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Del triángulo rosa al Ciclo Rosa

Colombia necesita de estos espacios para la libertad, el pensamiento y la diversidad.

Julián David Correa R.*
28 de noviembre de 2014 - 02:14 a. m.
Una de las escenas del clásico rosa ‘Fresa y chocolate’.
Una de las escenas del clásico rosa ‘Fresa y chocolate’.
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Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis marcaban a las personas gays con un triángulo rosa. En los campos de concentración, entre las cenizas de los libros y judíos y gitanos quemados, también están las cenizas de personas que amaban de maneras diferentes.

En 1998, Folco Näther llegó a Colombia a dirigir el Goethe Institut y entre sus propuestas estaba una muestra de cine LGBTI, idea que se concretó tres años después, cuando a esta iniciativa nos sumamos Carmen Millán, del Instituto Pensar de la U. Javeriana, Paul Bardwell, que dirigía el Centro Colombo Americano de Medellín, y yo, que había asumido la dirección de la Cinemateca Distrital.

Quienes participamos en esa fundación sabíamos que la gestión cultural tiene sentido si expande los horizontes de los ciudadanos. ¿En cuál dirección? En todas. Las oportunidades de encontrar un universo diverso y estimulante, de múltiples valores; las oportunidades de descubrir que el mundo es más de lo que aprendimos en nuestros barrios y casas, en capillas y en clase; todas esas oportunidades de libertad surgen de las artes y la gestión cultural.

Tanto el gringo Paul como el alemán Folco cambiaron este país. En 2004, Folco Näther terminó su encargo en Colombia. Ese mismo año Paul Bardwell murió.

En 2001 se realizó en Bogotá y Medellín el primer Ciclo Rosa, una retrospectiva del cinematografista alemán Holger Mischwitzky, más conocido como Rosa von Praunheim (“Rosa” por el triángulo infame y “Praunheim” por el barrio en que vivía). La de Rosa no era la primera muestra de un director queer: desde los años ochenta, los ciclos de Fassbinder fueron frecuentes, y en los noventa, una retrospectiva del artista Derek Jarman fue una revelación. La diferencia entre el Ciclo Rosa y las muestras anteriores es que aquél se creó con intenciones políticas y estéticas, como un proceso en el que se sumaba el cine a la reflexión.

El balance del cine queer que hemos visto en más de 10 años de Ciclo Rosa es irregular: como pasa en cualquier arte, es pequeña la proporción de lo que trascenderá frente a todo lo que se produce. Junto con trabajos que se olvidarán pronto, el Ciclo Rosa también ha presentado grandes filmes: la retrospectiva completa de Rosa von Praunheim (1971-1999), Tarnation (Caouette, 2003), Tropical Malady (Weerasethakul, 2004), ¿A qué juega Barbie? (Ramírez y Corredor, 2004), la Trilogía Nefanda (Motta, 2013) o las clásicas Fresa y chocolate (Gutiérrez, 1993) y Nuestra película (Ospina, 1993).

En la actualidad, el Ciclo Rosa se proyecta en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, con más de 50 títulos anuales, e incluye una muestra internacional, una selección colombiana, una retrospectiva, un país invitado y un homenaje. Los homenajes rescatan la memoria de acciones culturales que demuestran que Colombia puede ser un país en donde se celebre la diversidad. Este año, el evento se inauguró con teatro, con “¡Ay días, Chiqui!”, porque no creemos en las fronteras del pensamiento ni de las artes.

El fortalecimiento del Ciclo Rosa a lo largo de los años demuestra que las ideas necesarias perduran. Necesitamos del Ciclo Rosa, no sólo por amor a un par de amigos ausentes, sino por la certeza de que Colombia es un país que, con dificultad, sólo en alguna ley, y sólo algún día por algunas horas, en algún barrio, ha logrado salir de su lógica feudal. Que es un país que necesita desesperadamente espacios para la libertad y para el pensamiento.

 

 

 

 

* Director de la Cinemateca Distrital.

Por Julián David Correa R.*

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