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Cifras de la discriminación racial

Urge un debate a fondo sobre cuántos afrocolombianos hay realmente, porque ni el Censo de 2005 despejó dudas.

César Rodríguez Garavito* / Especial para El Espectador
05 de febrero de 2011 - 10:00 p. m.
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¿Cuántos colombianos son afrodescendientes? ¿Qué porcentaje de jueces, maestros, concejales, celadores, gerentes, secretarias o policías son afrocolombianos? ¿Cuántas personas negras están en la cárcel?

No existe respuesta cierta a ninguna de estas preguntas elementales. La razón es sencilla: ni el Estado ni el sector privado tienen datos confiables sobre los afrocolombianos. Las encuestas esquivan esas preguntas, o arrojan cifras tan diversas, que hay para todos los gustos. Y las entidades públicas y las empresas siguen el ejemplo. “No tenemos esos datos” o “aquí no distinguimos por color de piel” fueron las respuestas casi invariables a las 174 peticiones de información que enviamos desde el Observatorio de Discriminación Racial a entidades de todo el país.

Así que cualquier esfuerzo por discutir seriamente la situación de los afrocolombianos y la discriminación racial debe comenzar por los interrogantes sobre los datos. ¿Por qué la población negra, tan notoria en el imaginario popular, es invisible en las cifras? ¿Quién cuenta como afrocolombiano? ¿Qué dicen los datos existentes? ¿Para qué sirve hacer estas cuentas?

El mito de la igualdad racial

El vacío de información no es simple olvido o negligencia. Más bien, es resultado de la arraigada creencia de que en Colombia no hay distinciones raciales. Según esta opinión generalizada, aquí todos nos mezclamos con todos en una amalgama feliz, en un país sin racismo ni discriminación.

El problema es que las escasas cifras disponibles, los casos judiciales y los testimonios de personas y comunidades negras alrededor de Colombia muestran una realidad muy distinta. Como se verá en los siguientes informes del ODR y El Espectador, los afrocolombianos son la población más golpeada por el desplazamiento forzado. Pasan más hambre y son más pobres que los mestizos. Sus niños mueren a una tasa más alta y sus viejos son menos viejos porque la esperanza de vida afro es menor que la mestiza.

Ante esta realidad, es claro que la negación de las diferencias raciales es parte de un poderoso mito de la identidad colombiana. Como lo muestra el historiador cartagenero Alfonso Múnera en su libro Fronteras imaginadas, se trata del “viejo y exitoso mito de la nación mestiza, según el cual Colombia ha sido siempre, desde finales del siglo XVIII, un país de mestizos, cuya historia está exenta de conflictos y tensiones raciales”.

En el campo de las cifras, el mito genera un círculo vicioso. “No tenemos datos sobre la raza de nuestros empleados, porque eso violaría el derecho a la igualdad”, respondían algunas entidades a nuestros derechos de petición. Telepacífico negó la información con contundencia sociológica, sentenciando que “el nuestro es un país multiétnico y donde las etnias puras no existen”.

Ahí está el redondo círculo. Como el mito del multiculturalismo igualitario niega de plano las diferencias, no se recogen datos sobre ellas, lo que a la vez impide probar que sí existen. Curiosa lógica la de un país que rehúsa mirarse en el espejo.

Contra esta sinrazón, la reciente tendencia internacional es recoger datos étnico-raciales. A los países que ya lo hacían, como Brasil o Estados Unidos, se suman ahora muchos latinoamericanos, como Argentina, Ecuador y Panamá en sus censos de 2010.

¿Quién cuenta como afrodescendiente?

La superación del mito de la igualdad racial es apenas el comienzo. Porque contar a las personas por etnias y razas es una tarea espinosa y controvertida. Por ejemplo, ¿quién determina si alguien es afrodescendiente, blanco, mestizo, indígena?

Una opción es el autorreconocimiento, es decir, que la persona clasificada escoja su identidad racial al responder un cuestionario. Pero la raza y el racismo no dependen sólo de cómo se perciba uno mismo, sino de cómo lo vean los demás. De ahí que la otra opción es que el entrevistador clasifique al entrevistado. Las cifras varían según se utilice uno u otro método.

En la práctica, los censos recientes han adoptado el criterio del autorreconocimiento, como lo ha hecho el colombiano. Veamos qué dicen sus datos.

La incertidumbre de las cifras

Salvo en 1918, el censo nacional ignoró la variable étnico-racial. Tuvieron que pasar más de 70 años para que el DANE aceptara incluirla sistemáticamente, en el censo de 1993.

Sin embargo, el resultado fue la inverosímil cifra del 1,5% de la población colombiana reconocida como afro (ver gráfico). La explicación del yerro es simple: el censo indagaba si la persona pertenecía a “alguna etnia, grupo indígena o comunidad negra”. La pregunta resultaba confusa y tenía escaso sentido para los miles de personas que, a pesar de considerarse afrodescendientes por sus rasgos físicos, no se sienten parte de una cultura particular ni habitan en una comunidad étnica negra.

El vacío de las cifras oficiales ha sido remendado con números de todo tipo, que aumentaron la duda sobre el tema. Basados en métodos muy diversos, los datos sobre la proporción afro de la población nacional van desde un 1,2% (de la Encuesta Continua de Hogares de 2004, por identidad cultural), hasta un 26% (estimado por organizaciones del movimiento negro y respaldado por un informe de la ONU del mismo año). La diferencia entre estas cifras es nada menos que 10 millones de personas: una cuarta parte de la población nacional cuya identidad está en el limbo.

Por eso, todo el mundo esperaba que el censo de 2005 fuera la solución. El arranque fue promisorio, cuando el DANE les abrió la puerta a expertos y organizaciones de la sociedad civil y redactó una pregunta más amplia, que les permitía a los censados identificarse por rasgos físicos o por tradiciones culturales.

Pero el proceso se vino abajo por el cambio abrupto de director del DANE meses antes del operativo censal, y por el carnaval de improvisaciones del gobierno anterior, que dieron al traste con la confiabilidad del censo. Así que en este asunto, como en tantos otros, el censo fue una oportunidad que se perdió en medio de las fallas de los aparaticos electrónicos que les colapsaban a los entrevistadores en las manos, el inadecuado cubrimiento geográfico y la eterna demora en publicar los datos detallados.

La pregunta ampliada llevó a que el dato de la población afrocolombiana pasara del 1,5% de 1993 al 10,6% de 2005. Aunque persisten las dudas, la cifra oficial más reciente avanza en la dirección de las proyecciones más confiables (como la del 19%, de la Universidad del Valle) y confirmaría que Colombia tiene la segunda población negra más numerosa de América Latina, después de Brasil.

2015: cómo mirarse en el espejo

El censo y las demás cifras dejan más preguntas que respuestas. La incertidumbre sobre un tema tan fundamental sería grave en cualquier país que quiera resolver cuestiones básicas sobre su identidad colectiva y diseñar políticas públicas serias. Pero en un país donde las diferencias de color e identidad se cruzan con realidades como el desplazamiento y la violencia, la invisibilidad de los afrocolombianos es un problema aún más urgente.

La oportunidad para llenar el vacío está cerca, ahora que arranca el proceso de preparación del censo de 2015. Las lecciones del censo anterior y las experiencias mundiales están a la mano. Hay que comenzar por un diálogo abierto y participativo entre el DANE, la academia y las organizaciones afro, para garantizar que la pregunta de 2015 sea incluyente y bien aplicada. Por ejemplo, habría que pensar en incorporar la categoría de “moreno”, preferida por algunos afrocolombianos para identificarse.

Es preciso discutir si se abre la posibilidad de que las personas se identifiquen como miembros de varios grupos étnico-raciales. Así se hizo en Estados Unidos el año pasado, cuando Obama marcó en el formulario del censo la casilla de “afrodescendiente”, pero habría podido marcar también “blanco” para reconocer su ascendencia materna. Y habrá que dedicar suficiente tiempo y recursos para hacer una amplia campaña de difusión del censo entre la población afro.

Pronto veremos si, por fin, el gobierno y la sociedad colombianos están dispuestos a mirarse en el espejo.

 * Coordinador del Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, el Proceso de Comunidades Negras y Dejusticia (odracial.org). Espere en marzo: ‘El desplazamiento forzado de los afrocolombianos’.

2011: año de los afrodescendientes

La ONU declaró 2011 como el Año Internacional de las Personas Afrodescendientes. Según Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, el objetivo es “fortalecer el compromiso político para erradicar la discriminación contra los afrodescendientes”.

El Espectador y el Observatorio de Discriminación Racial (*) harán un cubrimiento especial a lo largo del año. Mediante artículos, entrevistas, crónicas, testimonios y otros formatos, se analizarán mensualmente temas como el desplazamiento forzado, el acceso a la educación, la historia de la esclavización, la realidad laboral de los afrocolombianos, la situación de los territorios colectivos de las comunidades negras y el aporte afro a la cultura nacional.

* El Observatorio de Discriminación Racial está conformado por Dejusticia, el Proceso de Comunidades Negras y el Programa de Justicia Global de la Universidad de los Andes.

Por César Rodríguez Garavito* / Especial para El Espectador

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