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Todo comenzó cuando salió en busca de la cumbia. Se trata de un documental sonoro que Mejía se propuso a hacer hace casi cinco años. Un viaje por el río Magdalena que lo arrojó a sus profundidades, a la historia de este canal de agua, los encuentros musicales y su crisis. Esa experiencia, como asegura él, “me impactó a mí que soy una persona alejada, un cachaco que vive en Bogotá”.
El río detonó un sinfín de reflexiones. Mejor dicho: no sólo el río, las selvas, el mar, los páramos, los territorios verdes que él recuerda de chiquito cuando sus padres lo llevaban a pasear. Por esas memorias se cuela su primer contacto con la naturaleza, por ahí, dicen sus palabras, “entra la sensibilidad por ella, como las cosas que entran por los sentidos”.
Por fortuna, esa conexión continúa intacta. Cada día más viva. Cada día más dentro de él y de su oficio: la música. Su explicación es que la naturaleza es una fuente de inspiración, en especial, para la música colombiana. “Porque lo nuestro, que es el folclor, está inspirado en el canto de los pájaros, las maracas son el sonido de los ríos, los tambores vienen de los árboles, nuestra música venía de ofrendas a la naturaleza”.
Y todos esos ritmos, para él, sus instrumentos y cantos han viajado a través del agua. Toda la tradición folclórica, a los ojos de Mejía, ha sido compartida por los canales de agua dulce de este país, han atravesado de esa manera los territorios, conectando la cultura. Según él, “eran como decir el internet de hoy, el medio en el que se encontraron los indígenas y los africanos”.
El problema es que esos ríos se están secando y con ellos, la cultura y la música que los rodea. “Si ellos se mueren, se muere la música y Colombia sin música se queda en pañales”, sostiene Mejía, preocupado por la crisis que viven las fuentes hídricas en el país. “Una crisis por esta falta de conciencia del ser humano y por una ignorancia y por estar bajo un modelo económico y político en el mundo entero que nos desconectó de la naturaleza”.
Para Simón, la solución es el cuidado. La conciencia de que el agua es un elemento vivo, un bebé, un niño que hay que proteger incluso antes de nacer. Que hay que remontarse a las selvas, cuidarlo desde allí y luego en los páramos para que después se haga río. Que todo eso a través del arte y la educación se enseña. Que nunca deberíamos olvidar que nuestra música raizal, por tradición, es hija de los ríos.
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