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A mediados de 1947, en la transición del suplemento Fin de Semana al Magazín Dominical que orientó Guillermo Cano, surgió un debate intelectual alrededor de la inexistencia de nuevos talentos en la literatura colombiana. Por eso, Eduardo Zalamea formuló una invitación pública a jóvenes escritores para que enviaran sus trabajos. El 13 de septiembre de 1947, con el comentario “Los lectores del suplemento dominical se habrán dado cuenta de la aparición de un nuevo escritor”, Zalamea le dio la alternativa a un talento. (Lea: El Dominical, un lazo espiritual en 1948)
Se trataba de un cuento titulado “La tercera resignación”, firmado por un estudiante universitario que por esos días estaba interesado en hacerse abogado, pero con la convicción de que su escritura era más promisoria. Era Gabriel García Márquez que en el café El Molino, ubicado en el cruce estratégico de la Avenida Jiménez con carrera séptima, vio publicado su primer texto. En adelante, varios cuentos del escritor en formación fueron incluidos en las páginas de El Espectador. (Lea: El día que Guillermo Cano asumió como Secretario de dirección y redacción)
García Márquez, entonces inquilino en una pensión ubicada en la calle Florián, en el centro de Bogotá y estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, siguió enviando escritos a El Espectador. El segundo de ellos se publicó el 17 de enero de 1948 bajo el título Tubal-Caín forja una estrella. El texto fue ilustrado por el artista cartagenero Enrique Grau, quien llegó a ser uno de los principales pintores colombianos. Tras los sucesos del 9 de abril de 1948, García Márquez dejó Bogotá y se radicó en Cartagena.
Por Redacción El Espectador
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