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Los adultos de Pueblo Flechas no olvidan lo que Cerro Matoso fue: una pirámide de bosque frente al caserío, rozándose con las nubes bajas del cielo cordobés. Desde 1979, cuando la empresa Cerro Matoso S.A. (ahora South32), comenzó a explotar níquel allí, el paisaje fue mutando a una pila de tierra seca que están obligados a contemplar todas las mañanas. Esta es la única mina de níquel en Colombia y la más grande Suramérica. (Lea: La respuesta de Cerro Matoso sobre las enfermedades en Pueblo Flechas)
El corregimiento más cercano a Cerro Matoso son estas dos calles de barro y piedras, donde habitan 600 indígenas zenúes. No tienen alcantarillado ni acueducto. Los niños van a la escuela hacinados y viven sin un centro de salud cerca. Apenas se abastecen de agua a través de un pozo artesanal y lluvia.
Al polvo que llueve desde la mina los zenúes le dicen “escoria”. Y es a la “escoria” a la que culpan de todas sus enfermedades. De las llagas en la piel. De los problemas visuales. De las enfermedades respiratorias. También de abortos espontáneos.
Durante años el país estuvo sordo ante las quejas de los zenúes hasta que, finalmente, la Corte Constitucional ordenó al Gobierno confirmar o rechazar el vínculo entre la mina y la salud de los pobladores de San José de Uré, Montelíbano y Puerto Libertador. Hace dos meses, Medicina Legal entregó los resultados de una investigación en la que examinaron a 1.147 personas. (Lea: El dictamen de Medicina Legal en el caso Cerro Matoso)
El grupo de médicos confirmó que estos habitantes están padeciendo un alto porcentaje de enfermedades cutáneas y respiratorias. La multinacional negó la validez del estudio al decir que no existe una relación entre sus actividades y aquellos síntomas. Pueden tener razón en algo: probar que la mina ha sido la causa directa no es un asunto sencillo en términos científicos. Pero los médicos lograron algo sutil.
Concluyeron que existen “factores” en el ambiente, “factores” a cierta distancia de estos pueblos y “factores” en el territorio de Cerro Matoso que han desencadenado un aumento de esas enfermedades. Hace falta un eslabón para cerrar un caso emblemático de contaminación ambiental y salud humana en Colombia: el diagnóstico que tiene pendiente el Ministerio de Ambiente sobre los suelos, agua y aire de la zona.
Estas tres voces vienen de aquel lugar arenoso llamado Flechas, donde sobrevuelan mariposas amarillas y los niños juegan a la pelota bajo el calor y la rasquiña.
Nosotras no entendemos por qué abortamos
Delsy Pacheco, 40 años
El sangrado me empezó en la tarde como si fuera una menstruación. Luego se hizo bastante y rompí toallas de esas con las que uno se seca.
Con ese bebé que aborté iba a tener 7 niños. Pero esto no solo me pasa a mí, a principio de 2012 tuvimos 14 abortos apenas en un mes. Y todos así: sin entender. Sin caídas, ni golpes, porque no hacemos ninguna fuerza.
No sentimos dolor, lo venimos a sentir cuando la criatura se desprende. A mí esa noche se me llegó ese sufrimiento delante y atrás, apenas tenía dos meses de embarazo.
Mi marido estaba trabajando allá en la mina y yo estaba con mis otros hijos cuando todo empezó, pero yo no entiendo un aborto así.
Vino la ambulancia que Cerro Matoso nos presta para los primeros auxilios y me remitieron a Montería por el aborto espontáneo. Imagínese, cuatro horas sangré en el camino, en esas boté una partecita de la niña porque me dijeron que iba a ser una niña. Yo aún no le tenía nombre.
Allá me hicieron el legrado y demoré ocho días hospitalizada. Mire ahora mi color de tanto sangrar, a mí las partes se me pelaron, yo no consentía ni trapos. Me volví así de amarilla y creo que aún no me recupero de eso, que ya hace seis meses.
A veces nos visitan de Matoso, nos preguntan a todas las que hemos pasado por estas y siempre damos las mismas versiones: no entendemos por qué abortamos, ¿serán las aguas? No sé qué será, ¿será la contaminación? Vea, yo mantengo un rasquiñero en las vistas. Es más, cuando aborté les pregunté a los doctores si era mi vientre, de pronto la matriz mía que es débil por la edad. Pero ellos dijeron que no.
Alguna cosa tiene que haber que nos hace abortar así. Por qué no puede ser la contaminación, si mire dónde está el cerro, y entre más cerca, más polvo. Es que cuando explotan allá, las cucharas tiemblan dentro de las cocinas.
En verano uno se para a barrer durante la madrugada y la escoria se ve en la tierra, como cuando un papel está enterrado entre la arena, que levanta chispas. Así se ve también en la planta de caña flecha. Entonces, si se ve en la tierra, cómo no va a estar en nuestras aguas eso mismo.
Yo soy nacida aquí, criada aquí, 40 años de estar aquí. El ombliguito mío de bebé debe está enterrado allí abajo, pero nosotros antes de la mina no sufríamos de la piel, ni de los problemas respiratorios. Cada que eso explota se ve el cielo amarilluzco y uno escucha ruidos que parecen bombas.
Y si usted está sentada, uno siente que la tierra se mueve. Casi siempre se levanta ese olor a pólvora, igualita al de las piedras cuando uno las rechina para sacar chispa.
Por allá en el cultivo de caña flecha hay un charco donde están los animalitos; si los viera todos entrepelados. ¡Ay, ya ni los atrevemos a comer! Esas aguas de las que toman son a las que bajan los residuos de la mina. Pobrecitos, parecen con hongos en la cabeza, les salen unas bolas y uno cómo puede comerse una gallina así, ¿ah?
En tierra de escoria
José Herrera Mercado, 56 años
Yo nunca tuve problemas en la piel, ni en los ojos; eso sí, lo que tenía era ánimos de trabajar. Así me vine a la edad de 17 años para acá. Me casé acá y tuve dos hijas, pero mi esposa falleció un día después de alumbrar a la menor. Entonces quedé en el solterismo y desde eso fui padre y madre.
A ellas desde chiquitas les tocó la mina, más que todo a la mayor que tiene 20 años, que se tuvo que ir a Ayapel por el dolor de cabeza y con el cambio de zona se normalizó. Cuando voy a visitarla también se me apacigua la cosa, pero ya yo estoy afectado por dentro con la contaminación. La otra hija también se fue, no se aguantó, no había plata para comprar la crema de esta plaga. Ya casi no trabajo, porque cuando voy a recoger caña flecha me corre el sudor y se me altera fuertemente la rasquiña. Hay momentos en que uno quisiera coger un machete y rascarse el cuerpo.
A mí me comenzó eso cuando entré a un charco cerca del cultivo de palma. Cerro Matoso tiene allá unos canales que desembocan en la quebrada y las botas mías se llenaron de esa agua. Yo sentí ahí mismo una ampollita en el tobillo y cuando quise venir a casa, ya eso había corrido bastante. Me unté alcohol, fui al hospital en Montería y me dijeron que se aplacaba después de una inyección de 40 mil pesos.
Pero tiene que estar uno metido en la clínica, porque esto comenzó siendo como una planta de abrojito en ambos lados y se fue extendiendo hasta la rodilla. Yo me unto betametasona, pero ya ni funciona. Muchas veces he cogido limón para que eso se calme y se frota uno, así duela, fuertemente.
Hay noches en que me la paso rascándome ahí como cuando a uno le caen hormiguitas encima. Y para evitarme eso pues mejor no voy a trabajar. Gracias a Dios que tengo 50 primos aquí que me regalan para comer, porque quién va a buscar a un enfermo para ir a raspar caña flecha.
Entonces me la paso bien dentro de la pieza, porque el brillo del sol me golpea duro después del accidente con el ojo. Eso fue hace 7 años, cuando todavía Cerro Matoso no tenía control con la escoria. Yo me bajé de un bus allá donde empieza el caminito, y en esas se formó un remolino de tierra que me cayó en el ojo izquierdo.
Ese día me vine con el ojo tapado, mis hijas me dijeron que me echara leche de pecho para sacarme el sucio, pero nada, me fui al médico porque no veía. Todo se me empañó en unas tinieblas bárbaras y del ojo me corría llanto, hasta botaba materia. Duré dos años ciego, en que yo sabía que era de día solo porque me lo decían.
Lo que me dijeron en el hospital fue… para serle sincero, es que todo está como bajo control, no sé, no puedo juzgar a nadie, pero los médicos de Montelíbano están como del lado de la mina, porque uno no encuentra soporte. Nadie creyó sobre la escoria que me entró directo al ojo y ahora que se fueron mis hijas, ellas viven preocupadas (llanto). ¡Ajualá quiera Dios que yo encuentre una solución!, porque a mí todo se me vino al piso.
Entre Flechas y Valeria
Sarly Inés Baltazar Padilla, 32 años
Ellos dicen que el aire no sopla para acá, pero cuando corre la brisa se vuelve más intensa la rasquiña en la piel. Yo estaba preocupada porque pensé que lo que me había salido en la pierna era un problema de ADN, pero no. El médico dijo que era cutáneo y que mientras yo viviera en esta zona, la contaminación que produce Cerro Matoso me iba a afectar.
A veces por necesidad tenemos que coger agua lluvia, entonces imagínese: si el aire está contaminado, todas esas partículas caen en el techo de zinc y el agua las arrastra hasta nuestros baldes.Mire que he podido comprobarlo: mi mamá vive en Caucasia con mi hija y cuando yo voy a visitarlas no tengo esta picazón. Mi niña, Valeria, vive allá porque no me la puedo tener aquí después de las bombas que le salieron en la piel cuando me regresé con ella.
Ella tenía dos años y un día fuimos a coger mangos a unas parcelas cerca del cultivo. Al volver, ella llegó con las piernas hinchadas y con fiebre, entonces me la llevé a Cerro Matoso y me dijeron que lo que tenía era un absceso. Que le colocara agüita tibia con bicarbonato, pero nada.Se le hicieron tres bolsas que le caían de la piel, así como cuando uno se quema que la piel se infla. Hasta materia tenía dentro de eso. La remitieron hasta Montería y le hicieron tres cirugías en la piernita. Ella vive allá porque los doctores me dijeron que Valeria no podía estar acá por el ambiente, y yo tuve que quedarme por mi trabajo y mi casa, ¿a dónde más voy a ir?
El otro hijo sí nació aquí y por eso se adaptó a la contaminación, pero no solo los míos son enfermos. Yo soy la docente de la Institución Educativa San Luis Unión Matoso y los más de 200 niños que tenemos son así. Todos sufren de problemas respiratorios, apenas corre brisa se agripan.
Nosotros les hemos pedido a las autoridades que hagan algo, ¿qué es lo que están esperando? La multinacional nos dio unas casas, sí, pero esa no es la solución ni para la comunidad, ni para la tierra. Con las plantas pasa igual, las veraneras crecen y de repente se marchitan.
Pero antes no era así, yo me acuerdo que la vía a Flechas era ahí donde está la mina. Una montañita de árboles con unos lloraderos cristalinos donde podíamos tomar el agua y nunca nos ocurrió esto. Mire lo que es hoy. Cualquier día se nos viene encima.