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¿Y los restos de Gaitán?

"A mí no me matan porque ninguna mano del pueblo se levanta contra mí. Y la oligarquía no me mata porque sabe que el país se vuelca y las aguas se demorarán 50 años en regresar a su nivel normal": Jorge Eliécer Gaitán

Marcela Osorio Granados
31 de octubre de 2010 - 09:00 p. m.

¡Mataron a Gaitán!, ¡mataron a Gaitán! Los gritos se escuchaban por todas las calles de Bogotá. Quienes presenciaron el crimen se encargaron de hacer correr la voz y pocos minutos después de que cayera inmolado el caudillo popular, la ciudad se había convertido en el escenario de una insurrección urbana sin precedentes.

A las 2 de la tarde, luego de que los médicos hicieran hasta lo imposible para contrarrestar el efecto de las tres balas que impactaron sus pulmones y cráneo, se dio a conocer al país oficialmente la trágica noticia: Jorge Eliécer Gaitán había muerto.

El asesino, Juan Roa Sierra, no pudo escapar de la furia del pueblo que, cegado por la sed de venganza, arrastró su cuerpo por la carrera séptima hacia el sur, hasta llegar al Palacio de La Carrera, en donde la muchedumbre intentó crucificarlo, utilizando las rejas de la puerta principal del Palacio.

El caos que se desató en la capital pronto se replicó en muchos departamentos, en donde las pugnas partidistas sirvieron como excusa para iniciar una ola de violencia que terminó consumiendo el país. Las disputas entre los seguidores del Partido Liberal, que clamaban venganza por la muerte de su caudillo, y los del conservador, que defendían la inocencia del gobierno del entonces presidente Mariano Ospina Pérez, dejaron cientos de muertos en aquel fatídico día. La violencia se prolongó por muchos años y sólo entre 1948 y 1953 las confrontaciones dejaron un trágico saldo de 144.548 muertos. Se cumplía así la profecía de Gaitán, pues aún hoy, después de más de 60 años, las aguas no han vuelto a su normalidad.

Los autores intelectuales y los motivos detrás del magnicidio nunca se conocieron. Las ideas populistas del gaitanismo tuvieron gran acogida entre las clases sociales bajas de la Colombia de entonces, pero también tenían muchos detractores en los sectores políticos, no sólo del conservatismo sino también del liberalismo, al que pertenecía.

Los hechos que siguieron a su muerte son conocidos por casi todos los colombianos, pero pocos saben cuál fue la suerte de los despojos mortales del caudillo popular. Muchos creen erróneamente que se encuentra sepultado en el Cementerio Central, junto a los otros grandes políticos y personalidades que han formado parte de la historia colombiana. Algunas versiones aseguran que fue enterrado dignamente, sin honores pero con todas las medidas posibles. Sin embargo, otra historia cuenta su familia, para la cual aquel 9 de abril de 1948, luego de haberse oficializado su deceso, comenzó la batalla para poder darle sepultura.

En ese entonces su hija, Gloria Gaitán, tenía sólo 10 años. Hoy, a los 72, recuerda con tristeza que su madre, doña Amparo Jaramillo, tuvo que sacar el cadáver a escondidas de la clínica que se encontraba rodeada de soldados. Ayudada por Pedro Eliseo Cruz, un eminente médico bogotano y senador gaitanista por Cundinamarca, subió el cuerpo a un carro tirado por caballos que pasaba por la zona recogiendo basura.

La viuda de Gaitán, ya con el cadáver en su casa, se negó a autorizar un entierro mientras Mariano Ospina Pérez siguiera en el poder. Aseguraba que el asesinato de su marido había sido parte de un complot ideado por las altas esferas del conservatismo colombiano y con la complicidad de jefes liberales.

Según cuenta el historiador Herbert Braun, los líderes políticos lograron llegar a un acuerdo con doña Amparo Jaramillo y decidieron enterrar el cuerpo del caudillo en la sala de la casa donde vivía. Aunque en un principio se había contemplado la idea de guardar sus restos junto a la estatua del Libertador ubicada en la Plaza de Bolívar, la posibilidad se desechó al caer en la cuenta de que por ser un sitio público se corría el riesgo de que los gaitanistas convocarán a manifestaciones en ese lugar. La solución más práctica fue entonces enterrarlo en su misma casa, muy pequeña como para albergar a la muchedumbre y lo suficientemente alejada del centro de la capital.

Sin embargo, su hija Gloria recuerda que la decisión de enterrar a su padre en la sala de la casa no fue consensuada. En su memoria guarda los recuerdos de una historia distinta y mucho más dolorosa.

Cuenta que debido a la empecinada idea de su madre de no dejar enterrar al caudillo hasta que Ospina Pérez dejara el cargo de presidente, Darío Echandía -recién nombrado ministro de Gobierno- le sugirió al primer mandatario que aprovechando el recién decretado estado de sitio, expidiera un decreto en el que ordenara enterrar al líder popular en el mismo lugar donde lo estaban velando. Fue así como dio a luz el Decreto de honores N° 1265, expedido el 17 de abril de 1948, dedicado a la memoria de Jorge Eliécer Gaitán.

"El Ejército allanó la casa a medianoche y, a la fuerza, nos hicieron subir a mi mamá y a mí al segundo piso, mientras unos obreros rompían aceleradamente el piso con un ruido infernal de picas y palas que aún resuenan en mi memoria. Es así como mi papá fue enterrado a la carrera, en una tumba improvisada y sin la presencia de su familia. Desde entonces el silencio y el simulacro han cubierto con un manto de impunidad ese hecho infame, que viola los más elementales principios del respeto a los sentimientos humanos", relata Gloria Gaitán.

En la fosa se enterraron tres ataudes: uno con el cadáver, otro de madera y uno más con plomo.

Pasaron muchos años antes de que doña Gloria pudiera lograr el traslado de los restos de su padre a otro lugar, pues a través del Decreto 1265 se había consagrado la casa de Gaitán como monumento nacional, declarándose de utilidad pública los bienes necesarios para tal fin. Posteriormente, el 18 de noviembre del mismo año, se ordenó la expropiación de la casa del caudillo en cumplimiento al Decreto 3846 y se entregó su vigilancia y la del mausoleo al Gobierno Nacional.

Sólo hasta el 9 de abril de 1988, Gloria Gaitán pudo sacar de la sala de la casa los restos de su padre. "He dado testimonio de que mi papá está sembrado y no enterrado -porque es semilla y no cadáver- en el llamado Patio de la Tierra que forma parte de El Exploratorio Nacional porque yo misma le pedí al presidente Virgilio Barco que sacáramos los restos de mi padre del lugar donde violentamente lo había enterrado Ospina Pérez y los sembráramos en el Patio de la Tierra". El féretro fue cargado, entre otros, por el presidente Barco y doña Gloria.

Pero su pelea no paró allí, pues asegura que desde hace ocho años ella y sus hijas tienen prohibido ingresar al Patio de la Tierra para rendir ofrendas a la memoria de su padre. Por eso, en 2008, dirigió un derecho de petición reclamando la entrega de los restos del doctor Gaitán. Su recurso no tuvo éxito. En un oficio fechado el 14 de abril de ese año, la Universidad Nacional, encargada de la Casa Museo, le respondió que "no le consta la existencia de los restos mortales a los que usted alude en su petición".

El agravante de la situación es que allí mismo se encuentran enterrados los restos de su abuela paterna y su madre, y aunque ha acudido a varios recursos legales, no ha podido acceder a ellos. "Cuando quise que me hicieran entrega de los restos de mi padre, su esposa y su madre, me negaron el ingreso al lugar, a la Casa-Museo y al Patio de la Tierra, tal como lo filmó el noticiero de televisión Noticias Uno".

Para Gloria Gaitán todo es parte de una estrategia para desprestigiar a su familia y dejar en el olvido el recuerdo de su padre. "Desde que Álvaro Uribe tomó posesión de la Presidencia de la República, liquidó el Instituto Gaitán y se dedicó a difamar de la familia, repitiendo exactamente lo que se señaló en la condena a muerte de José Antonio Galán que dice que será ‘declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al Real Fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta manera se dé al olvido su infame nombre' ".

Cuenta que de hecho el Gobierno de Uribe la demandó por haber convertido en panteón familiar un espacio público. "Le contesté al Procurador con una nota que titulé Sí, soy culpable y se me absolvió".

Lo cierto es que su lucha sigue en pie. Doña Gloria quiere recuperar a sus seres queridos e incluso ha contemplado la idea de llevar los despojos mortales de su padre a Venezuela, para enterrarlos en el panteón del libertador Simón Bolívar.

Por el momento sólo desea que la memoria de su padre no se pierda en el tiempo, que su legado esté vigente en el imaginario del país y que la Casa Museo y sus alrededores puedan ser "un monumento al ideario de mi padre, construido en el pórtico de su última morada y cuyo objetivo es ser un complejo cultural para forjar una cultura participativa que sustituya la cultura delegataria hoy vigente".

Por Marcela Osorio Granados

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