad, las ballenas tienen concentraciones de cromo equivalentes a las que se han encontrado en los cadáveres de obreros de fábricas industriales que después de 20 años de trabajo han muerto de cáncer de pulmón”.
Después de 50 años continuos recorriendo los siete mares, pensando y estudiando todas las especies de ballenas, Payne no solo descubrió que estos cetáceos emiten sonidos armónicos y son capaces de comunicarse entre sí de polo a polo. Su teoría va más allá: “Me encantaría pensar que las ballenas son animales poéticos. Hay una buena posibilidad de que lo sean. Si vas al lugar correcto en el momento exacto puedes ver formaciones de 21 ballenas organizadas como si estuvieran jugando fútbol americano, mientras una de ellas va nadando y cantando alrededor del grupo. Es una de las cosas más espectaculares que puedes ver en la naturaleza”. Sus palabras recuerdan un poema de la escritora bogotana Tania Ganitsky:
“Dicen que la última llama se encenderá en el océano. En el vientre de la ballena que hospeda los mitos olvidados, en su canto, que conjura el retorno de los dioses”.