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El Bajo Caguán, en Caquetá, parece contar el viejo drama entre guerra y ciencia: parece que la primera impide la segunda. Años de guerra y alertas de deforestación no han permitido que sepamos qué personas, animales, plantas y suelos hay en la zona. No hay censos de población (los problemas de orden público en 2005 en distintas zonas de la Amazonia dificultaron este proceso, según el DANE) y los estudios científicos anteriores a 2018 son muy pocos.
Lo que sí sabemos es que la zona ha sufrido las consecuencias de la violencia desde hace un siglo. Según Alejandra Salazar, investigadora social dela Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible que entrevistó a distintos pobladores del Caguán, este es territorio ancestral indígena. Gracias a las caucheras que esclavizaron indígenas como mano de obra, parte de los indígenas carijona y murui muina resistieron en la zona y sus hijos ahora viven en dos resguardos indígenas, mientras otros se replegaron hacia la Serranía del Chiribiquete para vivir como pueblos en aislamiento.
Luego, llegó la guerra contra el Perú en 1932, que trajo soldados y campesinos al piedemonte caqueteño que cruzaban las viejas trochas de la cauchería para luchar y colonizar. La época de La Violencia llevó a los campesinos andinos a buscar tierra libre en la zona, luego vendría el boom de las pieles, de la coca, de la madera, de la ganadería y dos procesos de paz fallidos.
En definitiva, el Caguán es conocido por las razones equivocadas. Pero después de casi un año de acercamiento con las comunidades, casi tres semanas en campo y una semana de sistematización, científicos de 25 organizaciones –Corpoamazonia, Chicago Field Museum, Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), Amazon Conservation Team (ACT), Parques Nacionales, la Universidad del Tolima, de la Amazonia, la Nacional, y la Javeriana, entre otros– encontraron que esta zona del sur del país es más importante para la conectividad de la Amazonia y la conservación de lo que pensaban.
En un inventario rápido biológico (un método generado por el Chicago Field Museum y que se ha aplicado en 22 puntos de Latinoamérica) realizado en abril, los investigadores de las 25 entidades identificaron cuatro sitios biológicos prioritarios después de hacer un sobrevuelo en mayo de 2017, y de hablar con indígenas y campesinos en Caquetá: Caño Guamo (un tributario del Caguán, dentro del resguardo indígena Huitorá), Caño Orotuya (un tributario del río Caquetá), Peñas Rojas (en el encuentro entre el río Caguán y el río Caquetá), y en una zona dentro del resguardo Indígena Bajo Aguas Negras.
Un mes antes de que llegaran los investigadores, unas 60 personas de la zona instalaron campamentos temporales y abrieron 20 kilómetros de trocha. Lo que encontraron confirmó que esta zona tan golpeada por la guerra es cuna de biodiversidad:
Plantas
El equipo recolectó 750 de las 2.500 especies que se estiman, y encontró 2 especies que probablemente son nuevas para la ciencia. Los investigadores hicieron recorridos entre 6 y 12 kilómetros diarios recolectando y listando. Observaron bosques inundables y bosques de vega, cananguchales, palmichales de asaí, orquídeas, y entre otras, heliconias y bejucos que están en peligro de extinción, y achapos y algarrabos, árboles muy codiciados por la industria de la madera. “Vale la pena reconocer el trabajo de muchos indígenas que están recuperando estas especies en sus chagras”, dijo Jorge Luis Contreras, biólogo y uno de los investigadores.
Peces
Jorge Melo, ictiólogo de la Universidad del Tolima, y otros dos investigadores, registraron aproximadamente 150 especies de las 250 que se estima utilizando chinchorros, anzuelos y atarrayas. Bagres, peces con escamas, pirañas, sábalos, mojarras y sardinas se mueven en lagunas, ríos y caños.
“Al menos el 60% de la población de peces tiene gran afinidad con la que se ha registrado en la Cuenca del río Putumayo, y estamos evaluando 7 especies que creemos son nuevas para la ciencia. Entre lo más interesante, encontramos pintadillo, que está considerado como especie vulnerable, y un bagre de 1.2 centímetros podría representar incluso un nuevo género, aunque esto aún no está confirmado”.
Anfibios y reptiles
“No hay información sobre qué anfibios y reptiles hay en la zona. Solo cerca del resguardo Huitorá hay un trabajo de 2011, pero no más”, dice Guido Medina, de la Universidad Nacional. En cuanto a anfibios, registraron 47 de las 135 especies estimadas, y en cuanto a reptiles, registraron 42 de las 110 estimadas.
Lo que recolectaron será depositado en la Universidad de la Amazonia para clasificación, pero por el momento, se identificaron nuevas especies para Colombia como la rana de cristal (que solo se había registrado en la Guyana Venezolana) y una rana arborícola (que solo se había avistado en Ecuador).
“Una de las cosas más interesantes es que hay especies poco conocidas como el sapo cornudo o la Boana nympha, la serpiente coral y la tortuga que le llaman ‘charapita de cananguchal’. Otro hallazgo es que se pensaba que solo las poblaciones de ranas en Argentina eran fluorescentes, pero la Boana punctata, colectada en el resguardo Aguas Negras, también lo es”, explica Medina.
Aves
El ornitólogo putumayense Brayan Coral dijo que registraron 400 de las 450 especies que se estiman, viven en la zona. “El hormiguero de cocha, que se creía que solo estaba en Ecuador, se avistó en el Putumayo el año pasado y ahora en los cananguchales del Caquetá. Por otro lado, hay especies que hay que priorizar para la conservación como el paujil. No encontramos muchos ejemplares, seguro por la actividad humana y la caza, aunque la gente ya se ha dado cuenta y dejaron de cazarla hace un tiempo”, dice Coral. El paujil está incluso en el escudo del departamento.
Mamíferos
Los biólogos y científicos locales instalaron entre 2 y 25 cámaras trampa por campamento, y recorrieron tanto de día como de noche unos 20 kilómetros de trocha en busca de huellas y madrigueras. Encontraron 62 especies de mamíferos como jaguares, pumas, monos churucos, maiceros y bebe leches, cerrillos, dantas, etc. “Que haya jaguares, ocelotes, perros de monte y lobos de agua sugiere que el bosque ofrece alimento suficiente para un ensamblaje entre carnívoros y herbívoros. También encontramos 17 especies de murciélagos, lo que habla muy bien de la cantidad de alimento disponible”, cuenta Diego Lizcano, uno de los tres expedicionarios.
Diez de las especies registradas son consideradas como amenazadas en el ámbito nacional y 12 internacionalmente, muchas de las cuales perecen gracias al mercado de carne entre La Tagua y Puerto Leguízamo (Putumayo).
De acuerdo con Jennifer Angel Amaya, geóloga de la Corporación Geopatrimonio, su grupo identificó salados en El Guamo y dos formaciones rocosas principales, Pebas y Caimán. “Hay pocas aguas mineralizadas, es decir, con pocos electrolitos”. Los investigadores encontraron que el suelo no tiene más de 20 centímetros de espesor, es decir, que es mucho más sensible a la erosión, y si se sigue deforestando la zona, tendrá un impacto directo en las comunidades de animales, no solo porque los hará perder su hábitat natural, sino porque no tendrían donde buscar los electrolitos que escasean en el agua (críticos para la hidratación del cuerpo y las funciones de nervios y músculos).
A pesar de la exuberancia del Bajo Caguán, la zona está bajo la amenaza de la deforestación.
El noroccidente de Caquetá ha sido identificado por el Ideam como uno de los focos de deforestación desde 2014, particularmente los ríos Caguán, Orteguaza y Caquetá, y en los municipios de Solano, Cartagena del Chairá y San Vicente del Caguán. Según esa entidad, entre enero de 2004 y marzo de 2014, Cartagena del Chairá presentó el segundo valor más alto de deforestación en el departamento, con 23,350 hectáreas deforestadas, y en 2015, el municipio se llevó el vergonzoso primer puesto al ser declarado el municipio más deforestado de Colombia, cuando cayeron 10.822 hectáreas de bosque natural, y con él, el hábitat de la fauna y flora caqueteña. Desde ese entonces, el primer lugar en deforestación ha sido disputado entre Cartagena del Chairá y San Vicente del Caguán. Para febrero de 2018, en San Vicente del Caguán se concentraron el 21% de las alertas de deforestación del último trimestre.
La situación ha llegado a un punto tan crítico, que según los cálculos de Alexander Mejía, el director de Corpoamazonía, una de cada cinco hectáreas deforestadas en Colombia está en el Caquetá.
A pesar de la grave situación de tala de bosques, Rodrigo Botero, director de la FCDS, señala que si esta zona conserva el 90% de sus bosques nativos es por el trabajo de conservación que han hecho las comunidades.
Un encuentro aplazado por cinco décadas
El 23 de abril de este año se encontraron en la comunidad maloca Ismuina los campesinos e indígenas que hace años tenían relaciones comerciales pero que jamás se habían sentado a compartir lo que sabían sobre su territorio.
En su mayoría, todos estuvieron de acuerdo en que la falta de alternativas económicas, la débil presencia del Estado, la incertidumbre con respecto al desenlace del proceso de paz y el hecho de que ningún campesino tenga tierras tituladas, son amenazas comunes para su “buen vivir”. Por ejemplo, según los cálculos de las investigadoras sociales, hay por lo menos 5 veredas dentro de zona de reserva forestal, que a pesar de ser muy nuevas a ojos de las gobernaciones, llevan ahí poco más de 50 años, y por la misma razón será muy difícil que les titulen tierras.
En resumidas cuentas, lo que quiere la comunidad para resolver el problema de la deforestación y el uso de la tierra es la elaboración de una serie de acuerdos para el uso comunitario de los recursos, hechos entre las veredas campesinas en acuerdo con los dos resguardos indígenas, para aprovechar el bosque natural sin tener que talarlo.
El año pasado, Nelly Buitrago, una de las líderes campesinas más fuertes del Bajo Caguán, dijo: “Nosotros nos soñamos una finca en la que haya bosque, comida, escuelas, que vuelvan los jóvenes”. Con ese sueño en mente, los 1.492 habitantes campesinos de 16 veredas armaron un Plan de Manejo Comunitario en la que se pusieron una meta: “para 2030, el Bajo Caguán será reconocido como un territorio desarrollado sostenible en el cual se ha alcanzado un estado de vida digna, justicia social y seguridad, donde las necesidades básicas de la población estarán satisfechas”.
Nelly Buitrago (líder campesina) y Roberto Ordoñez (líder murui muina) en Solano, Caquetá. Chicago Field Museum
Pero llevarlo a cabo es complejo. Sobre todo porque ya hay un sistema de aprovechamiento del bosque: los salvoconductos y permisos de aprovechamiento forestal que entregan las Corporaciones a las empresas madereras que los solicitan. “Las comunidades quieren tener participación en esa decisión, y no va a ser tan fácil”, dice Alejandra Salazar, de la FCDS.
Un plan de manejo comunitario como este todavía no existe en Colombia, pero si todo sale bien, ayudaría a proteger los bosques, quebradas y lagos que forman un corredor biológico continuo de 90 kilómetros que une dos parques nacionales naturales de la Amazonia colombiana: La Paya al oeste y la Serranía de Chiribiquete al este. Según Corine Vriesendorp, del Chicago Field Museum, “esta es la última esperanza para la protección del Chiribiquete, sus formaciones rocosas únicas y los pueblos en aislamiento voluntario que dependen de esos bosques para mantener su estilo de vida y cultura”.