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Escobar: la chiva que nunca fue

Yolanda Ruiz, directora de noticias de RCN La Radio, publica una entrevista inédita con el narcotraficante más temido de la historia.

Yolanda Ruiz / Especial para El Espectador
28 de noviembre de 2013 - 10:33 p. m.

Esta historia esperó 25 años para ser contada. Fue una entrevista no buscada con Pablo Escobar, la chiva que pudo haber sido y no fue. Corría 1988. Plena efervescencia de la guerra de los carteles, desatada a raíz de la explosión, el 13 de enero, de una bomba del cartel de Cali contra el edifico Mónaco, residencia de la familia del capo. El año había comenzado con la libertad del maestro Rodrigo Arenas Betancur, secuestrado meses antes; el secuestro y la liberación de Andrés Pastrana, candidato a la Alcaldía de Bogotá, y el asesinato del procurador Carlos Mauro Hoyos.

Hablé con Escobar un día de agosto en una de sus fincas en La Dorada (Caldas). Era el capo de capos, responsable de centenares de muertes y de haber enviado toneladas de cocaína a Estados Unidos. Un hombre poderoso, tenía en jaque al país, pero era perseguido sin tregua. No podía dormir dos días en el mismo lugar. Llegué a él por casualidad, como ocurre cuando los periodistas estamos a la caza de noticias. Fue por medio de uno de sus abogados —asesinado meses después por los Pepes—, quien se había convertido en fuente sobre asuntos claves de narcotráfico.

En un viaje a Medellín para hacer una crónica radial sobre las bandas juveniles que sembraban el terror en las comunas, empecé a jalar la pita. En esas estaba cuando recibí una llamada del abogado: “Le tengo al propio —me dijo—. Esté pendiente en el hotel; yo la llamo”. En efecto, horas después sonó el teléfono. Era el abogado: “Le paso al hombre, el Patrón”. No esperaba que fuera Escobar. Sentí que el estómago se me helaba y un sabor amargo en la boca: el hombre más buscado y temido de Colombia estaba al otro lado de la línea.

No sabía qué preguntarle porque no había pensado que pudiera entrevistarlo. Por fortuna estaba de afán o sospechó que yo era primípara, y cortó la conversación con una propuesta: “Vamos a hacer esto: me manda por escrito lo que me va a preguntar y cuadramos”. Agregué un tímido “gracias” en medio de punzadas en el estómago. De nuevo la voz del abogado: “¿Se asustó?”, me preguntó con tono de risita burlona. Aunque le respondí con un “no” contundente, estaba en pánico.

Colgué el teléfono. Las manos, heladas, me temblaban. Respiré profundo para recuperar el aliento y la compostura. De regreso a Bogotá hablé con el director, le conté la historia que sonaba inverosímil, hicimos un listado de temas obvios y planteé que el director y yo hiciéramos la entrevista. No era tarea para una aprendiza. Le formulé la propuesta al abogado-contacto de Escobar y la respuesta del capo fue que me daba la entrevista sólo a mí. No había alternativa. Pasaron dos o tres semanas. Un día me llamaron y me indicaron el sitio y hora en que me contactarían en

Cumplí la cita. Debí esperar unas horas que me parecieron días. Sonó el teléfono; era la llamada esperada. Un taxi me recogería en el lugar indicado a la hora definida. Ahí estuve y empezó un recorrido cuyo destino desconocía. Había estado un par de veces en Medellín, era una extraña en la ciudad y todas las calles me parecían iguales. Luego de una hora de idas y venidas, de cruces a izquierda y a derecha, el abogado de Escobar, que iba conmigo y notó mi inquietud, dijo: “Es por seguridad, tranquila”.

De pronto, el carro se detuvo frente a una plazoleta. Alcancé a pensar que el capo tenía el descaro de pasearse por Medellín, pero era una parada estratégica. Minutos después llegó otro taxi. El conductor me sugirió mirar unas revistas que había en el asiento. Inútil tratar de concentrarme, asaltada como estaba por mil dudas. De pronto, la voz del abogado: “Usted fresca si hay un retén”. Entonces noté que el conductor acomodaba algo bajo un trapo rojo. Era un arma. La deslizó bajo el asiento y, ante mi sorpresa, el abogado intentó calmarme: “Fresca, fresca —me dijo—. Esto ya es territorio de Pablo”.

Por primera y única vez sentí miedo. Nadie —ni yo misma— sabía el sitio exacto de la entrevista y no eran tiempos de celulares. El carro avanzaba por una zona de clima caliente, el aire que entraba por la ventana no refrescaba. Mis ojos no querían mirar hacia afuera. Hasta que llegamos a una fonda. Nos bajamos del taxi y el conductor dio media vuelta y se fue por donde había venido. De nuevo, el abogado intentaba tranquilizarme. “Son medidas de precaución —repetía—. Aquí empieza el anillo de seguridad. Hasta el lugar de llegada es de Pablo. Debe garantizar que no nos siguen”.

Veinte o treinta minutos de espera y por fin nos recogieron. Era un lugar agradable, una casa cómoda, pero sin ostentación. Sala abierta hacia el paisaje, muebles forrados con telas de grandes flores, una piscina pequeña. Un café, varios minutos más de espera y, entonces, ruido de motores: dos camperos. De nuevo el vuelco en el estómago, el corazón a mil, el sabor del miedo en la boca y ganas de salir corriendo. Escobar entró solo. Su escolta —entre ocho y diez muchachos armados hasta los dientes— se quedó afuera haciendo guardia.

Escobar llevaba una camisa estampada de tonos amarillos, bermudas y sandalias. Me tendió la mano, le tendí la mía. La suya estaba helada pese a la temperatura de más de 30 grados. ¿Estaba nervioso? Al parecer sí —eso me dio confianza—. Poco después lo confirmé por la manera como jugaba con un esfero desechable que tenía en la mano. Nada en él reflejaba el horror de sus crímenes; tampoco el halo salvador que pintaban otros. Nada en él delataba su historia.

Se veía como un hombre de mediana edad como cualquiera. Barrigón, pelo ondulado, estatura media. Ni una cicatriz delatora. Era la imagen de un hombre común y corriente. De su apariencia sólo me llamó la atención un detalle que no estaba en los letreros de “Se busca”: estaba sin bigote. Conversamos un rato lo de rigor, lo de trámite. El viaje, el café, el calor... Y yo quise llevar rápido la charla a lo que vinimos, porque me daba temor que avanzara la tarde y cayera la noche.

De alguna manera absurda me sentía más segura a la luz del día. Estaba desconectada del mundo en un lugar que ni puedo nombrar en un mapa. La verdad, no podía estar más vulnerable: en una finca desconocida, nadie sabía exactamente dónde, con varios sicarios cuidando las entradas del lugar. Tenía en frente al asesino más temido del momento y en mi mano sólo una grabadora y una dosis mínima de coraje porque soñaba con lograr la noticia. De regreso a Bogotá, ni me imaginé que mi primicia esperaría tantos años.

Ante el anuncio que se hizo temprano en la emisora promocionando la exclusiva, hubo una llamada que nunca supe de dónde vino, pero la decisión entonces fue archivarla antes de su publicación. Hasta el 19 de junio de 1991, tres años después, cuando Escobar se entregó y comenzó todo el capítulo vergonzoso de La Catedral, unos apartes de esta entrevista se publicaron en RCN Radio, en donde yo estaba trabajando por entonces.

Fue algo breve y la grabación pasó de nuevo a mi cajón de recuerdos. La entrevista completa esperó 25 años. De los tres que vivimos esta historia, Pablo Escobar Gaviria, el abogado y yo, dos están muertos. Nadie puede corroborar los detalles tras escena de lo que ahora escribo. Son mis recuerdos contra nada. Una grabación quedó como testimonio del encuentro. Lo demás es lo que decidió guardar la memoria.

La entrevista

¿Por qué después de muchos meses de guardar silencio decide hablar?

Yo siempre había decidido guardar silencio, porque considero que si me pongo a explicar todo de lo que se me acusa y se dice de mí, sinceramente no tendría tiempo para dar todas las explicaciones.

Usted les concedió una entrevista a unos periodistas franceses. ¿Cómo fue eso?

Fue por casualidad. Respondí, más que todo por cortesía, cuatro o cinco preguntas.

Empecemos por uno de los temas más recientes, el problema de las masacres. ¿Qué tiene usted para decir?

Eso es lo único que me hace enfrentarme a los micrófonos para manifestarle al pueblo de Colombia que soy ajeno a todas esas acusaciones. En el departamento de Antioquia saben que no tengo intereses de ninguna naturaleza en las regiones donde han sucedido esas masacres, o sea, no tengo intereses en Urabá ni en Córdoba. Tampoco tengo intereses económicos en Puerto Boyacá. Soy ajeno a esa situación, soy inocente de esas acusaciones y repudio todo lo que se trate de masacres y asesinatos colectivos.

Pero ¿de dónde vienen ese tipo de sindicaciones?

Hay personas interesadas en hacerme daño y enfrentarme con la izquierda.

¿Y cuál es la realidad?

Soy una persona respetuosa de las ideas ajenas. Si yo veo que la gente de izquierda o de derecha tiene ideas que le convienen al país, no tengo ningún problema en apoyarlas y respaldarlas.

Ya que tocamos el tema de la guerrilla, alguien propuso que ustedes también pedían entrar en diálogo porque son parte del conflicto social y político. ¿Cuál es la posición que tiene en este momento frente a una negociación, porque la última vez que se habló de diálogo fue en la reunión de Panamá con el expresidente López y el procurador?

Siempre hemos estado dispuestos a dialogar. Históricamente lo hemos demostrado desde el año de 1984, cuando se le propuso al Gobierno un diálogo que habría evitado mucho derramamiento de sangre.

¿Diálogo en qué condiciones?

El diálogo no puede tener condiciones, debe ser amplio e ilimitado.

¿Qué proponen ustedes?

Nosotros nunca hemos ofrecido dinero. Nuestro problema es de dignidad. A nuestras familias las han atropellado, ha habido represión, allanamientos y saqueos a nuestros hogares.

Pero la actividad que ustedes hacen es ilícita.

No sé por qué dice usted actividades ilícitas. A veces se me acusa de narcotráfico. Es una actividad que por el momento se ha declarado ilegal, pero en el futuro se va a demostrar que tiende hacia la legalización.

¿Están de acuerdo con la posibilidad de legalizar el consumo y el tráfico de narcóticos?

El problema de la legalización o el de la represión en la lucha contra el narcotráfico no es tan importante. Es mucho más importante el de la educación y de la disciplina. Todo lo que se hace en exceso es perjudicial para la salud; inclusive el mismo ejercicio físico puede ser dañino.

¿Me da la impresión de que le preocupa el consumo de drogas?

Claro. Cuando el consumo se hace en exceso y se hace sin ningún tipo de educación. Las drogas necesitan una clasificación, porque no produce los mismos efectos en una persona el whisky que la cerveza o el vino. Lo mismo sucede con las drogas. El problema es de educación.

Y el tratado de extradición... ¿cuál es su posición en este momento?

La misma que tiene la gran mayoría del pueblo colombiano, es decir, en contra del tratado de extradición. Eso se ha demostrado en las encuestas amañadas de televisión. El pueblo está contra la extradición y mucho más después de haber visto la forma como se trata a nuestros compatriotas colombianos detenidos en las cárceles de los Estados Unidos y la forma como se violan sus derechos humanos y procesales.

Pero muchas personas aseguran que ustedes están en contra del tratado porque en Estados Unidos la ley y la justicia son más estrictas.

La justicia de Estados Unidos es más estricta, pero cuando se trata de sindicados y de procesados colombianos. Cuando se trata de norteamericanos, el trato no ha sido el mismo. Yo he luchado contra la extradición desde tiempos atrás. Muchísimo antes de ser extraditable. Y seguiré luchando contra eso durante toda mi vida.

¿Y la filtración de dineros calientes en todas las actividades económicas y políticas del país?

Está claro. Los dineros calientes están en todos los sectores económicos. Cuando el Estado y el mismo Gobierno reciben los impuestos que pagan los comerciantes de drogas prohibidas, entonces están aceptando los que la prensa llama los famosos dineros calientes.

Pero se supone que eso no es oficial.

Todas estas personas que están sindicadas de pertenecer al narcotráfico son realmente las únicas que están invirtiendo en el país, es decir, las únicas personas que están dando trabajo al pueblo de Colombia. Los demás sectores de la economía están sacando su dinero a cuentas en el extranjero.

Entonces, ¿es cierto que hay sectores de la economía en donde hay inversión de este tipo de dineros?

Creo que es demasiado lógico.

Por Yolanda Ruiz / Especial para El Espectador

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