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El Davis fue una hacienda ganadera en la hoya del río Cambrín, sobre el lomo de la cordillera Central, en el sur del Tolima, donde los Loaiza crearon un comando guerrillero. Con la llegada de las columnas de marcha que venían de Coyaima, Irco, Chaparral, y de cientos de familias sueltas, el movimiento llegó a ser un pueblo de más de 2.000 habitantes. “Era —escribió Manuel Marulanda en Cuadernos de Campaña— un inmenso refugio humano en el corazón de la zona de operaciones, cuya vida transcurría en condiciones de organización exiliada en una región liberal”.
En esa época de asedio de los chulavitas, y un poco más tarde del Ejército, los bienes eran colectivos —“hasta la ropa era compartida entre familias”— y la comida muy escasa. Los adultos conformaban partidas para salir de la zona a buscar comida o a realizar operativos militares. Las mujeres se encargaban de coser y lavar la ropa y de la “rancha” o preparación de alimentos; los viejos cultivaban maíz, fríjol, yuca, plátano y caña panelera, y los niños ayudaban en diversas labores, incluida la preparación militar en un comando llamado Batallón Sucre. Un guerrillero recuerda: “Nadie podía estarse quieto o haciendo pereza. Todos y todas teníamos que estar haciendo algo, aportando para la subsistencia”. Había hospital, campo de paradas, fábrica de cotizas de fique, almacén general o comisariato, comedores generales, armería, escuela, guardería para niños, juez, y se llegó a construir refugios antiaéreos.
Las comisiones que salían a combatir solían ser mixtas, compuestas por unidades de los Loaiza o limpios o liberales, y de los comunes, es decir, comunistas, y para coordinar las operaciones fue creado el Estado Mayor Unificado, compuesto por ambas fuerzas. Con el pasar de los días, las acciones conjuntas dieron lugar a una diferencia profunda: las armas ganadas en los combates —alegaban los comunistas— no eran propiedad privada de los comandantes sino propiedad colectiva del movimiento. En realidad, la organización de los limpios era una especie de gamonalismo armado contra los conservadores y la policía chulavita. Los comunistas, orientados por el Partido, tenían un programa social que reivindicaba los derechos a las tierras baldías y las garantías políticas a la oposición. Hacia finales de 1951 El Davis se dividió en dos sectores: El Davis propiamente dicho, mandado por Isauro Yosa, Mayor Lister, y Luis Alfonso Castañeda, alias Richard, llamados “Comunes”, y el sector de La Ocasión de los liberales, o “Limpios”, donde vivían don Gerardo y sus leales.
El rompimiento definitivo se produjo cuando los comunistas adoptaron el programa aprobado por la llamada Conferencia del Movimiento Popular de Liberación Nacional, conocida como Conferencia Boyacá, reunida el 15 de agosto de 1952, a la que asistieron delegados de las guerrillas del Llano, de Santander, de Antioquia y de Sumapaz. La Conferencia —cuyo verdadero lugar de encuentro fue Viotá, Cundinamarca— se proponía la construcción de un gobierno popular que restableciera libertades democráticas, decretara una reforma agraria —“que pusiera en práctica el principio de la tierra es para quien la trabaja”—, devolviera la integridad de las comunidades indígenas, nacionalizara las minas, separara la Iglesia del Estado, creara un ejército nacional y democrático y adoptara una política internacional independiente.
Los liberales no asistieron a la reunión y el conflicto entre ambas tendencias quedó planteado. Los combates entre liberales y comunistas fueron frecuentes y muy fuertes porque “se llevó a cabo —escribió Marulanda— entre hombres de ley que prefieren morir antes que huir”. En un ataque liberal al comando de El Davis perdieron la vida dos hijos de don Gerardo Loaiza y uno de los García. Charro Negro, Ciro Trujillo y Marulanda se solidarizaron con la causa comunista.
La Conferencia Boyacá se desarrolló mientras El Davis era cercado por las tropas del gobierno y, quizá por esta razón, como una estrategia para reducir la presión sobre su centro, las guerrillas intentaron tomarse la base aérea de Apiay, que por lo demás fue un descalabro, y provocaron combates en zonas periféricas como Calarma, Las Hermosas, Gaitania y Santiago Pérez. Hay que recordar que por aquellos días las guerrillas de Guadalupe en el Llano emboscaron un contingente del Ejército en Puerto Gaitán, Meta, y le causaron 98 bajas. Ramsay, un investigador norteamericano, calcula que en 1951 las guerrillas del Llano tendrían unos 3.000 hombres; las del sur del Tolima, 6.000, y las de Cundinamarca y Antioquia, 12.000. Es decir, unas 36 unidades orgánicas en conjunto, sin unidad de mando. Por su parte, el Ejército tenía 15.000 soldados, y la Policía, 25.000. La situación era muy peligrosa para un gobierno debilitado en lo político.
En el sur, la respuesta del gobierno conservador fue la represión brutal con las FF. MM. o con las bandas de chulavitas y pájaros. Se masacró el pueblo de Belalcázar, Cauca; se bombardeó El Líbano; los diarios El Espectador y El Tiempo y las casas de López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo fueron incendiados. Según el libro La Violencia en Colombia, había en el país focos de resistencia armada contra el gobierno que tendían a conformar un movimiento guerrillero unificado del que la Dirección Liberal Nacional fue un apoyo vergonzante y calculador y el Comité Central del Partido Comunista un orientador clandestino. No cabe duda de que esta amenaza fue un factor definitivo del golpe de Estado contra Laureano Gómez encabezado por Rojas Pinilla —13 de junio de 1953— e impulsado por el liberalismo y por una mayoría conservadora.
Rojas Pinilla inauguró su gobierno bajo el lema “No más sangre, no más depredación; paz, justicia y libertad para todos”. A los pocos días decretó una amnistía y un indulto general, tanto para guerrilleros como para aquellos servidores públicos que “por causa de excesivo celo en el cumplimiento de sus funciones” hubiesen cometido delitos. Los aviones del gobierno bombardearon con hojas volantes las zonas de conflicto llamando a la entrega de armas.
Tras un corto período de completo desconcierto y con el respaldo de la DLN, entregaron armas las fuerzas del Llano, Magdalena Medio, Antioquia, Cundinamarca. Al sur del Tolima llegó a caballo una comisión encabezada por los doctores Rafael Parga Cortés, Ismael Castilla y Severiano Ortiz, conocidos jefes liberales de Chaparral, a negociar la entrega. Por otra vía, Alfonso Mejía Valenzuela, mayor del Ejército, y un sacerdote Larrazábal buscaron acuerdos con los liberales, quienes, cansados de la guerra, aceptaron poco a poco las condiciones.
Los generales Mariachi, Valencia y Pasillo, que habían pertenecido al sector comunista y que constituían una de las fuerzas más representativas de los limpios, entregaron sus armas en Santa Ana. Los demás mandos fueron haciéndolo paso a paso. Don Gerardo Loaiza fue nombrado alcalde de Rioblanco. Los comunes sospecharon que se trataba de una nueva fase del conflicto en la que los limpios se volverían aliados del gobierno y cambiarían sus viejos fusiles por armas de dotación oficial contra las fuerzas de los comunes.
Las guerrillas del Bloque Sur o de El Davis no aceptaron los términos propuestos por Rojas, al que llamaron “el delincuente más villano del país, quien conquistó su título a base de asesinatos y masacres… (como) la matanza colectiva en la Casa Liberal de Cali siendo comandante del Ejército en 1949”, y uno de los más develados “servidores del imperialismo norteamericano y su política de guerra”.
Cabe recordar que Marulanda fue testigo en ese año de las quemas de Ceilán, El Dovio, La Primavera y de la más cruda violencia en el Valle, dirigida por un aliado de Laureano Gómez y de Rojas Pinilla, Ángel María Lozano, alias el Cóndor. Ante el Senado, en 1959, Rojas confesó: “…él me ayudó en la pacificación del departamento (del Valle)”.
En octubre de 1953 el Bloque Sur llamó a continuar la lucha como movimiento de autodefensa de masas hasta lograr “el retiro de todas las fuerzas represivas; la devolución de las fincas a las víctimas de la política de sangre y fuego; la reconstrucción de sus viviendas; la reposición de sus bienes; el suministro de auxilios en dinero, semillas, herramientas; la construcción de escuelas, centros sanitarios, vías de comunicación, y la parcelación de tierras”. Ante la división con los limpios, los comunes crearon el Ejército Revolucionario de Liberación, con una organización “similar a la del Ejército Nacional”: compañías, escuadras y guerrillas, jerarquías —mayores, capitanes, sargentos— y un estricto reglamento, que incluía a la población civil.
Rojas Pinilla había decretado la amnistía y el indulto de manera condicional y dio un plazo para la entrega de armas, al término del cual volvió a declarar la guerra al movimiento guerrillero, que brevemente operó de manera unificada. Hay que tener en cuenta que Rojas fue un protegido de Mariano Ospina Pérez, que lo nombró director de Aerocivil y ministro de Comunicaciones. Toda la región se vio entonces envuelta en sangrientos combates. Más de 5.000 hombres, dice Marulanda, apoyados por la aviación y estrenando fusiles punto 30, cercaron El Davis. Los liberales pactaron de nuevo un acuerdo; los comunistas constituyeron las “comisiones rodadas” al mando de Ciro Trujillo, Charro Negro, y Andrés Bermúdez, El Llanero, se quedó con 75 hombres en la zona para defenderla; finalmente fueron copados por el Ejército y sus mandos fusilados. La población civil fue evacuada al ritmo y en la medida en que los comandos se abrían paso.
Al desintegrarse El Davis, Richard salió con su gente para Calarma; Avenegra, otro de los mandos, se perdió por los lados de Natagaima, y Yosa se refugió en Gaitania. Marulanda escribió: “Al cesar en el año 53 la lucha guerrillera, por entrega de la mayoría de los combatientes liberales, los comunistas subjetivamente no podían continuar por su cuenta y riesgo” el movimiento. Entonces optó por constituir, en compañía de Charro Negro, un comando clandestino, “absolutamente móvil”, que se conoció como el de “Los Treinta”, con 26 hombres y cuatro mujeres.
La gran mayoría de cuadros —tanto liberales como comunistas— se fundaron como colonos en las regiones de Gaitania y San Miguel. “Toda esa tierra la abrimos a hacha y sembramos comida y café”, cuenta Jaime Guaracas. Balín, quien fue guardaespaldas de Marulanda, recuerda: “colonizamos la zona entre los 30 que quedamos. Hicimos trochas para sacar madera y hacer fincas, comisionábamos para el Cauca y para el Huila, para Caldas y para el Valle; en todas partes creábamos cadenas y enlaces; se consiguieron préstamos de la Caja Agraria para cultivar café, se sembró comida y hasta ganado llegamos a tener”.
Los Treinta se emplazaron entre Marquetalia —llamada en ese tiempo el Támaro— y Riochiquito, mientras Lister, Richard, Cardenal formaron una columna de marcha que se desplazó con armas, mujeres, niños y bestias desde Gaitania hasta Villarrica, en el oriente del Tolima, por los caminos de Prado, Dolores, La Colonia. Allí encontraron a Ciro Trujillo. Las organizaciones que existían en Sumapaz y Tequendama albergaron el destacamento. Años después, Isauro Yosa contaba: “Villarrica era una región donde uno podía moverse tranquilo porque todos sabían quiénes éramos y a qué habíamos venido. Los camaradas eran muy respetados. Yo me mantenía dando charla, dando orientación, organizando, porque sabíamos que la calma era corta. Si la paz anochecía, no amanecía”.