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La Laguna de la Cocha, uno de los principales atractivos turísticos de Nariño y un ecosistema vital para las comunidades campesinas asentadas a su alrededor, está comenzando a sufrir los efectos de la actividad piscícola que se desarrolla en sus aguas.
Elizabeth Burbano Gallardo, candidata a magíster en Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) Sede Palmira, dedicó su tesis a estudiar los impactos ambientales de la cría de trucha. De acuerdo a sus mediciones, los valores promedio de contenido de amonio, nitrito y nitrato reportados en una zona de producción intensiva de trucha arcoíris fueron casi 50 % más altos que los hallados en un punto donde no se realiza actividad piscícola. A su vez, el contenido de fósforo total fue tres veces más alto en la zona de producción intensiva que en el punto sin jaulas flotantes.
“Los amonios, nitritos y nitratos están presentes en el excremento de los peces y son un indicador de contaminación. El fósforo total y el nitrógeno, por su parte, son desechos provenientes de los concentrados. En estos indicadores se encontraron diferencias significativas según la intensidad de la producción de cada zona y requieren de control y medidas preventivas”, afirmó la investigador a través de un comunicado de la U. Nacional.
En la Laguna de la Cocha, la segunda más grande del país, cada año se producen 2.500 toneladas de trucha arcoíris, mediante sistemas de producción en jaulas flotantes en los que operan alrededor de 90 productores o empresas de diferente envergadura.
Según el reporte, otros indicadores que mostraron diferencias según la intensidad de la producción fueron las demandas biológica y química de oxígeno, es decir la cantidad que se requiere para degradar un compuesto.
“Aunque las diferencias entre la zona del pequeño productor y el punto sin intervención productiva no llegan a ser significativas, sí existe alguna incidencia. Esto refuta la creencia de que solo las grandes empresas piscícolas son las que aportan contaminación y las que deben tomar medidas de control”, advierte la investigadora.
En su opinión, aunque la actividad psícola aumenta los riesgos sobre el ecosistema se pueden implementar diversas medidas de control para minimizarlos.