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Según la tradición wayuu, las mujeres de la etnia aprendieron a tejer caminos y crear dibujos a través de Wale’kerü, una araña que desprendía el hilo preparado para hacer fajas y chinchorros. Wale’kerü representa la forma en la que la mujer configura el tejido social en su territorio.
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“La mujer wayuu no es el mal llamado sexo débil. Por pensamiento ancestral, desde jóvenes debemos revestirnos de la fuerza milenaria heredada de nuestras abuelas, tías y madres para preservar nuestro ei’rukuu (linaje)”, asegura Ana Iguarán, autoridad tradicional del territorio Ipapüle. Pero si bien en la comunidad permanecen estos relatos que enaltecen a la mujer wayuu, sobre la mesa quedan varios interrogantes acerca de la garantía de los derechos de las niñas, adolescentes y mujeres indígenas.
De hecho, el debate sobre este tema se encendió recientemente tras unas declaraciones hechas por el humorista Fabio Zuleta en el programa Buenas tardes con Fabio, de la emisora 1050 AM en Valledupar, el 24 de mayo. “Toda la vida se ha dicho que en la Alta Guajira venden a las chinitas. ¿Todavía venden las chinitas? (...) ¿Y cuánto cuesta una chinita de 20, 22 años así pa mí?”, preguntó Zuleta a Roberto Barroso, palabrero indígena que participó en la entrevista.
Palabras que tienen mayor impacto en un contexto nacional que da cuenta de 190 agresiones contra las mujeres indígenas entre noviembre de 2016 y mayo de 2020, según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). A esto se suman los casos de presunto delito sexual en el pueblo indígena wayuu.
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Ana Iguarán insiste en que hay una percepción errada, y que no se trata de vender mujeres: “Para nosotros es Paünaa, es matrimonio ancestral wayuu. Es la tradición de sellar alianzas entre familias, procurando garantizar largos ciclos de paz entre los wayuus. Los animales y las joyas de la alianza, suministrados por los mayores de la familia, velarán para que a esta nueva alianza no les falte nada. No es compra y venta, no es trata de mujeres”,
Agregó que pese a que la mujer es la “incansable guardiana de su grupo familiar”, no hay que dejar de lado que aún queda mucho por hacer en materia de derechos humanos. “A la mujer wayuu le han negado el acceso a la salud, la educación y el bienestar integral, especialmente la seguridad alimentaria para sus hijos”.
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En La Guajira la comunidad wayuu asciende a casi 400 mil personas, ubicadas en 10 municipios y de las cuales el 65,2 % vive con necesidades básicas insatisfechas, según datos de Unicef de diciembre de 2019.
“Nos llaman ‘chinitas’ y ‘marías’, que son términos machistas que reflejan las formas de violencia en contra de la mujer”, dijo Olimpia Palmar, wayuu Ipuana del territorio de Jalala y miembro de la red de comunicación wayuu. Agregó que en el Paünaa no solo es el hombre el que entrega. “La mujer cuando sale de su casa también se va con sus chivos y con sus mejores chinchorros que su familia ha preparado para ella. Es un sistema de alianzas recíprocas”.
Feminismo y participación política
Si bien hay posturas que defienden las tradiciones indígenas, en La Guajira se han configurado nuevos movimientos sociales que pretenden resignificar el papel de la mujer. “Las culturas no son estáticas y tienden a avanzar. Sin embargo, hay hombres en mi comunidad que dicen que el feminismo no debería existir, porque es un pensamiento occidental”, dice Jazmín Romero Epiayú, miembro del Movimiento Feminista de Niñas y Mujeres Wayuu. Agrega que tradiciones, como la dote, justifican la violencia y el matrimonio infantil dentro de la comunidad, por lo que el concepto de matrilinealidad no garantiza que los derechos de las niñas y mujeres indígenas sean respetados.
“Sí, se hereda la sangre a través de la línea materna, pero hasta ahí llega. La sociedad wayuu es machista. Dicen que la dote es un motor para preservar la cultura milenaria, pero cómo seguir disfrazando el matrimonio infantil. ¿Dónde queda la justicia ordinaria, las leyes y los convenios internacionales para la protección de niñas, adolescentes y mujeres?”, apunta Romero.
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En América Latina y el Caribe, una de cada cuatro niñas se casa o entra en unión temprana, según cifras de Unicef en 2018, entidad que además advirtió que las uniones tempranas guardan una estrecha relación con otras vulneraciones como violencia, pobreza, abandono escolar y embarazo adolescente. En Colombia, el debate sobre el tema aún no se resuelve y precisamente este 19 de junio la Comisión Primera del Senado archivó un proyecto de ley que pretendía prohibir el matrimonio entre menores de edad. Esto debido a que la iniciativa podría ir en contra del derecho al libre desarrollo de la personalidad.
“Por encima de la cultura está el principio de no violentar los derechos de las personas. Conocemos casos de niñas que huyeron de sus casas porque iban a ser casadas. También de niñas que fueron violadas y tuvieron hijos. No podemos ocultar esta realidad en nombre de la cultura”, dijo Karmen Ramírez Boscán, fundadora de la Fuerza de Mujeres Wayuus.
Si bien la concepción sobre el rol de la mujer wayuu tiene diferentes aristas, lo indiscutible es que hay fenómenos de violencia basados en género, no solo en las comunidades indígenas. Por eso, para mujeres como Karmen, es desde el interior de la comunidad que hay que desconfigurar la violencia para poder eliminar este tipo de prácticas desde la raíz. “En la sociedad mayoritaria ven a una mujer con una manta y piensan que somos princesas. En el pueblo wayuu no hay princesas, nosotros no tenemos reinados. Son imaginarios destructivos para la cultura, por eso insisto en que hay que hacer una reflexión interna. No se trata de que agencias de Naciones Unidas o de la Comisión Interamericana vengan a imponer una agenda. Es una cuestión que tenemos que llevar a cabo desde la comunidad”.